Cuando la URSS creó ‘supertrabajadores’

Foto de archivo
Se creía que cada trabajador fabril de alto rendimiento de la URSS (o ‘Stajánovеts’, como se les conocía) podía sustituir a 10 trabajadores normales. Su popularidad estaba tan extendida que el nombre que se les daba se convirtió en una idea propia de la época soviética, y así sigue siendo hoy en día.

En la década de 1930, la URSS estaba inmersa en un rápido desarrollo de su potencial industrial. Los dirigentes del partido comprendieron que, en caso de conflicto con una potencia occidental, las consecuencias para la subdesarrollada economía agraria del “país donde nació el socialismo” serían desastrosas.

La industrialización forzosa exigía la movilización de inmensos recursos de la población, a la que había que motivar constantemente para que trabajara a todo vapor, incluso organizando concursos de temática socialista con premios y creando cultos a la personalidad en torno a los proletarios más trabajadores. 

Un ejemplo de ello fue Alexéi Stajánov, un minero corriente del Dombás. Su popularidad traspasó las fronteras de la URSS.

Alexéi Stajánov

Lo mejor de lo mejor

La noche del 31 de agosto de 1935, Stajánov consiguió completar 14 veces su cuota diaria en un solo turno: en lugar de siete toneladas de carbón, extrajo 102. El secreto de su éxito estuvo en su creativa sugerencia de liberar a uno de los mineros retirándole de las tareas de construcción de soportes de pared (dejando esto a los trabajadores subalternos) y, en su lugar, encargarle la carga de carbón.

Stajánov fue un regalo de Dios para el gobierno soviético. Ni siquiera tuvieron que lanzarse a una campaña de soflamas: su “héroe” estaba allí mismo haciendo el trabajo por ellos. El proletario no tardó en convertirse en un tesoro nacional.

Superando varias veces su propio récord, Alexéi Stajánov abandonó las minas para siempre, cambiando el trabajo duro por labores de propaganda a nivel directivo. Su popularidad se extendió tanto más allá de la Unión Soviética que, en diciembre de 1935, llegó a ser portada de la revista Time.

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El nombre de Stajánov se convirtió en una marca, a la que el país se refería como el movimiento Stajánov” (o Stajánovschina en ruso). 

La motivación de la campaña de relaciones públicas era, por supuesto, impulsar la productividad en todo el país, introduciendo diversas prácticas innovadoras en el proceso de trabajo, haciéndolo más eficaz y disciplinado. 

El número de “héroes nacionales” se disparó. Siderúrgicos, molineros, conductores de cosechadoras, sastres e incluso zapateros: todos batían récords nacionales, rindiendo entre el 200% y el 400% de sus cuotas diarias. 

Pero no se trataba sólo de construir un brillante futuro soviético para estos esforzados trabajadores. Por cada récord conseguido, recibían una jugosa gratificación. De hecho, así es como Stajánov ganó la mitad de su paga mensual durante aquel legendario turno. 

La Stajánovschina empezó a contagiar también al proletariado extranjero. El comunista español Enrique Lister, única persona que llegó a ser general de tres ejércitos (español, soviético y yugoslavo) en el siglo XX, estudió en Moscú en los años treinta. Trabajó en la construcción del metro de Moscú. “Me concedieron el título de udarnik en mi primer mes, por haber completado el 132% del plan mensual. Y nunca bajé de ahí, sólo lo aumenté en los meses siguientes”, recordaría en Nuestra guerra, sus memorias, publicadas en París en 1966. 

No todo fue color de rosa

Uno puede preguntarse, con razón: ¿qué podría salir mal en un sistema basado en la competición socialista por los récords? Sin embargo, el movimiento estajanovista tenía sus defectos. 

Este enfoque fanático del trabajo en las fábricas a menudo se traducía en maquinaria rota y sobrecargada de trabajo, por no mencionar la menguante calidad de los productos. Mientras tanto, las cuotas diarias se disparaban, con lo que todos tenían que trabajar más por el mismo salario, incluidos los que no pensaban conquistar ningún Everest. 

Además, la dirección se olvidaba injustamente de cumplir sus deberes para con los “hombres Stajánov”, que seguían siendo responsables de que el grupo siguiera batiendo récords. Tal suerte corrieron dos mineros, que trabajaban en el soporte los muros: prestaron servicio en tiempos de Alexéi, mientras éste se ocupaba de establecer sus propios récords. 

Mientras los responsables directos del rendimiento récord seguían permaneciendo en la sombra, también había trabajadores dispuestos a hacer trampas en sus hojas de registro, todo por la gloria de ser ascendidos a estajanovistas y conseguir primas.

Y no es que esta ética del trabajo fuera siempre algo útil en todas las industrias. Es sensato suponer que los récords en la minería del carbón son muchas veces más cruciales que cumplir con la cuota de fabricación de calzado: la demanda simplemente no existía, y semejante inversión de recursos en ella estaba completamente injustificada. 

Efectos a largo plazo

Con todo, la Stajánovschina tuvo un impacto positivo en la productividad, además de aumentar el valor de las profesiones disponibles. La gente también empezó a orientarse moralmente, encontrando héroes a los que idolatrar y admirar. 

Stalin lo confirmó en el Primer Consejo Pan-soviético de Obreros y Obreras de Stajánov en 1935: "La vida es mejor ahora, camaradas. La vida es más feliz. Y cuando se vive una vida feliz, el trabajo tiene éxito... Si hubiéramos vivido mal, mal, infelizmente, no tendríamos movimiento Stajánov del que hablar".

La palabra “Stajánovets” estaba tan arraigada en la lengua rusa que sobrevivió incluso a la disolución de la Unión Soviética. Hasta el día de hoy, elogiamos de este modo a quienes están dispuestos y son capaces de trabajar por dos, alcanzando nuevas cotas de rendimiento.

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