"El pueblo chukchi es fuerte, alto, audaz, ancho de hombros, de constitución robusta, sensato, justo y belicoso; aman la libertad, no soportan la deshonestidad y son vengativos; y en tiempo de guerra, cuando se encuentran en una situación peligrosa, se suicidan", así describía el oficial ruso Dmitri Pavlutsi a los indígenas de la península de Chukchi, en el extremo oriental de Eurasia, que Rusia empezó a colonizar a mediados del siglo XVII.
Pocos pueblos al este de los Urales opusieron tanta resistencia a los rusos como los chukchi. Negándose a convertirse en súbditos del zar y a pagar un tributo, libraron sangrientas guerras contra los recién llegados durante casi 150 años, destruyendo sus asentamientos y realizando exitosas emboscadas a los destacamentos militares.
Para las tropas rusas (principalmente cosacos), someter a los pastores nómadas de renos resultó una tarea extremadamente difícil debido al duro clima de la península y a su lejanía del centro del Estado ruso, así como a los limitados recursos humanos. Un factor no desdeñable en sus frecuentes fracasos fue el hecho de que los chukchi se contaban entre los guerreros más feroces y hábiles de toda Siberia y Extremo Oriente.
La fuerza física y la resistencia se valoraban por encima de todo en la sociedad chukchi. Desde una edad temprana, a los futuros pastores de renos y cazadores se les enseñaba a tener un físico fuerte, a aguantar fácilmente el hambre y a dormir poco. A partir de los cinco años, los niños corrían tras el rebaño con raquetas de nieve y piedras atadas a ellas.
Los chukchi salían a correr (a veces con pesadas armaduras) y participaban en luchas todos los días. También eran muy populares los simulacros de lucha cuerpo a cuerpo con lanzas -su principal arma en el combate cuerpo a cuerpo- y un deporte parecido al rugby que se jugaba con una pelota hecha de pelo de reno.
"Los chukchi, especialmente los pastores de renos, son notables caminantes", escribió el capitán de Estado Mayor N. Kallinikov a principios del siglo XX. "Realmente parecen hombres de acero cuando se trata de superar la fatiga, el hambre o la falta de sueño... sobre todo en sus años jóvenes".
Los chukchi no temían a la muerte. Temían mucho más mostrar cobardía y dejar tras de sí un recuerdo negativo de sí mismos. Una vez capturados, los guerreros a menudo se mataban de hambre hasta morir.
En la batalla, los chukchi no sólo manejaban con destreza el arco, la lanza o el cuchillo, sino que, si era necesario, podían luchar con éxito con el lazo de un reno, que utilizaban normalmente para lanzar dardos a las aves acuáticas cuando salían de caza. Usaban incluso el palo con el que detenían a los renos que se habían separado de la manada.
Los chukchi no utilizaban escudos, pero su gran destreza les ayudaba a esquivar las flechas de sus eternos enemigos, los koriaks (un pueblo indígena emparentado que vivía al sur de los chukchi y que había aceptado la lealtad a Rusia). No obstante, los cuerpos de los guerreros estaban protegidos de la cabeza a las rodillas por armaduras laminares hechas de piel de morsa, colmillo de morsa, costillas de reno, hueso de ballena o hierro.
Los exploradores rusos de Siberia a finales del siglo XVIII observaron que 20 "salvajes, feroces, desenfrenados y despiadados" pastores de renos chukchi eran capaces de derrotar fácilmente a 50 koriaks. Los chukchi no migratorios que vivían en la costa eran menos belicosos que sus hermanos nómadas, pero también se les consideraba luchadores de primer orden y un enemigo fuerte.
Al principio, las armas de fuego de los rusos asustaban seriamente a los chukchi, que consideraban los disparos como "rayos divinos" y las heridas de los proyectiles como "heridas de rayo", pero se acostumbraron a ellas con bastante rapidez. Como los rusos no tenían prisa por vender mosquetes a los peligrosos pastores de renos, éstos solían adquirirlos como trofeos o trueque a los koriaks.
Los chukchi preferían luchar en invierno. Cruzaban clandestinamente muchos kilómetros en trineos tirados por renos y perros, y organizaban incursiones sorpresa en los asentamientos enemigos, matando gente, quemando casas, haciendo prisioneros y destruyendo todo lo que no podían llevarse consigo. Condenaban deliberadamente al enemigo a la inanición destruyendo las reservas de alimentos.
Mientras que contra los koriaks solían salir de expedición varias docenas de hombres, contra un enemigo tan duro como los rusos las tribus chukchi podían desplegar varios centenares de guerreros, y en circunstancias excepcionales hasta 2.000. Por ejemplo, en la campaña militar de 1731-32 el destacamento de Pavlutski mató a unos 1.000 chukchi en las batallas.
El principal modo de guerra de los chukchi contra los rusos, técnicamente superiores, consistía en organizar emboscadas. Además, aprovechaban hábilmente cualquier error enemigo en beneficio propio. Por ejemplo, una vez los cosacos acamparon en el monte Maiorskaia, que estaba rodeado de agua helada, y, contando con que el hielo era fino, no pusieron ningún centinela. Los chukchi no se amilanaron ante el peligro de acabar en el agua. Después de arrastrarse por el hielo sobre sus estómagos, masacraron a los intrusos sin impedimentos.
La guerra contra los chukchi que comenzó a mediados del siglo XVII fue un asunto largo y sangriento para Rusia. A pesar de que los chukchi perdían a cientos de sus feroces guerreros en los enfrentamientos, se negaron obstinadamente a reconocer el dominio zarista.
Las tropas rusas también sufrieron duras derrotas. Por ejemplo, 30 cosacos dirigidos por el coronel Afanasy Shestakov murieron en una batalla junto al río Egacha en 1730. Diecisiete años más tarde, una batalla en el río Orlovaia acabó con la muerte del mayor Pavlutski y 50 de sus hombres. Dados los limitados recursos de que disponía Rusia en la región, estos reveses resultaron dolorosos.
Al final, San Petersburgo simplemente decidió llegar a un acuerdo con los insumisos criadores de renos. Un paso importante hacia la normalización de las relaciones fue el cierre en 1771 del ostrog (asentamiento fortificado) de Anadirsk, que había sido una importante fuente de agravios para los chukchi (el mantenimiento de la fortaleza había costado muy caro a las arcas públicas en el siglo de su existencia). Después de esto, los emisarios de la emperatriz Catalina II lograron mantener conversaciones fructíferas con los líderes locales, a los que se conocía como toyony.
En 1779 Chukotka se incorporó oficialmente al Imperio. Los chukchi quedaron exentos del pago de tributos durante diez años y conservaron plena independencia en sus asuntos internos. Incluso a principios del siglo XX, muchos de ellos no sabían que eran súbditos rusos.
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