En El idiota, de Fiódor Dostoievski, uno de los personajes cuenta la historia de un hombre de gran corazón: “En Moscú había un viejo consejero de Estado que, durante toda su vida, había tenido la costumbre de visitar las cárceles y conversar con los delincuentes...”
Suena muy dostoievskiano: “Caminaba por las filas de desafortunados prisioneros, se detenía ante cada individuo y preguntaba por sus necesidades... les daba dinero; les llevaba toda clase de artículos de primera necesidad... continuó con estos actos de misericordia hasta su misma muerte; para entonces todos los criminales, en toda Rusia y Siberia, lo conocían”.
No se trataba de un alma sin pecado inventada por Dostoievski; este hombre era real, se llamaba Fiódor (o Friedrich) Haass y se trasladó a Moscú desde Austria en 1806. Empezó como médico y acabó siendo un santo.
De Friedrich a Fiódor
Nacido en la pequeña ciudad alemana de Bad Münstereifel, Haass (1780 - 1853) comenzó a ejercer su profesión en Viena, Austria. En 1806, el príncipe ruso Nikolái Repnin-Volkonski visitó la capital austriaca en busca de ayuda médica para una lesión ocular. A pesar de ser joven, Haass ya era un médico de éxito y le ayudó. Como resultado, Repnín-Volkonski le invitó a ser su médico de cabecera en Moscú.
“Dinero, buena compañía y grandes perspectivas: todo eso impresionó tanto al joven médico que aceptó la oferta”, escribe Moslenta.ru. No sabía que iba a quedarse en Moscú mucho más tiempo del que esperaba.
En Rusia, Haass se estableció: además de ser el médico de cabecera de Repnín, dirigió uno de los hospitales de Moscú. En 1812, cuando los franceses invadieron Rusia, Haass ejercía de médico de regimiento y fue hasta París con el ejército ruso. Luego regresó a Rusia, que para entonces se había convertido en su hogar: aprendió el idioma y cambió su nombre por el de Fiódor.
Momentos difíciles para la caridad
En 1828, Haass ya era un hombre rico y respetado, con una mansión y fama de gran filántropo que atendía gratuitamente a los pobres. Era sólo el principio: ese año, el gobernador de Moscú le nombró médico jefe de las prisiones moscovitas y le dio un puesto en el Comité de Patronato de Prisiones.
Tras inspeccionar el estado de las prisiones, Haass quedó impactado. Terrible higiene, enfermedades, hambre, guardias y prisioneros violentos... a nadie parecía importarle. “Haass sólo vio indiferencia, rutina burocrática, ley inmóvil, y toda la sociedad opuesta a su visión humana del pueblo”, escribió Anatoli Koni, abogado ruso y biógrafo de Haass.
Sin embargo, eso no detuvo a Haass, que era un católico devoto y un hombre de bien cuyo lema era “¡Date prisa en hacer buenas acciones!”. El médico trabajó en el Comité de Patronato de Prisiones durante 25 años y cambió el sistema a mejor, al tiempo que se ganaba a los presos.
Reducir el mal
Haass llevó a cabo múltiples buenas acciones, como cambiar el trato a los presos. En concreto, hizo que el gobierno abandonara el afeitado de la mitad de las cabezas de los internos en cárceles (independientemente de su sexo) o el encadenamiento de hasta 10 personas a una barra pesada gigante.
Además, Haass insistió en que los grilletes que llevaban los presos mientras viajaban a Siberia fueran tres veces más ligeros y los dotó de un forro de cuero para mayor comodidad. También creó escuelas para los hijos de los presos y trabajó en la comprobación de las pruebas judiciales (con la ayuda de los abogados) por si algún preso era en realidad inocente.
Campeón de la misericordia
Además, Haass visitaba todos los días las cárceles de los alrededores de Moscú, llevando comida y todo lo necesario a los detenidos, y hablando con ellos durante horas. “Los detenidos le querían como los creyentes quieren a Dios... no hubo un solo caso en el que incluso el hombre más amargado y ‘perdido’ dijera una palabra grosera a Haass. Lo escuchaba todo con paciencia y amabilidad”, recuerda Koni.
Una vez, durante una discusión, el médico dijo que ni siquiera los delincuentes se merecían lo que les espera en las cárceles rusas. El metropolitano moscovita Filaret reaccionó: “¡Dejen de proteger a esas mentes torcidas! No se mete a ningún inocente en la cárcel”. Haass respondió: “¡Se olvida de Cristo, padre!”
Aturdido y avergonzado, Filaret respondió: “Vaya, parece que Cristo me dejó por un momento” y se desvivió por ayudar a Haass a partir de ese momento. Aunque era católico, Haass era considerado un santo en el Moscú ortodoxo.
Sacrificando todo
Haass se negó a dejar de ayudar a los pobres y a los miserables, y la fila de los que esperaban su ayuda nunca se redujo. Gastó todo su dinero, vendió su mansión y sus caballos, se trasladó a un minúsculo apartamento en su clínica y vivió solo y sin hijos durante toda su vida. Cuando Haass murió en 1853, la policía tuvo que pagar el funeral: el médico no tenía ahorros.
Y lo que es más importante, Haass era admirado por tantos que unas 20.000 personas acudieron a su velatorio. Tal vez para él esa hubiese sido sido una señal muy preciada. “Creo que el mejor camino hacia la felicidad no es perseguir tu propia felicidad, sino hacer felices a los demás. Para ello, hay que preocuparse por la gente, ayudarla con palabras y hechos: amarla y demostrar ese amor, en otras palabras”, escribió Haass en una carta a un amigo en una ocasión.
En 2018, Haass fue reconocido oficialmente como santo por la Iglesia católica.
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