Así fue hecho prisionero el mariscal de campo alemán Friedrich Paulus

Historia
BORIS EGOROV
Enjuto, pálido y demacrado, el comandante del 6º Ejército de la Wehrmacht parecía un animal cazado por los mandos militares soviéticos.

En la noche del 31 de enero de 1943, unidades de la 38ª Brigada de Fusiles Motorizados del 64º Ejército se abrieron paso hasta el edificio de los grandes almacenes en el centro de Stalingrado, cercándolo por todos lados. Según los alemanes capturados, allí se encontraba el cuartel general del 6º Ejército de Friedrich Paulus. La Operación Koltso (Anillo) soviética para derrotar a la agrupación enemiga cercada en la ciudad se acercaba a su final...

La ‘guarida de la bestia’

Después de que las tropas soviéticas abrieran un intenso fuego de ametralladoras y morteros sobre el edificio, a eso de las seis de la mañana, cesaron los disparos desde el lado alemán. Aparecieron banderas blancas desde la planta baja y el segundo piso. El enemigo quería iniciar las negociaciones.

Por orden del comandante de la brigada, el coronel Iván Burmakov, un grupo de negociadores dirigido por el teniente mayor Fiódor Ílchenko se dirigió al edificio de los grandes almacenes. Un oficial alemán que se reunió con los soldados soviéticos les dijo a través de un intérprete: “Nuestro máximo comandante quiere hablar con su máximo comandante”. A eso, Ílchenko replicó: “Bueno, nuestro máximo comandante tiene muchas otras cosas que atender. No está aquí. Tendrá que hablar conmigo”.

Ignorando la petición poco entusiasta del oficial alemán de entregar sus armas, los negociadores soviéticos comenzaron a bajar al sótano donde Friedrich Paulus tenía su cuartel general. “El sótano estaba literalmente repleto de soldados, había cientos de ellos aquí. ¡Era peor que un tranvía! Estaban sin lavar y hambrientos y no olían a gloria precisamente. Todos parecían desesperadamente asustados. Se habían apiñado allí para esconderse del fuego de mortero”, recuerda el teniente mayor. Al oír el sonido de los disparos, Ílchenko echó mano de su funda, pero sólo se trataba de suicidas.

Los negociadores fueron recibidos por el comandante de la 71ª División de Infantería de la Wehrmacht, el general de división Friedrich Roske, y el jefe del Estado Mayor del 6º Ejército, el general Arthur Schmidt. Condujeron a los soldados soviéticos a la habitación de Paulus. “El mariscal de campo estaba tumbado en una cama de hierro sin uniforme, sólo con su camisa”, recordó Ílchenko. “Un candelabro ardía sobre la mesa, iluminando un acordeón tumbado en el sofá. Paulus no nos saludó pero se sentó. Tenía el aspecto de un hombre enfermo y físicamente agotado y su cara se movía con un tic nervioso”.

Negociaciones

Un teniente ordinario no podía aceptar la capitulación del comandante alemán y, poco a poco, empezaron a llegar a los grandes almacenes representantes del mando superior y de alto nivel del Ejército Rojo. Varias horas después, acompañado de varios coroneles y tenientes coroneles, bajó al sótano el general de división Iván Laskin, jefe del Estado Mayor del 64º Ejército. En un intento de distanciarse en todo lo posible de la capitulación, Paulus delegó el derecho a negociar en Roske y Schmidt.

Mientras el mariscal de campo se “arreglaba” en la habitación de al lado, los negociadores soviéticos presentaron a sus generales un ultimátum: la agrupación cercada debía cesar inmediatamente toda resistencia, deponer las armas y rendirse a las tropas soviéticas de forma ordenada.

Cansados de esperar a que el propio Friedrich Paulus apareciera finalmente, los comandantes soviéticos entraron en su habitación. El comandante alemán, según los recuerdos de Laskin, saludó a los miembros de la delegación con una frase en ruso roto: “El mariscal de campo del ejército alemán Paulus se entrega como prisionero al Ejército Rojo”. Se disculpó porque, como su nuevo rango no le había sido conferido hasta el 30 de enero, su nuevo uniforme no estaba listo y se vio obligado a presentarse con su uniforme de coronel general. “Y de todos modos, mi nuevo uniforme apenas me servirá ahora”, añadió el comandante con una sonrisa irónica.

En ese momento, el 6º Ejército de Stalingrado estaba dividido en dos agrupaciones aisladas entre sí. Como resultado de las conversaciones, la bolsa sur de tropas alemanas, al mando del general Roske, debía capitular. Al mismo tiempo, Paulus se negó a ordenar la rendición de la bolsa norte alegando que, desde el 30 de enero, su comandante, el coronel Karl Strecker, era directamente responsable ante Hitler.

Un final sin honra

Los combates callejeros seguían en el centro de Stalingrado cuando los oficiales alemanes, acompañados por los comandantes soviéticos, salieron en vehículos para ordenar a sus unidades que cesaran el fuego.

Después de que se hubieran resuelto todas las formalidades y de que el mariscal de campo hubiera recibido garantías de su seguridad personal, fue conducido fuera del sótano, junto con los oficiales de su estado mayor. El área alrededor de los grandes almacenes había quedado entonces bajo el control total de la infantería soviética y los soldados de la Wehrmacht estaban despejando los sectores que habían sido minados.

“Los soldados soviéticos y alemanes, que unas horas antes se habían disparado mutuamente, permanecían tranquilamente uno al lado del otro en el patio con sus armas en la mano o colgadas al hombro. Pero ¡qué aspecto tan diferente tenían!”, recordó Wilhelm Adam, ayudante del comandante del 6º Ejército. “Los soldados alemanes, harapientos, con abrigos delgados sobre uniformes raídos, tan delgados como esqueletos, presentaban figuras demacradas, agotadas hasta la muerte, con rasgos hundidos y sin afeitar. Los soldados del Ejército Rojo estaban bien alimentados, llenos de vigor y vestidos con finos uniformes de invierno... Me conmovió profundamente otra cosa. Nuestros soldados no fueron golpeados, y mucho menos fusilados. En medio de las ruinas de su ciudad, que los alemanes habían destruido, los soldados soviéticos sacaban de su bolsillo un trozo de pan o cigarrillos o tabaco y los ofrecían a los cansados y medio hambrientos soldados alemanes.”

El sargento Piotr Aljutov estaba presente cuando el comandante alemán fue hecho prisionero: “Paulus estaba demacrado y claramente enfermo. Intentó comportarse con la debida dignidad, pero en su estado le resultaba difícil. Aquella gélida mañana en Stalingrado, todos los hombres del Ejército Rojo y la inmensa mayoría de los soldados alemanes cayeron en la cuenta de que aquello era el principio del fin para ellos y el comienzo de nuestra Victoria.”

Al mariscal de campo le esperaba un coche hasta el pueblo vecino de Bekétovka, donde se encontraba el cuartel general del 64º Ejército. Allí sería interrogado por el comandante del Ejército, el teniente general Mijaíl Shumilov, y el comandante del Frente del Don, el teniente general Konstantín Rokossovski. A Friedrich Paulus le esperaban los campos soviéticos, el trabajo en el Comité Nacional antifascista por una Alemania Libre y la vida en la RDA durante el poco tiempo que le quedaba...

De camino al cuartel general, el coche se encontró con columnas de prisioneros alemanes que se arrastraban por la carretera. Sin lavar, con barbas desaliñadas, llevaban botas de nieve improvisadas de aspecto cómico y estaban envueltos en toallas y pañuelos de mujer.

Laskin hizo una señal al conductor para que redujera la velocidad y permitiera al comandante alemán observarlos de cerca y con detenimiento. “Es espantoso...”, pronunció Paulus sombríamente. “Una capitulación vergonzosa, la terrible tragedia de los soldados. Y, hasta ahora, el 6º Ejército estaba considerado como el mejor ejército de campaña de la Wehrmacht...”

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