“Necesitamos millones de propietarios, no un puñado de millonarios”, dijo el presidente ruso Borís Yeltsin en un discurso a la nación, explicando el propósito de la privatización hace 30 años.
A finales de 1991, el país estaba al borde de la quiebra. La economía planificada había demostrado ser ineficaz, no había suficiente dinero para mantener las fábricas en funcionamiento y pagar los salarios. El dinero se devaluó rápidamente: la tasa de inflación fue del 160% en 1991, y del 2508,8% en 1992. La aparición de un nuevo modelo económico exigía una transición hacia la libertad de precios.
“Las reservas de divisas estaban a cero, no había dinero no sólo para comprar grano, sino también para pagar el flete de los barcos para entregarlo. Las reservas de cereales, según las previsiones optimistas, eran suficientes hasta aproximadamente febrero-marzo de 1992”, describen Anatoli Chubais y Yegor Gaidar el estado de la economía rusa en aquel momento en su libro Las desavenencias de la historia moderna de Rusia. Fueron ellos quienes se convirtieron en los principales ideólogos de la reforma económica.
Privatización rápida
Los dirigentes del país consideraron tres modelos de privatización. El modelo británico, es decir, la venta de grandes empresas, en su mayoría de escaso margen, a precios inferiores a los del mercado, parecía demasiado largo, ya que podía durar hasta 20 años. El nuevo gobierno no se conformó con eso, ya que no sólo tenía objetivos económicos, sino también políticos, es decir, romper cuanto antes con el pasado comunista.
Anatoli Chubais, presidente del Comité de Propiedad Estatal de Rusia en aquella época, dijo en una entrevista televisiva en 2010 que “la privatización en Rusia antes del 97 no era un proceso económico en absoluto... Se trataba de acabar con el comunismo”.
El segundo modelo de privatización que se barajaba consistía en la apertura de depósitos nominativos en el Sberbank, pero era técnicamente difícil de llevar a cabo dado el bajo nivel de desarrollo del sistema bancario en aquel momento y la elevada población.
Se optó por el modelo checo, más rápido: la privatización mediante la distribución de vales, que podían cambiarse por acciones de empresas, venderse o donarse. En la República Checa, sin embargo, los vales habían sido nominativos, mientras que en Rusia no lo serían.
Cómo se llevó a cabo la privatización
El 14 de agosto de 1992, Borís Yeltsin firmó un decreto por el que se entregaban vales a la población. En teoría, cualquier ruso podría convertirse en propietario de una parte de una gran empresa. Por 25 rublos (dinero mísero en aquella época), cada ruso podía obtener un cheque de privatización (un vale) con un valor nominal de 10.000 rublos.
El valor de la propiedad estatal sujeta a privatización en ese momento era de 1,4 billones de rublos. El país comenzó a emitir 140 millones de vales. Todos los ciudadanos del país tenían derecho a un bono, “desde un bebé hasta un anciano”.
Las grandes empresas industriales y agrícolas (granjas colectivas y estatales), la tierra y la vivienda debían ser privatizadas. Pasaron de ser empresas estatales a sociedades anónimas. Se prohibió la privatización en algunos sectores (subsuelo, fondo forestal, plataforma, oleoductos y carreteras públicas). Con el tiempo, la lista de empresas y sectores se iría ampliando.
En realidad, era difícil evaluar el valor real de la propiedad. Se utilizaron como base las cifras de valoración previstas, aunque fue necesario poner los objetos en el mercado de valores para lograr la objetividad.
“En condiciones de alta inflación e inestabilidad macroeconómica, el precio de los activos privatizados se infravaloró, los ingresos presupuestarios de la privatización fueron insignificantes, y esto a su vez redujo la legitimidad de la privatización”, dijo el economista Serguéi Gúriyev.
Un vale: una oportunidad para el éxito
Todos los que compraron un vale recibieron un memorándum: “Un vale de privatización es una oportunidad de éxito que se da a todos. Recuerde: el que compra el vale se empodera, el que lo vende se perjudica a sí mismo”.
El vale podía utilizarse para comprar acciones de cualquier empresa rusa que se estuviera privatizando. El precio de las acciones se determinó mediante subastas. Además, los empleados de las empresas podían comprar sus acciones con descuento. Entre diciembre de 1992 y febrero de 1994 se celebraron un total de 9342 subastas, en las que se utilizaron 52 millones de vales.
Los rusos que compraron acciones en grandes empresas orientadas a la exportación tuvieron más éxito que otros. Las empresas que trabajaban para el mercado nacional lo tuvieron mucho más difícil. La población no tenía dinero para comprar sus productos. Muchas empresas quebraron.
Una de las inversiones más rentables fue la de Gazprom, pero ni siquiera eso fue fácil. Las acciones cotizaban de forma diferente según la región. En la región de Perm se podían comprar 6.000 acciones de Gazprom por 1 vale, en Moscú se compraban 30 y en la vecina región de Moscú 300. (A un precio de 317 rublos por acción en junio de 2022 y un tipo de cambio de 57 rublos por dólar, 6.000 acciones de Gazprom equivalían a 33.368 mil dólares).
Y mientras algunos cambiaron los vales por acciones del gigante energético, otros los vendieron a compradores o los cambiaron por alimentos, vodka y electrodomésticos.
Cómo aparecieron los oligarcas
Al principio de la privatización, los jefes de las fábricas y plantas, los llamados “directores rojos” que habían ganado poder durante la era soviética, tenían la sartén por el mango. Indujeron a los trabajadores a vender sus acciones y pudieron retener sus salarios, forzándolos a aceptar. Como resultado, los “directores rojos” se convirtieron en los únicos propietarios de las grandes empresas. Pero como no tenían la competencia para operar en un entorno de mercado, muchos de ellos perdieron su poder. Las empresas fueron tomadas por grupos financieros, no sin el apoyo de los círculos criminales.
Además, empezaron a aparecer por todo el país fondos de vales, en los que los ciudadanos podían depositar vales y recibir dividendos. Pero muchos nunca los recibieron. De los 646 fondos, sólo 136 empresas pagaron dividendos. El resto, desgraciadamente, dejó de existir.
Como resultado, a finales de 1994, el 60-70% de las empresas de comercio, restauración pública y servicios al consumidor estaban privatizadas. El destino de los vales fue el siguiente: el 50% de los propietarios invirtieron sus vales en las empresas para las que trabajaban, alrededor del 25% fue a parar a fondos de vales y el 25% se vendió.
El mayor golpe a la legitimidad de la privatización vino de la mano de las subastas de garantías celebradas desde 1995. El gobierno contrajo préstamos garantizados por participaciones estatales en grandes empresas (Yukos, Norilsk Nickel, etc.), pero no los devolvió. Las participaciones pignoradas fueron asumidas por los acreedores. Así, se convirtieron en propietarios de las acciones de las empresas a precios inferiores a los del mercado.
“El único estrato social que entonces estaba dispuesto a apoyar a Yeltsin era el de los grandes empresarios”, escribió Evgueni Yasin, ministro de Economía ruso entre 1994 y 1997. Querían obtener trozos de propiedad estatal por sus servicios. Además, querían influir directamente en la política. Así surgieron los oligarcas”. (¡Demócratas, fuera!, Moskovskie Novosti, 2003. № 44, 18 de noviembre).
Como calcularon los compiladores de la lista Forbes en 2012, el 2/3 de los multimillonarios rusos en dólares han puesto la mayor parte de su fortuna durante la privatización.
Actitud de la población
En los primeros años de la privatización, la actitud de los ciudadanos era neutral. La socióloga Tatiana Zaslávskaia escribió en 1995: “En cuanto al comportamiento de los grupos sociales de masas, la privatización aún no ha tenido un impacto significativo en ellos... Sólo el 7% de los trabajadores ve una dependencia directa de los ingresos del esfuerzo personal, el resto considera que las principales vías de éxito son el uso de los lazos familiares y sociales, la especulación, el fraude, etc”. (Rusia en busca del futuro, Revista de Investigación Sociológica. 1996, № 3.).
Las actitudes han cambiado con los años. Una encuesta realizada por el centro de investigación VTsIOM en 2017, con motivo del 25º aniversario de la privatización, mostraba que el 73% de la población veía negativamente su resultado.
¿Tuvo un efecto positivo la privatización?
A pesar de las críticas a la privatización por considerarse ilegítima, cambió fundamentalmente la economía del país. Serguéi Orlov, Doctor en ciencias económicas, profesor, cree que la privatización fue un paso hacia la creación de la mentalidad económica adecuada y la noción de un mercado libre y competitivo entre la población. En su opinión, sentó las bases de la esfera moderna del comercio, los servicios, el complejo agroindustrial y la industria de la construcción, que se desarrolla activamente desde finales de la década de los 90.
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