Cómo se conseguían en la URSS los productos que escaseaban

Historia
EKATERINA SINÉLSCHIKOVA
La escasez total hizo que el pueblo soviético se acostumbrase a actuar de forma poco convencional. ¿Qué hacían para conseguir un salchichón o al menos un poco de papel higiénico?

“Han dejado tirados los productos” era una frase que los soviéticos entendían de forma muy diferente a sus contemporáneos de otros países. “Dejar tirado algo" significaba poner un bien escaso en el mostrador. Dichas mercancías o productos desaparecían en apenas unos minutos o un par de horas. Algunos productos no llegaban a las tiendas y circulaban por el mercado negro.

En las últimas décadas de existencia de la URSS el déficit del país llegó a ser total. La economía planificada soviética no tenía en cuenta las necesidades reales del pueblo. En un pueblo tayiko de las montañas se podía encontrar un costoso traje de hombre que había sido llevado allí en una sola talla, aunque era asequible. El monopolio estatal, la ausencia de un sector privado, la planificación central y los precios fijos no regulados por la oferta y la demanda, todo ello condujo a una escasez crónica de bienes comunes, desde el papel higiénico hasta las naranjas, el jabón y las cerillas.

Había muchos subterfugios para conseguir lo que querías. “La gente era ingeniosa, conocía el sistema, dónde llamar y dónde conseguir lo que necesitaban. Pero al mismo tiempo era muy cansino. Conozco la historia de nuestra familia: cómo repintaban y pegaban los sacos de patatas a la pared, y era una especie de papel pintado con textura”, dice la bloguera Ekaterina, que pasó su infancia en la Unión Soviética.

Tener contactos útiles

El protagonista de la película soviética Gente y maniquís comenta un hecho muy típico de aquella época: “Hay un espectáculo en el teatro, el estreno está en marcha. ¿Quién está sentado en primera fila? La gente respetable está sentada: el jefe del almacén, el jefe de la tienda... Todos los jefes de la ciudad quieren conocer al director del almacén. El director sabe cómo está el déficit”.

La amistad con el director de una tienda o de un almacén o con un simple dependiente se consideraba oro en tiempos de escasez, porque estas personas sabían exactamente lo que iba a aparecer en la tienda y cuándo. Todos buscaban tener ese tipo de contacto, o a alguien que conociera a un director de tienda.

"Por la tarde, la tienda recibía una entrega de productos que escaseaban, como salchichas, por ejemplo. Una de las dependientas se lo comunica a su novia. Ésta sale corriendo con la noticia de que "mañana habrá salchichas en la tienda", y se lo cuenta primero a una de sus amigas, luego a su hermana, a su suegra, a su madrina, al profesor de su hijo o hija y a su jefe, y todo ello en el más estricto secreto. Como resultado, antes de que caiga la noche ya había una multitud a la entrada de la tienda de comestibles", recuerda Raísa Kóbzar, de Krasnoyarsk, que lleva más de 40 años trabajando como vendedora detrás del mostrador.

Ponerse en la cola por la noche

Sin embargo, ni siquiera el “conocimiento secreto sobre el próximo “lanzamiento” garantizaba que obtuvieras algo. Las colas durante horas eran una parte inseparable del déficit. A veces la cola era larga ya después de medianoche. Se escribían números en la palma de la mano con un bolígrafo, y algunos ocupaban un puesto en la cola para venderlo después.

“Hice cola durante cuatro horas para conseguir la chaqueta de mi hijo. Su madre estaba sentada con él, mientras yo me asfixiaba entre la multitud enfurecida que atravesaba las puertas cerradas. Dejaron pasar a 10-12 personas, la tienda de los niños estaba enfrente de la policía, y finalmente dos policías acudieron debido a los gritos para que no echaran la puerta abajo. Y pronto la acabaron de derribar”, dice una mujer que vive cerca de Moscú con el apodo de Irís.

Las familias de los barrios solían llegar a un acuerdo y ponerse en la cola para obtener diferentes mercancías, para luego intercambiarlas.

Comprar a un especulador

“Los productos que escaseaban se solían ‘tirar’ durante las horas de trabajo, y uno no tenía tiempo para comprar nada. Y los especuladores compraban inmediatamente el grueso de la mercancía por la puerta de atrás”, recuerda Tatiana, de Kaluga.

En la Unión Soviética la especulación era un delito: podían condenarte a entre dos y siete años de cárcel. Pero para los que estaban dispuestos a correr riesgos, era una época dorada. A falta de tiempo u oportunidad, la gente común les compraba productos, incluso con un gran margen de beneficio. Los especuladores, por su parte, solían llevarse bien con los propios directores de almacenes y tiendas. El Departamento de Prevención del Robo de Bienes Socialistas organizó redadas para atraparlos. Sin embargo, el personal del departamento también sufría de escasez, por lo que a veces se advertía a los comercios sobre las inspecciones, a cambio de embutidos, pescado y otros productos.

Comprar algo importado a un vendedor ambulante

Los vendedores ambulantes eran los que vendían productos importados. Era sencillamente imposible obtenerlos en las tiendas soviéticas (con la excepción de las tiendas especializadas como Beriozka, donde los diplomáticos, especialistas técnicos y militares podían pagar en dólares oficialmente). Había goma de mascar y cigarrillos extranjeros, así como electrodomésticos o vaqueros extranjeros.

Los traficantes compraban estos productos directamente a los extranjeros destinados en la Unión Soviética, o a quienes estaban en estrecho contacto con ellos en su trabajo (taxistas, diplomáticos, guías turísticos e intérpretes).

Los pantalones vaqueros extranjeros podían comprarse a un vendedor ambulante por 150 rublos, mientras que el salario medio mensual en los años 70-80 oscilaba entre 80 y 200 rublos. Al igual que los especuladores, los vendedores ambulantes estaban fuera de la ley, pero crearon todo un imperio clandestino.

Ir a otra ciudad

Por último, era posible viajar a otra ciudad para comprar alimentos y otros productos. En la Unión Soviética había ciudades muy abastecidas que, a diferencia de las provincias, estaban mejor dotadas de bienes. Moscú, Leningrado (actual San Petersburgo), los centros de las repúblicas soviéticas y las ciudades “cerradas” con industrias importantes para el Estado solían tener más bienes. Por lo tanto, los que no podían conseguir ciertos alimentos tomaban trenes, ferrocarriles o autobuses para ir a la ciudad más cercana bien abastecida.

“En la época soviética, la gente iba a Moscú y hacía una cola de cuatro a seis horas para comprar todo. Esto era normal. Primero se iba a por ropa en el centro de los Grandes Almacenes, TSUM, en el pasaje Petrovski; Moskvichka, Sintétika en el distrito Kalininski, y luego, por la tarde, a pequeñas tiendas de comestibles en la calle Piátnitskaia, donde se podía encontrar de todo: queso, salchichas, mantequilla, pollo importado, mayonesa en pequeños tarros de cristal y café recién molido. Y luego el tren de cercanías olía a café, naranjas y salchichas durante todo el trayecto a casa”, recuerda Irís.

Sin embargo, incluso en Moscú, en los escasos años 80, el problema de la escasez se agudizó. Los productos se vendían sólo con la “tarjeta moscovita”, a quienes tenían permiso de residencia en Moscú. Estas también empezaron a falsificarse activamente, pero el flujo de trenes “salchicheros” acabó desaparecer.

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