La mayor derrota del ejército de EE UU en tierras rusas

Historia
BORIS EGOROV
Los soldados de ambos países apenas se han enfrentado cara a cara en el campo de batalla. El encuentro más sangriento tuvo lugar durante la guerra civil rusa, en el año 1919.

La madrugada del 19 de enero de 1919, en el pueblo de Nízhnyaya Gora, en el norte de Rusia, era clara y muy fría. Los soldados norteamericanos estacionados allí dormían plácidamente en sus camas, hasta que un repentino y potente cañonazo de artillería los despertó. Cuando salieron a la calle, a solo unos cientos de metros, vieron varias filas de soldados del Ejército Rojo vestidos de blanco que surgían de la nieve. Así comenzó la batalla que determinó en gran medida el destino de la intervención extranjera en el norte de Rusia durante la guerra civil (1918-23).

Soldados estadounidenses en suelo ruso

La razón principal para que EE UU, Gran Bretaña y Francia intervinieran en Rusia fue la firma del Tratado de Brest el 3 de marzo de 1918, entre las Potencias Centrales y el recién elegido gobierno bolchevique del país. Los alemanes podrían haber descargado todo su poder sobre los franceses tras la retirada de Rusia, algo que los aliados no podían permitir.

En Washington, París y Londres se decidió proporcionar apoyo militar y material a los opositores de los bolcheviques, los blancos, que declararon abiertamente su disposición a luchar en la guerra contra Alemania hasta el final. Además, en los puertos rusos se acumuló una enorme cantidad de carga militar suministrada previamente por los aliados al ejército ruso. Era importante no dejar que cayeran en manos de los comunistas.

En el verano de 1918, más de 5.000 soldados del ejército estadounidense desembarcaron en el puerto de Arjánguelsk, al norte de Rusia. 8.000 más aparecieron en el Lejano Oriente ruso por la misma época, para, entre otras cosas, limitar las reclamaciones territoriales de su nuevo rival geopolítico, Japón, que también participó en la intervención.

En otoño del mismo año, las fuerzas de la Guardia Blanca, con el apoyo de los intervencionistas extranjeros (principalmente estadounidenses y canadienses), avanzaron 300 km hacia el sur desde Arjángelsk y ocuparon la ciudad de Shenkursk, en la orilla del río Vaga, penetrando profundamente en el territorio controlado por los bolcheviques. Rodeada por tres filas de alambradas, protegida por numerosos nidos de ametralladoras y varias docenas de piezas de artillería, se convirtió en un hueso en la garganta del mando soviético.

Operación Shenkursk

No fue posible asaltar Shenkursk en otoño, y el asalto principal de la 18ª División de Infantería soviética del 6º Ejército sobre la ciudad se planificó para enero de 1919. Sus fuerzas contaban con 3.000 hombres, a los que se oponían 300 estadounidenses y 900 guardias blancos y canadienses.

El Ejército Rojo, apoyado por los partisanos, tuvo que atacar simultáneamente desde tres lados, y hacerlo en el duro invierno del norte, sin medios de comunicación fiables entre ellos. “Me imaginé claramente que si se presentaba una operación de este tipo al general Orlov en la Academia de Estado Mayor, no volvería a ver el Estado Mayor”, escribió en sus memorias Dos vidas el autor del plan, el comandante soviético y antiguo general zarista Alexánder Samoilo.

Las unidades de la 18ª División avanzaron sigilosamente hacia Shenkursk y las aldeas que la cubrían, donde había guarniciones de la Guardia Blanca e intervencionistas. Soportando heladas de casi -40ºC y ahogándose en la profunda nieve, los soldados del Ejército Rojo llevaban artillería pesada. 

Para garantizar la máxima sorpresa del ataque, se ordenó a los soldados que llevaran ropa interior sobre sus abrigos. Las camisetas y los calzoncillos blancos actuaban como monos de camuflaje y permitían a los atacantes acercarse a menos de 100 metros de las posiciones del enemigo sin ser detectados.

La aparición del Ejército Rojo con artillería pesada desde lo que se creía un terreno infranqueable dejó atónito al enemigo. A pesar de ello, los bolcheviques tardaron cinco días en desalojar a los blancos, estadounidenses y canadienses de los pueblos. “La nieve hasta la cintura era una pesadilla, y a cada nuevo paso uno de nuestros desafortunados compañeros caía muerto o herido. No había forma de ayudarles, todos luchaban por sus vidas”, recuerda el teniente Harry Mead.

El 24 de enero se iba a lanzar el asalto decisivo a la ciudad. Sin esperar el ataque, los guardias blancos y los intervencionistas se retiraron apresuradamente de Shenkursk por la única carretera no cortada por los rojos, en dirección a la aldea Vistavka.

Amarga derrota

Los soldados del 6º Ejército, que habían entrado en la ciudad, se hicieron con almacenes de munición con 15 cañones, 60 ametralladoras y dos mil fusiles. Los grandes suministros de alimentos se dejaron completamente intactos. Fueron ellos los que ayudaron al enemigo a escapar con éxito: los voraces soldados del Ejército Rojo se abalanzaron literalmente sobre la comida y no tuvieron tiempo de perseguirlos.

Como resultado de la operación Shenkursk, las fuerzas blancas e intervencionistas perdieron un importante punto de apoyo y fueron expulsadas 90 km hacia el norte. Las tropas estadounidenses y canadienses perdieron 40 hombres y tuvieron un centenar de heridos, lo que les supuso un doloroso golpe, ya que trataban de mantenerse alejados de los campos de batalla. A modo de comparación, durante todo el año y medio de su estancia en el Extremo Oriente del país y en Siberia el cuerpo estadounidense “Siberia” perdió en los combates 48 soldados y tuvo 52 heridos.

La catástrofe de Shenkursk minó en gran medida la moral de los intervencionistas, causando un revuelo en varias unidades estadounidenses, británicas y francesas, cuyos soldados no estaban dispuestos a morir en una guerra que les era ajena. También tuvo mucho que ver con el hecho de que los gobiernos de EE UU y sus aliados pronto empezaran a considerar seriamente la conveniencia y el coste de estacionar sus tropas en Rusia.

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