Llegar a ser mariscal de la Unión Soviética era un sueño acariciado y la cumbre de la carrera de cualquier comandante del Ejército Rojo. Fueron generales como Zhúkov, Rokossovski, Vasilevski, Kónev, Meretskov, Góvorov, quienes (comandando frentes enteros y dirigiendo el Estado Mayor) hicieron posible la victoria sobre la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, entre todos esos “mariscales de la victoria” hubo un "mariscal de la derrota". Una y otra vez, Grigori Ivánovich Kulik tuvo la oportunidad de demostrar su valía en el campo de batalla, pero, por una u otra razón, no la aprovechó.
La artillería fue la ocupación de toda la vida de Grigori Kulik. Durante la Primera Guerra Mundial, ascendió de soldado raso a suboficial mayor de artillería. En la Guerra Civil rusa, dirigió con éxito unidades y subunidades de artillería. Durante la defensa de Tsaritsin (que más tarde pasó a llamarse Stalingrado), Kulik conoció a Stalin y consiguió ganarse el respeto del futuro “padre de las naciones”. Después de la guerra, Grigori Ivánovich dirigió la Dirección Principal de Artillería del Ejército Rojo.
“Para hacerle justicia, el carácter de Kulik no se limitaba a la prepotencia y la impaciencia. A diferencia de algunos de sus subordinados, no tenía miedo a la responsabilidad y a veces (partiendo de su propia comprensión de los intereses de mejorar la capacidad de defensa del país) tomaba decisiones más que arriesgadas”, escribió sobre Kulik el diseñador de armas de artillería Vasili Grabin. Por ejemplo, en el momento álgido de las represiones masivas en el país, conocido como el Gran Terror, Grigori Ivánovich envió una carta a Stalin expresando su preocupación por la purga del personal de mando del Ejército Rojo, que (en su opinión) socavaba la capacidad de combate de la Unión Soviética. Ese episodio, sin embargo, no tuvo ninguna repercusión negativa para él.
Su vuelta al servicio activo a finales de los años 30 no tuvo mucho éxito. Durante los combates contra los japoneses en el río Jaljin-Gol en julio de 1939, en el momento más crítico de la confrontación militar, Kulik, que era responsable de la artillería, intentó (sin razón alguna) intervenir en el mando general de la campaña que llevaba a cabo Gueorgui Zhúkov. Como resultado, tras recibir una reprimenda de Moscú, Grigori Ivánovich fue llamado inmediatamente a la capital.
El inicio de la guerra contra Finlandia resultó ser un fracaso tanto para Kulik como para todo el mando soviético. Sin embargo, fue la artillería, que había sido entrenada por Grigori Ivánovich, la que desempeñó un papel crucial en la ruptura de la Línea Mannerheim en febrero de 1940. El 21 de marzo del mismo año, “por la ejecución ejemplar de las tareas de combate del mando en la guerra soviético-finlandesa” se le concedió el título de Héroe de la Unión Soviética y el 7 de mayo, el rango de mariscal.
Tras la invasión alemana de la Unión Soviética, el mariscal Kulik fue enviado al Frente Occidental para prestar asistencia a su mando. Sin embargo, casi inmediatamente después de su llegada, su unidad fue rodeada por el enemigo. “El comportamiento del subcomisario del pueblo para la defensa, el mariscal Kulik, no fue claro, -informó más tarde el jefe de la 3ª sección del 10º Ejército, el comisario Los del regimiento. - Ordenó a todos que se quitaran las insignias, se deshicieran de sus documentos de identidad y se pusieran ropa de campesino. Él mismo se puso ropa de agricultor. No llevaba ningún documento, no sé si los había traído de Moscú. Nos sugirió que dejáramos las armas, y a mí personalmente que dejase atrás mis condecoraciones y documentos militares. Sin embargo, a excepción de su ayudante de campo, un mayor, cuyo apellido no recuerdo, nadie abandonó sus documentos ni sus armas. Su razonamiento era que, si nos atrapaba el enemigo, nos tomarían por campesinos y nos dejarían ir”. Las unidades cercadas lograron reunirse con otras formaciones del Ejército Rojo sólo dos semanas después.
El siguiente fiasco del mariscal fue la primera ofensiva de Siniavino en septiembre de 1941, cuando no logró romper el cerco de Leningrado desde el exterior con las fuerzas del reforzado 54º Ejército. Una de las principales razones de la derrota fue un nuevo conflicto entre Kulik y Zhúkov, que en ese momento ocupaba el puesto de comandante del Frente de Leningrado y dirigía la ofensiva desde la ciudad sitiada. Los dos bandos no lograron ponerse de acuerdo para coordinar acciones conjuntas. “Recuerdo a este hombre con un sentimiento amargo, - escribió el mariscal Alexánder Vasilevski en sus memorias. - Al principio de la guerra, hizo un trabajo bastante malo llevando las órdenes del Cuartel General [Stavka] en el oeste, luego comandó igualmente mal uno de los ejércitos cerca de Leningrado. Debido a sus desagradables cualidades personales, no gozaba de respeto entre las tropas y no sabía cómo organizarlas”. “G. I. Kulik era una persona poco organizada, que tenía un gran concepto de sí mismo y consideraba infalibles todas sus acciones. A menudo era difícil entender lo que quería, lo que buscaba. Pensaba que el mejor modus operandi era mantener a sus subordinados atemorizados. Su frase favorita a la hora de fijar las tareas era: ‘O la cárcel o las condecoraciones”, recordaría el Mariscal Jefe de Artillería Nikolái Vóronov.
La gota que colmó la paciencia de Stalin fueron los acontecimientos de principios de noviembre de 1941 en Crimea. Kulik, como representante del Cuartel General del Alto Mando Supremo, recibió la orden de hacer todo lo posible para no rendir la ciudad de Kerch en el este de la península. Sin embargo, al ver a sus tropas debilitadas y desorganizadas, Grigori Ivánovich dio la orden de evacuarlas al otro lado del estrecho, a la península de Tamán, donde pretendía crear líneas de defensa. A finales de los años 50, una investigación realizada por una comisión especial estableció que en esas circunstancias habría sido imposible mantener la ciudad de todos modos. Sin embargo, durante los años de la guerra, el Alto Mando pensó de forma diferente y Grigori Kulik fue acusado de una prevaricación militar.
Además de entregar –“en contra de las órdenes de Stalin”- Kerch, el mariscal también fue acusado de haber cedido Rostov del Don, donde había sido enviado por la Stavka como su representante. “El crimen de Kulik consiste en que no aprovechó las oportunidades disponibles para defender Kerch y Rostov, no organizó su defensa y se comportó como un cobarde, asustado por los alemanes, como un derrotista que perdió el sentido de la perspectiva y no creyó en nuestra victoria sobre los invasores alemanes”, decía una orden del Comisario del Pueblo para la Defensa, Iósif Stalin. El 19 de febrero de 1942, Kulik fue despojado del rango de mariscal y del título de Héroe de la Unión Soviética, así como de todas sus condecoraciones.
Grigori Kulik fue degradado al rango de general de división y continuó participando en operaciones militares, aunque a escala limitada, en las que no consiguió ningún resultado visible. En un momento dado, fue ascendido al rango de teniente general y se le devolvieron algunas de las condecoraciones, sin embargo, tras un trabajo insatisfactorio en la principal dirección de personal del Ejército Rojo, fue nuevamente degradado a general de división.
Grigori Ivánovich nunca pensó en reconocer sus fracasos. Habiendo sido exiliado efectivamente al puesto de subcomandante del Distrito Militar del Volga después de la guerra, en conversaciones informales con sus colegas criticaba abiertamente a los “advenedizos” de los rangos superiores y no tenía pelos en la lengua en criticar a los dirigentes del país. Al final, a principios de 1947, Kulik, junto con los generales Vasili Gordov y Philip Ribalchenko del mismo distrito militar, fue arrestado, y tres años después fusilado “bajo la acusación de organizar una conspiración para luchar contra el régimen soviético”. Sólo después de la llegada al poder de Nikita Khrushchev, Kulik fue restituido póstumamente en el rango militar de mariscal y se le devolvió el título de Héroe de la Unión Soviética y sus condecoraciones estatales.
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