Así fue la conquista del Lejano Este por parte de Rusia

Nikolái Karazin
Si los rusos se hubieran demorado un poco más, la región podría haberse convertido en una colonia estadounidense, francesa o británica.

En la década de 1630, el Estado ruso, que controlaba gran parte de Siberia, inició la exploración y conquista del norte del Extremo Oriente. Los destacamentos de cosacos avanzaron hasta la costa del Pacífico, estableciendo fuertes y fortalezas a lo largo del camino, poniendo a las tribus locales bajo la “mano del Alto Soberano” e imponiendo un impuesto sobre las pieles, conocido como yasak.

El establecimiento del poder zarista no siempre fue pacífico, ni mucho menos. Hubo una feroz resistencia al nuevo orden, en particular, por parte de los habitantes de la península de Chukotka. La resistencia culminó con el despliegue de más de mil soldados por parte de ambos bandos y una serie de batallas. Una imagen poco halagüeña del ruso ha arraigado en el folclore chukki: “Ropas de hierro, bigote de morsa, ojos redondos de hierro, lanzas hasta el codo, belicistas, ansiosos de luchar”.

Los chukchi consiguieron infligir varios golpes contundentes a las tropas rusas. Por ejemplo, en la batalla de Yegach, en 1730, pereció el coronel cosaco Afanasi Shestakov, y en la batalla de Orlova, en 1747, el destacamento del comandante Dmitri Pavlutski fue derrotado, que murió en el campo de batalla. La emperatriz Catalina II acabó superando el problema prometiendo una cuota de independencia en los asuntos internos a cambio de su obediencia.

A pesar de la resistencia de los chukchi, así como de los levantamientos periódicos de los koryaks en la península de Kamchatka, los rusos continuaron su avance en las regiones del norte del Lejano Oriente. Tanto es así que, a finales del siglo XVIII, comenzaron a colonizar Alaska. La situación era más complicada en el sur. Allí, en la cuenca del río Amur, Rusia se enfrentaba a la oposición del poderoso Imperio Qing de China.

La llegada de los “bárbaros lejanos” a las tierras de los daurios, un pueblo mongol que pagaba tributo a Pekín, se consideró una burda invasión de la esfera de influencia de China. En 1685, el fuerte ruso de Albazin, en el río Amur, fue asediado por un ejército Qing de 5.000 hombres. A pesar de que los efectivos del enemigo eran diez veces superiores, la guarnición rusa resistió. No fue hasta que cuando quedó claro que no llegarían refuerzos, los defensores aceptaron una rendición honorable.

La fortaleza rusa Albazin asaltada por las fuerzas manchúes/chinas Qing. Grabado holandés del siglo XVII

Los chinos de la dinastía Qing (también conocida como Manchú, la última dinastía imperial de China, que gobernó de 1644 a 1912) derribaron las fortificaciones, pero tras su marcha Albazin fue reocupada por las tropas rusas. El ejército Qing sitió la prisión por segunda vez, pero sus furiosos asaltos quedaron en nada. Sin embargo, el violento enfrentamiento con China agotó los recursos del Estado ruso en el Extremo Oriente, que ya estaban sobrecargados. En 1689, las partes firmaron el Tratado de Nerchinsk, por el que los rusos cedían la fortaleza de Albazin y algunos de sus territorios adquiridos al Imperio Qing, deteniendo así el avance ruso hacia el océano Pacífico a lo largo del río Amur.

Enviados rusos en China en el siglo XVII.

A partir de entonces, durante casi un siglo, los rusos perdieron el interés por la región del Amur. Por un lado, San Petersburgo estaba convencido de que los chinos tenían un firme control sobre la región. Por otro, los rusos tenían la falsa impresión de que la desembocadura del Amur no era apta para la navegación, y que Sajalín era una península, lo que crearía dificultades adicionales para la navegación.

Soldados chinos

La aparición de nuevos actores obligó a Rusia a activar sus fuerzas en el Extremo Oriente. Los barcos británicos, franceses y estadounidenses eran cada vez más frecuentes en el mar de Ojotsk. “En los años 1820-30, año tras año, escuadras enteras de balleneros extranjeros comenzaron a aparecer en número cada vez mayor frente a las desiertas costas rusas y a menudo atacaban y saqueaban los asentamientos costeros... Rusia se enfrentó, si no a la pérdida total de la región, sí a un aumento significativo de los daños causados por los marinos extranjeros a la población y a la propiedad estatal en la costa y en las aguas del Pacífico", escribió el almirante Guennadi Nevelskói en sus memorias.

El gobernador general de Siberia Oriental, Nikolái Muravyov, comprendía bien la amenaza que supondría para Rusia la toma de la región del Amur por una potencia europea o por los estadounidenses: “La orilla izquierda del Amur no pertenece a nadie: los pueblos tungúsicos locales vagan por ella. Si los británicos lo descubren, ocuparán Sajalín y la desembocadura del Amur. Ocurrirá muy repentinamente, sin previo aviso, lo que podría terminar en que Rusia perdiera toda Siberia, porque Siberia pertenece a quien tenga la orilla izquierda y la desembocadura del Amur…”

Retrato del Conde Nikolái Muravyov-Amurski.

En 1849 y 1850, Muraviov autorizó varias expediciones a la región del Amur, inicialmente bajo el mando del entonces capitán Nevelskoi. Al enterarse de que Sajalín es una isla, de que la desembocadura del Amur es perfectamente navegable y de que no había ninguna huella china, Nevelskói actuó con audacia y decisión. Fundó el puesto de Nikoláiev (actual ciudad de Nikolaevsk-del-Amur) en la desembocadura del río y repartió a las tribus locales folletos en varios idiomas destinados a los navegantes extranjeros, proclamando que “todo el territorio del Amur hasta la frontera coreana con la isla de Sajalín es una posesión rusa, no se tolerarán órdenes ni insultos no autorizados a los pueblos que lo habitan”.

La ciudad de Nikolaevsk-del-Amur, en el Extremo Oriente ruso, a principios del siglo XX.

Todavía temeroso de una reacción airada de la China Qing, el gobierno ruso trató de degradar a Nevelskói al rango de marinero por tal imprudencia. Pero Muraviev intercedió por él ante Nicolás I. El zar acabó pronunciándose: “La hazaña de Nevelskói es valiente, noble y patriótica, y donde una vez se iza la bandera rusa, nunca debe ser arriada”.

Guennadi Nevelskói

Rusia comenzó a aumentar constantemente su presencia militar en la región del Amur. Al final, debilitada por las Guerras del Opio contra las potencias occidentales, China se vio obligada a reconocer la región del Amur y el vasto territorio de Ussuri como parte del Imperio ruso. El más importante de la serie de acuerdos bilaterales que formalizaron estas adquisiciones fue la Convención de Pekín de 1860. Para conseguir la aquiescencia del gobierno Qing, el embajador ruso en el Imperio del Medio, Nikolái Ignatiev, medió en las negociaciones con Francia y Gran Bretaña, cuyas tropas ya habían entrado en la capital china, y les convenció de que no arrasaran la ciudad.

Firma del Tratado de Pekín por Lord Elgin y el Príncipe Kung.

Fue entonces cuando se trazaron a grandes rasgos las fronteras del Extremo Oriente ruso, que, con pequeñas modificaciones, siguen vigentes en la actualidad. Solo la cuestión de Sajalín y las islas Kuriles, que pasaron al control de Moscú tras la Segunda Guerra Mundial, sigue sin resolverse.

T-26 soviéticos en el sur de Sajalín, 1945.

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