Cuando el espía soviético Guoergui Agabekov huyó injustificadamente de Turquía, donde estaba destinado, a París, la policía secreta soviética condenó al desertor a muerte en ausencia. Detrás del complot para matar al desertor estaba Alexánder Korotkov, un joven oficial de inteligencia, que hasta hace poco era un simple técnico de ascensores en Lubianka.
El técnico
Alexánder Korotkov no estaba destinado inicialmente a convertirse en un espía destacado. Hijo de una familia pobre, tuvo que abandonar sus sueños de estudiar en la Universidad Estatal de Moscú para trabajar como técnico y ayudar a su madre que, a falta de cónyuge, trabajaba demasiado para mantenerse a flote.
El tenis era la vía de escape del joven y se convirtió también en lo que cambió su vida, que podría haber sido tan anodina.
Korotkov jugaba al tenis en el club deportivo Dinamo y ocasionalmente servía de recogepelotas durante los partidos entre otros jugadores. Uno de ellos era Veniamin Herson, empleado de la Dirección Política Estatal Conjunta, la policía secreta de la Unión Soviética, también conocida como OGPU.
“Una persona que quería entrar en la sociedad Dinamo tenía que trabajar en el sistema de la OGPU. De lo contrario, era imposible convertirse en un jugador de la Dinamo”, explica el escritor e historiador de los servicios de inteligencia soviéticos Theodore Gladkov.
Herson empleó a Korotkov como técnico de ascensores en Lubianka, la sede de la policía secreta.
Quizás, la única intención de Herson era ayudar al joven a impulsar su carrera deportiva, pero el destino le tenía reservado otros planes. Después de trabajar como técnico durante unos meses, Korotkov ascendió a la categoría de empleado y, poco después, se convirtió en asistente de un operativo de la OGPU. Fue entonces cuando comenzó la extraordinaria carrera de Korotkov.
Asesino en libertad
Poco después, Korotkov acabó en una dirección de inteligencia de la policía secreta.
Debido a las excepcionales cualidades del joven espía, los jefes de inteligencia invirtieron en Korotkov para convertirlo en un activo de inteligencia altamente eficiente -y letal- de la Unión Soviética, un país que trataba sin piedad a sus enemigos políticos en el extranjero.
Uno de los primeros objetivos de Korotkov fue Gueorgui Agabekov, un notorio espía soviético que desertó del servicio de inteligencia y recurrió a ganar dinero publicando materiales muy comprometedores sobre la inteligencia soviética.
Al ser un antiguo agente residente en Irán, las publicaciones de Agabekov desestabilizaron las posiciones soviéticas en el país y comprometieron a varios agentes encubiertos que perdieron la vida a consecuencia de ello.
Tras recibir la orden de matar, Korotkov ideó un complot que pretendía atraer a Agabekov a un lugar de encuentro secreto en París proponiéndole un trato para el contrabando de piedras preciosas supuestamente robadas en España. El desertor cayó en la trampa y acabó metido en una maleta en el fondo del Sena.
Le siguieron otros asesinatos políticos. En una carta privada dirigida al entonces jefe del aparato de seguridad soviético, Lavrenti Beria, describe cómo decapitó a uno de los seguidores de Trotski. Korotkov escribió que “realizó el trabajo más siniestro, desagradable y peligroso” mientras estaba sobre el terreno.
Tras las líneas enemigas
Sin embargo, el talento de Korotkov para reunir información y cultivar fuentes de inteligencia en el extranjero pronto prevaleció sobre sus otras habilidades más siniestras y fue enviado a la Alemania nazi en una misión encubierta justo antes de que estallara la guerra con la Unión Soviética.
La misión de Korotkov era establecer conexiones con agentes durmientes en la Alemania nazi y proporcionar a la Unión Soviética información sobre la investigación y el desarrollo militar de los nazis.
Unos meses antes de la invasión nazi de la URSS, Korotkov advirtió a Moscú sobre el próximo ataque. “La fuente mencionada declaró recientemente que el ataque contra la Unión Soviética es un asunto decidido”, decía la nota de Korotkov a Beria.
Aunque el mensaje de Korotkov corroboraba lo que decían otros espías soviéticos, se sabe que Stalin ignoró las alarmantes advertencias.
Cuando finalmente estalló la guerra, Korotkov estaba en la embajada soviética en Berlín, que fue bloqueada y asegurada por miembros del cuerpo de Schutzstaffel. A pesar de estar aparentemente inmovilizado, Korotkov consiguió milagrosamente convencer al jefe del cuerpo de las SS que estaba de guardia para que le dejara salir durante un breve periodo de tiempo.
Con el pretexto de encontrarse con su novia, Korotkov se reunió con varios agentes de la inteligencia soviética en la Alemania nazi para pasarles dinero y el equipo necesarios para continuar sus misiones en tiempos de guerra.
Y lo que es más sorprendente, Korotkov consiguió escapar de la Alemania nazi y llegar a Moscú, donde entrenó y preparó a nuevos agentes de inteligencia soviéticos para trabajar tras las líneas enemigas.
Después de la guerra, Korotkov regresó a la Alemania ocupada. “Fue uno de los fundadores de la inteligencia de Alemania Oriental. Basta con decir que había estado en contacto con una persona como Heinz Felfe, [un espía de alto rango con base] en Alemania Occidental. A esta persona se le llama el Philby alemán. Ocupó cargos muy importantes en el contraespionaje alemán [occidental] y fue una de las fuentes más valiosas para el contraespionaje soviético”, explica el escritor Jan Edynak sobre Alexánder Korotkov.
Korotkov siguió participando en asuntos de inteligencia hasta su muerte el 27 de junio de 1961. Korotkov, de 51 años, entonces general de división, murió de una rotura de aorta mientras jugaba al tenis en el club Dinamo de Moscú. Pasó a la historia como uno de los oficiales de inteligencia más notables de la URSS.