A las 14:30 horas del 28 de marzo de 1979 sonó el teléfono en la sección consular de la Embajada de EE UU en Moscú. Hablaba un hombre soviético que no se identificó. Preguntó si podía obtener ayuda para solicitar un visado estadounidense.
La llamada telefónica desencadenó una cadena de acontecimientos que pronto provocaría una crisis de rehenes sacada de una película de Hollywood y que involucró a las dos superpotencias en conflicto durante la Guerra Fría.
Más allá de los guardia
Tras la llamada telefónica no solicitada del desconocido, el segundo secretario de la embajada, Robert W. Pringle, salió a recibir al hombre en la calle Chaikovski (actual bulevar Novinski), donde se encontraba la embajada.
Nunca se informó de lo que hablaron los hombres, pero por alguna razón, Pringle acompañó al recién conocido al interior de la embajada, pasando por delante de los guardias soviéticos que no tenían autoridad para impedir que la persona que acompañaba a un diplomático estadounidense entrara en lo que de iure se consideraba territorio de EE UU.
Cuando el acompañante del diplomático atravesó las puertas de la embajada, la situación se deterioró rápidamente. “Poco después de que entrara y subiera los cuatro escalones hasta la sala de espera, una secretaria se dio cuenta de que parecía agarrarse la cintura. Abrió su abrigo y dijo que llevaba una bomba que detonaría a menos que le dieran permiso para salir de la Unión Soviética”, informó The New York Times al día siguiente.
El personal de la embajada estaba encerrado en el edificio, donde un hombre visiblemente inestable amenazaba con suicidarse detonando una bomba que destruiría las instalaciones. Rápidamente alertaron a las fuerzas especiales soviéticas.
El problema de los soviéticos
“Las autoridades soviéticas llegaron al lugar sobre las 16:30 horas. Se dejó claro que el problema era de ellos. Se trataba de un ciudadano soviético, en nuestra opinión, que representaba una amenaza”, dijo Malcolm Toon, embajador de EE UU en la URSS en ese momento.
Al mismo tiempo, el grupo de operaciones especiales Alfa del KGB, dirigido por el comandante del grupo Guennadi Zaitsev, estaba preparando una operación para liberar la embajada.
“El director del KGB nos ordenó llegar a la embajada. No descartamos que tuviéramos que utilizar las armas. El uso de la fuerza fue autorizado por la parte estadounidense. Al mismo tiempo, se decidió negociar con este criminal, porque no sabíamos nada de él. Me asignaron esa misión”, dijo Zaitsev en una entrevista que concedió años después.
La próxima operación de las fuerzas especiales soviéticas era especialmente delicada a la luz de la geopolítica de la época: EE UU y la URSS eran enemigos ideológicos acérrimos que en ocasiones corrían el riesgo de iniciar una Tercera Guerra Mundial. Que los soldados soviéticos disparasen armas en el territorio de EE UU -ya que la embajada así se consideraba- entrañaba graves riesgos para las relaciones bilaterales de las dos superpotencias nucleares y, dicho sea de paso, también para el resto del mundo.
En una muestra de fe sin precedentes, los comandos soviéticos debatieron los detalles de la próxima operación con representantes de la embajada de EE UU y del Ministerio de Asuntos Exteriores soviético. Ya que esperar las órdenes de Washington podía llevar demasiado tiempo, el embajador estadounidense Toon tomó la decisión unilateral de autorizar a los comandos soviéticos a usar armas dentro de la embajada. La misión fue un éxito.
Negociaciones
Tres comandos soviéticos entraron en la embajada para acercarse al terrorista, establecer contacto con él, conocer sus motivos y convencerle de que se rindiera. Cuando los tres hombres entraron en una habitación, vieron “a un hombre joven y fuerte que estaba medio girado hacia nosotros”.
Cuando el terrorista vio a los operativos vestidos de paisano, exigió que sólo quedara uno de ellos. Dos abandonaron el edificio, dejando al comandante Zaitsev para negociar.
“El 'visitante', es decir, el terrorista -un hombre corpulento y de pelo castaño- reveló inmediatamente un artefacto explosivo. Lo vi pegado a su estómago, hecho de acero inoxidable. Era un pasador [detonante] que sostenía en su mano derecha y que no soltó ni un segundo”, dijo Zaitsev.
Fue entonces cuando el comandante de Alfa se enteró de las intenciones del terrorista.
“Francamente, la conversación fue muy tediosa. Sin embargo, conseguí que hablara”, dijo Zaitsev. “Se llamaba Yuri Vlasenko, nacido en 1953, residente en la ciudad de Jerson, antiguo marino mercante. Planeaba aprobar los exámenes de ingreso en la Universidad Estatal de Moscú, pero fracasó”.
Amenazando con inmolarse, Vlasenko, de 26 años, exigió que se le concediera permiso para marcharse a Estados Unidos, donde pensaba recibir educación superior.
“En el transcurso de la conversación posterior me formé la firme opinión de que se trataba de un discapacitado mental, [una suposición] que se confirmó posteriormente”, dijo Zaitsev.
Para Vlasenko, el problema era que, aunque Washington decidiera concederle un visado de entrada a EE UU, las autoridades estadounidenses tenían poca influencia sobre las soviéticas, que no querrían dejar impune al terrorista.
Zaitsev trató de convencer a Vlasenko de que renunciara a su pésimo plan, pero no logró grandes avances.
“El terrorista cometió muchos errores. Pero aún no tenía suficiente experiencia como para aprovecharme de sus errores”, explicó Zaitsev, que pudo retirarse dejando a Vlasenko y la bomba sellados en la habitación.
Disparos y explosión
Durante las negociaciones, algunos miembros del equipo Alfa creyeron que Vlasenko solo necesitaba tiempo para desahogarse contando las penurias a las que se había enfrentado en su vida. Los jefes del KGB no eran tan empáticos con el hombre que era su principal dolor de cabeza.
“¿Cuándo se liberará la embajada?”, era la pregunta recurrente que los jefes planteaban al equipo Alfa, sin dejar lugar a conversaciones más prolongadas.
Tras cinco horas de inútiles negociaciones, los comandos soviéticos recibieron la orden de detener a Vlasenko y avanzaron. Le siguió un lanzamiento de gases lacrimógenos, ya que los combatientes supusieron que eso sería suficiente para que el terrorista se rindiera.
Sin embargo, no fue así. Vlasenko cerró una ventana para que entrara el aire fresco y empezó a gritar. Al hacerlo, el terrorista se expuso a los francotiradores, que efectuaron dos disparos apuntando al brazo del hombre.
“Esperábamos que el terrorista soltara el pasador por el dolor. Pero no se consiguió el resultado deseado. Después de que las balas impactaran en su brazo, Vlasenko tiró convulsivamente del pasador y se hizo explotar. La onda expansiva hizo que saltaran por todos lados trozos de cristal, marcos y barrotes de las ventanas. Afortunadamente, logré apartarme, lo que me salvó la vida. La sección consular se incendió”, escribió el coronel Serguéi Golov, médico del ejército y uno de los comandos Alfa que trabajó en la operación.
El desventurado aspirante a estudiante resultó gravemente herido por la explosión de su propio artefacto y murió más tarde en el hospital.
Afortunadamente para los comandos Alfa y el personal de la embajada, la bomba no dañó las paredes estructurales del edificio, ya que la sección más potente de la bomba no detonó por un fallo mecánico.
Aunque la prensa soviética convirtió esta operación del recién formado equipo de operaciones especiales Alfa en una historia de éxito y los miembros del equipo recibieron una recompensa económica y fueron elogiados oficialmente por liberar la embajada sin dejar morir a nadie más que al terrorista, fueron criticados a puerta cerrada por el jefe del KGB, Yuri Andrópov.
Andropov criticó a los comandos Alfa por “su incapacidad para tomar decisiones rápidas e independientes y por prolongar innecesariamente la operación”.
Las duras críticas tras el velo de los elogios oficiales abrieron la puerta al rápido desarrollo de Alfa: los comandos fueron equipados con nuevas armas modernas y entrenados para diversos escenarios.
Muy pronto, los comandos Alfa demostrarían las nuevas habilidades en acción al asaltar con éxito el Palacio Tajbeg y orquestando un golpe de Estado en Afganistán el 27 de diciembre de 1979.
Haga clic aquí para saber por qué los operativos especiales soviéticos asaltaron el Palacio Tajbeg y mataron al líder afgano Hafizulla Amin en 1979.