¿A qué rusos exterminaron los alemanes en el Frente Oriental?

Historia
BORIS EGOROV
Incluso antes de la invasión de la Unión Soviética, las tropas alemanas sabían exactamente qué categorías de ciudadanos del país eslavo no debían sobrevivir a la ocupación.

Trabajadores políticos

Antes de la Operación Barbarroja (nombre en clave de la invasión nazi de la URSS), el destino de los trabajadores políticos del Ejército Rojo (comisarios militares, instructores/supervisores políticos, etc.) ya estaba sellado. Según las “Directivas para el tratamiento de los comisarios políticos” (también conocidas como “Orden de los comisarios”), emitidas por el Alto Mando de la Wehrmacht el 6 de junio de 1941, debían ser eliminados en primer lugar.

“¡En la lucha contra el bolchevismo no se puede contar con que el enemigo respete los principios de humanidad o el derecho internacional!”, proclamaban las Directivas: “Los comisarios políticos son los iniciadores de los bárbaros métodos de guerra asiáticos. Por lo tanto, deben ser tratados inmediatamente y con toda crueldad... Los comisarios no están reconocidos como soldados; no se les aplica ninguna protección legal internacional”.

Hollywood suele presentar a los comisarios soviéticos como perros estalinistas despiadados y cobardes que se escondían detrás de los soldados de primera línea mientras les apuntaban con una pistola a la espalda. En realidad, los trabajadores políticos del Ejército Rojo se encontraban a menudo entre los más firmes y valientes combatientes. Eran responsables de la moral de la tropa y del entrenamiento de combate, y a menudo eran los primeros en lanzar un ataque, llevando a todos los demás con ellos. Por eso eran un enemigo tan peligroso y poderoso a los ojos de los alemanes.

Cuando eran capturados, los trabajadores políticos eran separados de los demás soldados y, tras un interrogatorio (a veces sin él), eran ejecutados en el acto. En los campos de prisioneros de guerra se realizaban controles adicionales para asegurarse de que ninguno se les había colado. “Entre los prisioneros de guerra había víboras y sinvergüenzas que, por una colilla, un plato de sopa de colinabo y un trozo de pan, delataban a los instructores políticos, a los comisarios y a los judíos; sin esos traidores, la Gestapo nunca habría podido identificarlos en el campo”, recuerda Mijaíl Temkin, que pasó por diez de esos campos de concentración.

“Lo que más me sorprendió de los instructores políticos y de los miembros del Partido Comunista fue su dignidad inherente y sus inconfundibles signos de educación”, escribió el militar alemán Heinrich Metelman en sus memorias A través del infierno por Hitler: “Nunca, o prácticamente nunca, los vi en estado de desesperación. Nunca lloraron ni se quejaron, nunca pidieron nada. Cuando llegaba la hora de la ejecución, y las ejecuciones eran continuas, iban al cadalso con la cabeza bien alta.”

Los judíos en el Ejército Rojo

Los soldados judíos fueron las primeras víctimas del Holocausto en suelo soviético. Las redadas y ejecuciones comenzaron ya el 22 de junio de 1941, al comienzo mismo de la invasión, unos días antes de las primeras acciones de exterminio de la población civil judía.

Plenamente conscientes de lo que les esperaba en el cautiverio, a menudo los judíos se suicidaban. A mediados de julio de 1941, por ejemplo, la 375ª División de Radio fue rodeada por los alemanes. “No había nada que hacer más que rendirse”, recuerda Ígor Melko: “Entonces Yasha (Liport) dijo: ‘No puedo ir allí’. Se puso en pie, se quitó la gorra de campaña, subió al puente y avanzó directamente hacia el fuego de las ametralladoras”.

Al igual que los trabajadores políticos, los prisioneros que se consideraban judíos eran separados de los demás soldados y eliminados inmediatamente. En los campos estacionarios y de tránsito para prisioneros de guerra, los Einsatzgruppen (“grupos de despliegue”, escuadrones de la muerte paramilitares procedentes de los servicios de seguridad) trabajaban para identificar a los “elementos racialmente inferiores” mediante exámenes médicos; muchos también fueron delatados por sus supuestos compañeros de armas.

A veces los judíos eran señalados “por pura intuición”, dice Naum Fishman, que sobrevivió milagrosamente al cautiverio. “El oficial al mando y el sargento mayor que lo acompañaba caminaban lentamente a lo largo de la línea, deteniéndose, observando cuidadosamente los rostros de los alineados. El oficial levantaba su látigo, lo apoyaba contra el pecho del prisionero y pronunciaba la palabra ‘Tú’”.

Los “judíos” descubiertos de esta manera eran ejecutados inmediatamente. “A los judíos identificados entre los cautivos les esperaba una muerte brutal”, cuenta Afroim Fraiman, prisionero del campo de Peski, cerca de Pskov: “Podían ser sumergidos en agua fría y luego dejados desnudos a la intemperie en la escarcha hasta que morían congelados”. Otro judío del Ejército Rojo, traicionado por un colaborador, fue atado a un coche y arrastrado en círculos por el suelo. Los alemanes observaban su tormento y se reían. La muerte más rápida para un prisionero judío en este campo era que los guardias le echaran encima los perros y muriera de esta manera tan salvaje”.

Según diversas estimaciones, hasta 85.000 soldados soviéticos de etnia judía acabaron en el cautiverio alemán. Sólo unos pocos centenares lograron sobrevivir y volver a casa.

Los partisanos

Los alemanes sabían muy bien, incluso antes de la invasión, que se enfrentarían a la resistencia de la guerrilla de una forma u otra. El 13 de mayo de 1941, el Alto Mando de la Wehrmacht emitió el “Decreto sobre la Regulación de la Conducta de las Tropas en el Distrito ‘Barbarroja’ y el Manejo de la Resistencia”, que decía claramente: “Los guerrilleros deben ser muertos sin piedad por las tropas, en la batalla o durante su persecución”. 

Se crearon nueve Einsatzgruppen para la guerra de contraguerrillas.

Sin embargo, la magnitud de la resistencia de los partisanos soviéticos sorprendió y consternó a los alemanes. A partir de pequeños ataques de sabotaje contra pequeñas guarniciones, los “vengadores del pueblo” formaron rápidamente destacamentos completos capaces de liberar vastos territorios detrás de las líneas enemigas (las llamadas tierras de los partisanos), incluso enfrentándose a unidades regulares de la Wehrmacht en igualdad de condiciones.

La insensibilidad y el odio de los alemanes hacia los “brutales asesinos desvergonzados” llegaron a un punto de ebullición. Si los trabajadores políticos y los judíos aún tenían una posibilidad (aunque mínima) de sobrevivir a los campos, los partisanos eran fusilados de inmediato. Cabe recordar que estos últimos a menudo pagaban a los alemanes capturados con la misma moneda.

Una forma común de ejecutar a los “bandidos del bosque” era el ahorcamiento público. Una muerte tan vergonzosa, creían los nazis, intimidaría y advertiría a los habitantes de los territorios ocupados para que no ayudaran al movimiento partisano, ya que podrían ser los siguientes en ser colgados. “En la calle Moskóvskaia, donde ahora se encuentra la ‘Casa de la Vida’, había [un mercado]”, cuenta Valentina Poliak, residente en Minsk: “Los alemanes nos llevaban allí desde la escuela y nos obligaban a ver cómo ahorcaban a los partisanos. Esta imagen espantosa pasa por delante de mis ojos hasta el día de hoy. Yo tenía 12 años”.

“Los alemanes y los colaboracionistas mataban a cualquier partisano hecho prisionero, lo golpeaban hasta la muerte”, recuerda el “vengador del pueblo” Grigori Isers: “Había un partisano en nuestro destacamento que se había escapado del cautiverio. Nadie se fiaba de él, no le devolvían las armas y vigilaban cuidadosamente cada uno de sus pasos. Que hubiera estado en las garras de los alemanes y hubiera sobrevivido nos parecía increíble”.

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