Hoy en día es bastante difícil, incluso en el país más democrático del mundo, imaginar que se puedan adquirir materiales radiactivos en una tienda. Sin embargo, hay gente en Rusia que bromea acerca de la “Tienda para Jóvenes Terroristas” que existía en la URSS. Se llamada Izotopía, y no sólo era popular en toda la Unión Soviética sino que había extranjeros que iban a comprar allí y también tenía un servicio de entrega para la exportación.
Estaba situada en la Prospekt Leninski, una calle que conducía al centro de Moscú. En el techo del edificio había un enorme cartel publicitario de neón con una representación del átomo en cuatro colores y eslóganes en tres idiomas: Atome pour la paix y Atom for Peace, junto al ruso Атом для мира. Esta frase explicaba el motivo de la creación de una tienda de este tipo: a finales de los años 50 la Unión Soviética defendía fervientemente el uso pacífico de la energía atómica. El mensaje principal era que la radiactividad se estaba convirtiendo en parte de la vida cotidiana de los soviéticos y que les ayudaría a hacer todo tipo de cosas: conservar las patatas, eliminar las fugas de drenaje e incluso contar el pescado.
Patatas con irradiadas con energía atómica
La existencia de la tienda fue posible gracias a un descubrimiento hecho 25 años antes, en 1934. El físico francés Frédéric Joliot-Curie demostró que la radiactividad puede ser producida por el hombre. Se trataba de una idea poco probable en ese momento. Hasta entonces se había creído que la radiación artificial era imposible y que también lo era controlar (ralentizar o acelerar) la emisión radioactiva, ya que se trataba de un proceso intraatómico autónomo. Curie demostró lo contrario: al irradiar aluminio con polonio, obtuvo núcleos atómicos de fósforo que no se encuentran en la naturaleza y que surgen como resultado de la desintegración radiactiva. En otras palabras, acaba de descubrir un isótopo radioactivo.
El aspecto más sorprendente del descubrimiento era que el isótopo se limitaba a retener la radiactividad durante un corto período de tiempo y que el nivel de radiación se podía medir fácilmente. Fueron estas características las que abrieron el camino para la aplicación de los isótopos en la industria, la ciencia, la medicina e incluso en el mundo del arte. Tan solo un año después del descubrimiento de la radiactividad artificial, los científicos habían obtenido más de 50 isótopos radiactivos.
Funcionaban como fuentes de radio invisibles que enviaban continuamente señales sobre su paradero. Podían ser monitoreados con la ayuda de detectores de radiación o contadores de partículas cargadas. Podían utilizarse, por ejemplo, para calcular la rapidez con la que se deterioraban las paredes de un alto horno. Ya no era necesario suspender el funcionamiento de un horno. Todo lo que se necesitaba era insertar algún material radiactivo en la pared y luego, cuando el horno se ponía en marcha, comprobar la radiactividad de las muestras de metal de cada operación de fundición. Si se detectaba radiación en la fundición era un signo de deterioro del horno.
Los isótopos se utilizaban para contar peces sin sacarlos del agua, para medir la densidad de las pieles, para comprobar si el fertilizante era absorbido correctamente por las plantas y si había fugas de gas en una tubería, para determinar la humedad del suelo, para diagnosticar gastritis, úlceras estomacales y cáncer, para etiquetar valiosas obras de arte, joyas y billetes de banco, y para irradiar patatas para impedir que brotaran.
Y esto no es más que una pequeña parte de los campos en los que se aplicaban los isótopos. A mediados de la década de 1950, daba la impresión de que la Unión Soviética quería cambiar casi todas las industrias a una base isotópica. También parecía atractivo desde el punto de vista de la política exterior. La agenda atómica civil servía a la URSS para diferenciarse de EE UU, una potencia militarista que había bombardeado Hiroshima.
“¿Cuál es la grandeza del átomo soviético? El hecho de que haya sido desmovilizado. Sí, no hay ninguna discusión posible en este sentido. En nuestro país se le ha quitado el uniforme militar. Desde que se inauguró la primera central atómica, el átomo se ha puesto un mono de trabajo. Los isótopos son átomos con monos de trabajo, hijos del trabajo civil”, escribió la revista Ogonyok en 1960.
Cuando se escribió esto, Izotopía llevaba abirta un año.
Suministros para hombres con tirantes
De hecho, nunca fue una tienda ordinaria. Para empezar, los materiales no se vendían a cualquiera, sino solo a compradores autorizados. Una persona de a pie no tenía necesidad de entrar en la tienda y no todos los moscovitas sabían que se vendía aquí y en qué forma. Los visitantes curiosos salían decepcionados: “Estaba vacía y era aburrida. Ni el amenazante destello del mercurio ni la monumentalidad de los lingotes de uranio... como un museo sin exposiciones”, recuerda Viktor de Moscú.
Era obligatorio presentar un documento oficial del lugar de trabajo que certificara que se estaba autorizado a comprar bienes de esta naturaleza. Lo llamaban “documento que establece la preparación de los consumidores en materia de salud pública para recibir, almacenar y trabajar con los bienes mencionados”. Por lo general, eran representantes de fábricas, plantas e institutos de investigación.
Los isótopos se vendían en contenedores a prueba de radiaciones que debían ser devueltos a la tienda en un plazo de 15 días.
El título de los dependientes de la tienda era “director científico de la tienda”, y sólo se reclutaba a personas preparadas adecuadamente. En términos de formato, Izotopía era más una sala de demostración que una tienda estándar con un mostrador de ventas, ya que era imposible ver los productos directamente. El comprador tenía que confiar en las entradas de un catálogo y en una pantalla iluminada que indicaba la disponibilidad. Además, todo esto era suministrado directamente a la tienda por el Ministerio del Interior, los llamados “hombres con tirantes”.
Dada la gran demanda de isótopos, uno habría esperado que la empresa tuviera un gran éxito y una larga vida. La década de 1950 fue un período de auge para los equipos e instrumentos radioisotópicos; eran notables por su alto grado de simplicidad y bajo costo y prácticamente se convirtieron en un sinónimo de “automatización”. Pero la situación resultó no ser tan sencilla.
Radiación para la exportación
En la economía socialista planificada, en la que la escasez era un hecho cotidiano, los suministros de isótopos podían no estar disponibles o tener problemas de embalaje (y, por consiguiente, de seguridad durante el tránsito). Esta amenaza de radiación dio lugar a numerosas preguntas por parte del servicio postal soviético, que muy pronto comenzó a centrarse en la forma de transportar los isótopos sin riesgo para nadie. Esto era importante porque los problemas en el sistema soviético afectaban no sólo a las entregas de los materiales propiamente dichos sino también a los suministros de equipo de protección, como las carcasas de plomo y los instrumentos para medir las radiaciones.
La escasez y los problemas de logística, embalaje, transporte y medidas de seguridad apagaron la euforia por los isótopos dentro de la Unión Soviética. Pero no fuera de ella. Gracias a su alta calidad y bajo precio, los isótopos soviéticos fueron muy valorados en el mercado occidental.
Por ejemplo, un gramo de isótopo altamente enriquecido podía venderse por varios miles de dólares. Pero aparte del monopolio estatal a cargo de las exportaciones de productos basados en isótopos, los propios científicos también los sacaban ilegalmente del país desde varios institutos de investigación soviéticos. En Occidente, normalmente se les pagaba con equipo científico o con la posibilidad de llevar a cabo investigaciones totalmente financiadas en laboratorios extranjeros. Por regla general, esos tratos se preveían en los acuerdos internacionales de cooperación científico-técnica.
A partir de la década de 1990, las exportaciones de este tipo adquirieron proporciones masivas y participaron tanto empresas privadas como empresas afiliadas a institutos de investigación. La tienda de isótopos cerró poco antes de la desintegración de la Unión Soviética. En el lugar en el que estaba ubicada abrió sus puertas en 1990 la primera tienda del país que vendía cámaras instantáneas Svetozor-Polaroid.