Sofía Dolgorúkova, princesa, piloto y taxista

Dominio público
Princesa rusa, descendiente de Catalina la Grande, y también conductora, piloto, enfermera y una verdadera heroína.

A finales de los años 20 en París, muchos emigrantes rusos con talento, incluyendo, por supuesto, muchos nobles, tuvieron que agenciárselas para llegar a fin de mes de alguna manera. Uno podía acabar viajando en un taxi con el escritor Gaito Gazdanov al volante, o incluso con una verdadera princesa rusa como Sofía Dolgorúkova, cuya ascendencia se remontaba a Catalina la Grande y, más atrás en el tiempo, al mismísimo Rurik.

Orígenes en dos líneas bastardas

Alexánder Bobrinski y Nadezhda Bobrínskaia, los padres de Sofía

La princesa Sofía Dolgorúkova tenía sangre Romanov en sus venas. Su abuela materna, Nadezhda Polovtsova (1843-1908), era una hija bastarda del Gran Duque Mijaíl Pavlovich (1798-1849). Y el padre de Sofía, el Conde Alexéi Bobrinski (1852-1927), era el bisnieto del Conde Alexéi Bobrinski, hijo bastardo de Catalina la Grande.

El padre de Sofía era un hombre rico e influyente, miembro del Senado y también un célebre arqueólogo. Pero su madre no era menos famosa Nadezhda Bobrínskaia, nacida Polovtsova (1865-1920), fue una de las primeras astrónomas rusas. Nacida en una familia así, a Sofía le gustaron las ciencias desde temprana edad. Entre 1907 y 1912, estudió en el Instituto Médico Femenino de San Petersburgo, la primera institución educativa de Europa en la que las mujeres podían obtener una educación superior médica En 1913, trabajó de forma voluntaria como enfermera de campo durante la Segunda Guerra de los Balcanes y fue condecorada personalmente por Pedro I de Serbia (1844-1921) por su servicio.

La Princesa Sofía Volkonskaia (antes Dolgorukova), nacida Condesa Bobrinskaia

Pero al mismo tiempo, en 1907, Sofía Bobrínskaia se convirtió en dama de honor de la Corte Imperial Rusa. Ese mismo año, se casó con el Príncipe Piotr Dolgorúkov (1883-1925), un militar. Su matrimonio no fue feliz y aunque tuvieron una hija, Sofía, conocida como Sofka Skipwith (1907-1994), finalmente se divorciaron en 1913. Incluso durante sus primeros años juntos, Sofía pasó mucho tiempo estudiando y en los hospitales. No le gustaba la Corte Imperial, con todas sus formalidades.

Sofka Zinovieff (n. 1961), escritora británica y bisnieta de Sofía Dolgorúkova, afirma sobre Sofía: “El comportamiento de Sofía fue más allá de lo que se esperaba de una joven mujer. No estaba interesada en aparecer en la corte con hermosos vestidos. Siempre vestía de forma sencilla, con una falda larga y una blusa. Aprendió a conducir y en general estaba muy emancipada, lo que era raro para una mujer de su estatus social.”

Enfermera, aviadora, piloto de carreras

Sofía Dolgorukova al volante en el Rally Internacional del Premio Emperador Nicolás II, 1910

No sabemos dónde aprendió a conducir Sofía, pero a los 23 años, en 1910, fue la única mujer que participó en el primer Rally Internacional del Premio Emperador Nicolás II desde Tsárskoye Seló (una residencia imperial cercana a San Petersburgo) hasta Kiev y de vuelta, 3.200 kilómetros en total. El rally tuvo una amplia cobertura en la prensa europea. Los periódicos franceses lo apodaron “La Coupe du Tzar”.

La carrera contó con la participación de unos 50 equipos de Rusia, Alemania, Francia y Gran Bretaña. Y Sofía Dolgorúkova, como escribió el Gobernador de Moscú Vladímir Dzunkovski, “a única mujer que participó en la carrera y condujo ella misma el coche todo el tiempo”, fue el centro de atención de todos. Sofía condujo un Delaunay-Belleville de 19 caballos de potencia y casi cruzó la línea de meta, pero en el camino de regreso, otro coche dañó el radiador de su automóvil, por lo que no pudo terminar la carrera. A pesar de esto, el periódico Russkoie Slovo informó: “La llegada de la Princesa fue recibida con una tormenta de entusiasmo por parte de la multitud. El coche de la valiente atleta, la primera piloto rusa, estaba cubierto de flores...”

Pero aparentemente, Sofía quería llegar aún más alto en términos de emancipación y, en 1912, terminó la escuela de vuelo bajo la dirección de Louis Blériot, un aviador francés, el primer hombre que realizó un vuelo en aeroplano a través del Canal de la Mancha. En 1914, Sofía recibió una licencia de vuelo rusa y se convirtió en una de las primeras mujeres pilotos de Rusia.

Un Delaunay-Belleville (1909) perteneció a la familia real. El niño al volante es el zarevich Alexey Romanov, hijo de Nicolás.

Al comenzar la Primera Guerra Mundial, Sofía solicitó un puesto en la aviación militar, pero su petición fue rechazada y la Princesa Dolgorúkova llegó al frente de combate como enfermera. Al principio, Sofía sirvió cerca de Varsovia y luego en Irán. Pero en 1917, Alexánder Kerenski, Presidente del Gobierno Provisional, concedió a las mujeres rusas el derecho a servir en el ejército, Dolgorúkova se unió al Destacamento Aéreo del 26º Cuerpo y probablemente realizó algunas misiones de combate. Pero después de que el Imperio Ruso cayera bajo el dominio bolchevique, Sofía tuvo que huir del país. Para entonces, era conocida como la Princesa Volkónskaia.

Princesa al volante

Sofía Dolgorukova al volante en el Rally Internacional del Premio Emperador Nicolás II, 1910

En 1918, durante el tumulto revolucionario en Rusia, Sofía se casó con otro príncipe, Peter Volkonski (1872-1957), pero al mismo tiempo perdió la pista de su hija Sofka. La princesa Sofía no supo que Sofka, que servía como dama de honor de la emperatriz viuda María Fiodorovna (1847-1928), fue evacuada entre un un gran grupo de aristócratas con María Fiodorovna a Inglaterra en la primavera de 1919. Madre e hija se reunieron finalmente en Bath (Inglaterra) pero entonces, Sofía decidió volver a Rusia por su marido.

“Sofía ya sabía de mi segundo matrimonio y lo tomó como un insulto personal hacia ella misma”, escribió Sofía en sus memorias, ‘Vae Victis’ (“Ay de los vencidos” en latín), publicadas en 1934. Sin embargo, regresó a Rusia vía Finlandia. Cuando Sofía llegó a San Petersburgo en 1920, se enteró de que su marido estaba encerrado en el campo de concentración de Ivanovski en Moscú.

El monasterio Ivanovski, donde el marido de Sofía fue retenido en un campo de concentración temporal en los años 20.

“Mi llegada causó una verdadera impresión en la prisión. No ocurría a menudo que alguien regresara voluntariamente a la URSS. Pero una esposa venía del extranjero para ayudar a su marido, lo nunca visto”, escribió Sofía. En Moscú, ella usó sus conexiones para acceder a Maxim Gorki e incluso a Leonid Krasin, el ministro bolchevique de comercio, tratando de poner en libertad a su marido, al que visitaba en el campo de concentración cada semana. Finalmente fue liberado en febrero de 1921. “Le debes totalmente tu libertad a tu esposa”, le dijo Mijaíl Boguslavski, un oficial de la seguridad del estado, a Piotr Volkonski.

Sofía y Piotr salieron primero de Moscú hacia San Petersburgo, donde vivieron en la habitación de Anna Ajmátova en la “Casa de las Artes” en la calle Moika, 59. Eran tan pobres que tuvieron que vender caras mantas francesas y libros antiguos que Sofía se había llevado de su antigua casa en San Petersburgo. Finalmente pudieron dejar la Rusia soviética a través de Estonia unos meses después. Sofía tenía 34 años en ese momento.

La “Casa de las Artes” en la calle Moika, 59.

Conducir un taxi fue sólo una de las ocupaciones que ayudaron a sobrevivir a Sofía y a su marido durante los últimos años que pasaron en Francia. Aunque el Príncipe Volkonski no era apto para el trabajo normal de diario, sirvió como secretario e intérprete. Sofía murió en París en 1949. Georgui Ivanov, un poeta ruso emigrado, escribió sobre ella: “En cualquier país, la mente, el talento literario, la exclusividad espiritual y la energía de la difunta Sofía Volkónskaia habrían atraído la atención de todos hacia ella, la habrían puesto en un puesto de altura bien merecida. En cualquier país al que perteneciera. Pero vivió en un país extranjero durante mucho tiempo - y murió allí.”

En su libro de 1934, la propia Sofía se mostró bastante escéptica sobre su vida posterior: “La propia estupidez, la deshonestidad de los demás... Dinero, ruina, pobreza... Enseñar gimnasia, cuidar de los enfermos en Niza, filmar como extra, leer en voz alta a un banquero ciego, aprobar un examen para taxista en París... Y melancolía, melancolía sin fin”.

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