Rusia es el país con menor número de samis (los miembros de un pueblo indígena) del norte de Europa. Para sobrevivir, han decidido darle a la Laponia rusa un lavado de cara moderno, pero manteniendo un toque tradicional.
Junto a la oficina de correos y a la única gran tienda de alimentos, Diksi, se encuentra un edificio de hormigón con un techo triangular como una cabaña, vivienda tradicional de los sami. Solía ser un restaurante antes de que el edificio fuera comprado por el mayor banco de Rusia, el Sberbank. Ahora hay un letrero encima de la puerta de hierro que indica el horario de apertura del Centro Nacional Sami. El interior, normalmente está vacío. En sus paredes hay fotografías de la tundra (que se encuentra a 100 metros de aquí), un horario de actividades para los niños y muestras de artículos de artesanía como guantes de piel de ciervo.
Este es el asentamiento de Lovózero, en la Península de Kola, un lugar más allá del Círculo Polar Ártico. Múrmansk, una ciudad importante, está a 167 km de distancia. Pero es este pueblo en medio de la tundra el que es la “capital” de la Laponia rusa. Aquí hay más gente Sami por metro cuadrado que en cualquier otro lugar, y su principal tarea es no desaparecer. Durante varias décadas, los que continúan llamándose a sí mismos “sami” han estado usando la palabra con resentimiento: “Nos han convertido en una nación decorativa”.
Pero en los últimos años Lovózero se ha hecho famoso. En 2017, fue visitado por hasta 10.000 turistas.
“En la escuela no se nos permitía hablar el idioma sami”
Los sami son un pueblo indígena del norte de Europa y las tierras que habitan se llaman Laponia, del antiguo nombre que se utiliza para referirse a ellos: lapones (el término ruso correspondiente es “lopari”). Las tierras que habitan pertenecen a cuatro países: Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia. En total, hay alrededor de 80.000 de ellos, la mayoría de los cuales reside en Noruega, y la cantidad más pequeña en Rusia.
Según el censo de 2010, Rusia cuenta con sólo 1.771 lapones, y la cifra no ha cambiado mucho desde principios del siglo XX: el Imperio Ruso, así como la URSS y la Federación Rusa, siempre han tenido en sus fronteras aproximadamente el mismo número de lapones. Pero lo que ha cambiado mucho es el número de samis que recuerdan su idioma y sus tradiciones.
“Durante el período soviético no se nos permitía hablar el idioma sami en la escuela”, dice Valentina Sovkina, residente en Lovózero. “Pero a pesar de ello lo escuchaba hablar en casa. Hoy puedo entender el idioma y pedir a todos mis familiares que lo conocen que me lo hablen. Mis hijos saben dos o tres palabras”.
De hecho, no hay un solo idioma sami, sino que hay diferentes dialectos. En Rusia se hablan cuatro de ellos.
La candidata de Filología Rimma Kuruch recuerda: “Cuando en 1975 llegué a Múrmansk, sabía que los samis vivían en la península de Kola, pero no podía imaginar el estado en que se encontraba su cultura nacional. El idioma sami se transmitía literalmente de boca a oreja, ya que no tenía forma escrita y no se enseñaba en la escuela”. Fue entonces cuando un grupo de entusiastas se reunió y comenzó a trabajar en el alfabeto sami, un manual de sami y un diccionario sami. No fue el primer intento de este tipo, pero definitivamente el más exitoso. El idioma sami (dialecto Kildin) comenzó a enseñarse en las escuelas y colegios de Lovózero. Sin embargo, sólo 353 personas lo hablan en Rusia, y la mayoría de ellas tienen entre 70 y 80 años.
Nómadas del pasado
Hoy en día los jóvenes samis tratan de mudarse a la ciudad a la primera oportunidad. No existen muchas oportunidades en Lovózero. Principalmente, sólo una: trabajar en la tundra.
Tradicionalmente, los samis se ganan la vida con el pastoreo de renos, migrando de un lugar a otro con una manada de estos animales. En la tundra viven en viviendas temporales puntiagudas llamadas kuvaks que están cubiertas de pieles de reno y tienen un aspecto similar al de los chums de los Nenets.
“Nací aquí, en Lovózero, y un mes después de nacer ya me llevaron a la tundra. En renos, ya que no había vehículos todoterreno disponibles en aquel entonces. Mi madre se encargaba de cuidar la cabaña y se ocupaba de las tareas domésticas”, dice el pastor de renos Gavril Kirílov.
Uno puede aprender a ser pastor de renos en el colegio local, en un proceso que dura dos años y 10 meses. Pero el trabajo no está bien pagado, de media, 25.000 rublos (392 €) al mes. Las personas que se dedican a la cría de renos tardan mucho tiempo para recibir el pago por la carne de reno que venden a los mataderos, y de hecho también tardan mucho tiempo para recibir su salario. Ya no se les permite vivir en la tundra con niños, pues las condiciones de vida no son adecuadas para estos últimos, que tienen que ser enviados temporalmente a un internado.
Para hacer frente a los problemas que enfrentan los samis, en 2008 los locales incluso quisieron crear un parlamento Sami como los que existen en otras partes de Europa (los samis rusos tratan de mantener contacto con los europeos).”Estudiamos a fondo todos los documentos disponibles y nos enteramos de cómo se habían establecido los parlamentos samis en Finlandia, Noruega y Suecia. Luego comenzamos a prepararnos para un congreso, buscando delegados”, dice Valentina Sovkina. Sugirió que cada aldea sami debería exhibir una bandera sami. Pero las autoridades regionales no apoyaron ninguna de las dos ideas (parlamento o bandera), calificándolas de secesionismo. Los samis locales se enojaron mucho. Sovkina se enjuga las lágrimas. “Nos hemos convertido en una nación decorativa, de la que sólo se espera que baile. Parece que es mejor callarse y resolver nuestros problemas entre nosotros”, dice.
De hecho, hasta hace poco los samis de la región de Múrmansk sólo eran recordados en los días festivos (cuando un grupo sami con ropa tradicional interpretaba danzas samis) o durante los Juegos Sami. Durante estos últimos, por ejemplo, se celebran competiciones de fútbol sami en las que sólo participan mujeres, utilizando un balón de fútbol hecho de piel y cuero de reno. Todo cambió en 2010.
Sami: el negocio
Si los samis sólo son necesarios para el entretenimiento, ¿puede estar en ello su salvación? Eso es lo que pensó Iván Golovin, jefe de la comunidad sami, cuando decidió arrendar 50.000 hectáreas de tierras para el pastoreo de renos e invitó a amigos de Lovózero a vivir en una comunidad como habían hecho sus antepasados. Llamaron al lugar, que está a 30 km de Lovózero, Sam-Syyt, traducido como “aldea sami”, y empezaron a ganar dinero con el etnoturismo.
Ahora los turistas, a los que les gusta ser fotografiados vistiendo ropa tradicional sami, aprenden hechos históricos que dan un poco de miedo, como el hecho de que ponerse ropa sami equivale a robarle la identidad a una persona. “Un tocado femenino bordado con cuentas era una especie de pasaporte para la mujer, pues aportaba información sobre si estaba casada, cuántos hijos tenía, dónde vivía y cuán rica era su familia”, dice Vitali Krut, miembro de la comunidad sami. “Son precisamente estos detalles los que han hecho que la gente empiece a venir hasta aquí”.
En 2017, la aldea sami fue visitada por más de 10.500 turistas provenientes de China, Tailandia, Australia, India y Europa. La aldea es una recreación viva de la vida que los samis han vivido durante siglos: Hay viviendas kuvak y un santuario con ídolos de madera (los samis adoran a los espíritus de la naturaleza). Y como entretenimiento han añadido algo nuevo: un mini-zoo con animales del Ártico, muchos perros husky, quads y actividades como dar un paseo en trineo de renos por la tundra.
Ahora los samis esperan que, si no es por la cría de renos, por lo menos el negocio del etnoturismo, que está de moda y es muy lucrativo, sirva para que su pueblo pueda permanecer unido y no se disperse por el país. “Esperamos que los jóvenes vengan a vivir aquí. Queremos llevar a cabo todo un proyecto: si un hombre sami se casa con una chica sami y tienen hijos, les proporcionaremos una vivienda”, dice Golovin.
Es cierto que todavía no ha nacido ningún pequeño sami en esta aldea étnica. Pero han conseguido construir un hotel.
Pincha aquí para ver la hipnótica danza de los renos de la península de Kola.