“Estos granjeros temerosos de Dios que derraman sangre por la libertad de su patria estarán siempre más cerca del corazón de la Santa Rusia que nuestro enemigo jurado, la fría y altiva Inglaterra”, escribió el popular periódico ruso Novoie Vrémia el 16 de octubre de 1899.
Esta efusión emocional fue causada por la Segunda Guerra Bóer, que acababa de comenzar en Sudáfrica entre los bóers, descendientes de los colonos holandeses, alemanes y franceses que defendían la independencia de sus dos estados (Transvaal y el Estado Libre de Orange) contra el invasor Imperio Británico.
La valerosa resistencia de los bóers tocó la fibra sensible de muchos países del mundo, entre ellos el imperio Ruso, donde la admiración por esta gente amante de la libertad se combinó con una anglofobia profundamente arraigada.
Los rusos y los bóers ¿pueblos hermanos?
“Los bóer tienen mucho en común con los rusos... Al igual que los rusos, son principalmente un pueblo agrícola”, escribió el mismo periódico.
Algunos incluso constataron un parecido físico: hombres fuertes, altos y con barbas tupidas. También eran profundamente religiosos y, como los rusos, tenían un temperamento plácido y una forma de vida fuertemente patriarcal.
Cuando estalló el conflicto, la bóerfilia se extendió por toda Rusia. Los bares y tabernas vibraban al son del himno nacional bóer y hablaban de la guerra en África.
Se recogían donaciones en las iglesias y se enviaban a los bóers. Y cuando el general bóer Pete Arnold Cronier fue hecho prisionero, se recaudó dinero para enviarle una bratina: una gran cuba de vino adornada con plata. En ella había hojas de papel con las firmas de 70.000 admiradores.
Exclamaciones vistas ocasionalmente en la prensa como “Ya tenemos suficientes problemas propios” o “¿Qué tienen que ver los bóers con nosotros?” eran rápidamente condenadas. El país se vio sumido en un odio generalizado hacia el “británico rapaz” que pisoteaba la independencia de las pequeñas naciones.
Según los historiadores Apollon Davidson e Irina Filatova, que han investigado el conflicto, la historia rusa contiene relativamente pocos ejemplos de tal unanimidad pública. Incluso los liberales se sintieron defraudados por Gran Bretaña debido a su aparente traición a las ideas liberales.
¿Guerra con Gran Bretaña?
Con espuma en la boca, los fanáticos anglófobos de Rusia gritaban y pedían entre aullidos la guerra contra Gran Bretaña. La situación para Londres era realmente preocupante. Se condenaba a Gran Bretaña desde muchos países, incluyendo Francia, Alemania y los Países Bajos. La propaganda anti-británica también fue promovida por el Vaticano. Peor aún, una serie de sensacionales victorias de los bóers en las primeras etapas de la guerra había socavado seriamente la autoridad militar de la “Señora de los Mares”.
Los líderes rusos, sin embargo, no querían ir a la guerra por el bien de unos alejados agricultores sudafricanos. El 22 de marzo de 1900, Nicolás II escribió a la emperatriz viuda María Fiodorovna (su madre): “Es sorprendente la cantidad de tonterías que dice la gente... que van camino de Moscú para declarar la guerra a Inglaterra."
Sin embargo, el imperio Ruso se adhirió a la postura pro-Bóer. El mundo lo entendió quizás como la única fuerza capaz de detener a los británicos, ya fuese por medios militares o diplomáticos. Pero todos los esfuerzos de Rusia fueron finalmente en vano.
Una conferencia de paz en La Haya, convocada por iniciativa de San Petersburgo seis meses antes de la guerra para evitar el conflicto, había terminado con la firma de unos pocos documentos sin sentido que no hicieron nada para detener el estallido de las hostilidades. Los británicos ni siquiera permitieron que los representantes de las repúblicas bóer asistieran a ella.
Cuando la guerra estalló, San Petersburgo se esforzó por crear una alianza antibritánica con Berlín y París. La idea, sin embargo, fracasó porque ambas naciones estaban todavía enfrentadas por el destino de Alsacia y Lorena.
Nicolás II estaba seguro de que podía detener la guerra en cualquier momento. Poco después de que comenzaran los combates, escribió a su hermana, la Gran Duquesa Xenia: “Sabes, querida, no me siento orgulloso, pero sí complacido de saber que los medios para cambiar el curso de la guerra en África son sólo míos. Son muy sencillos: Telegrafiar una orden a todas las tropas del Turquestán [de Asia Central] para que se movilicen y se acerquen a la frontera. ¡Eso es todo! Ni siquiera las flotas más fuertes del mundo pueden impedir que hagamos dar buena cuenta de Inglaterra, donde es más vulnerable”
Sin embargo, la declaración jactanciosa del zar nunca fue implementada en la práctica. La movilización parcial del Cuerpo de Ejército del Cáucaso fue pura pose y los británicos, que entendieron muy bien que Rusia estaba fanfarroneando, respondieron ignorándola.
La ayuda real
La ayuda rusa a los bóers no se limitó a la diplomacia y a las donaciones. Un total de 225 voluntarios partieron hacia el país. El número de personas dispuestas a hacerlo era muchísimo mayor, pero no todos podían permitirse el largo y costoso viaje hacia el otro extremo del mundo.
Las estadísticas oficiales rusas también dejaron fuera a los emigrantes del imperio Ruso, en particular a los judíos que se habían establecido en Transvaal y en el Estado Libre de Orange antes del conflicto, y que tomaron las armas cuando fueron requeridos por su nueva patria.
El más destacado entre los voluntarios rusos fue el teniente coronel retirado Evgueni Maxímov, que entre los bóers había ascendido al rango de general.
Gracias a Maxímov, la inteligencia de los ejércitos bóer, desaparecida, fue sustituida por sistemas sistemáticos y específicos de reconocimiento. También inculcó el sentido de la disciplina, la cohesión y la subordinación indiscutible al mando militar, lo que mejoró enormemente la eficacia en combate.
Dos destacamentos de la Cruz Roja Rusa en Transvaal constituyeron el mayor contingente de médicos europeos en la región. El primero en llegar fue el llamado “destacamento gubernamental”, que recientemente había adquirido una experiencia inestimable en Abisinia (Etiopía).
El segundo era voluntario, creado a partir de donaciones públicas. La mitad de sus integrantes eran rusos y la otra mitad holandeses 2para facilitar las relaciones con el gobierno y los habitantes de Transvaal”.
Ambas unidades trabajaron en Sudáfrica hasta la caída de las repúblicas, ganándose la admiración y el respeto de los bóers, que solían desconfiar un poco de los europeos.
Sin embargo, sin quererlo, los rusos ayudaron mucho no sólo a los bóers, sino también a sus opresores británicos. En septiembre de 1901 se supo que Rusia era el principal proveedor de caballos de tiro para el ejército británico en Transvaal. Un general de división llamado Thomson los compraba y exportaba al por mayor a través del puerto de Odessa.
Cuarenta mil caballos ya habían sido vendidos y enviados cuando estalló el escándalo. Incapaz de prohibir legalmente la venta de animales a Gran Bretaña, el Ministerio de Guerra ruso hizo todo lo posible para complicar y sabotear este tipo de comercio.
A pesar de toda la ayuda dada por el imperio Ruso y otros países simpatizantes, Gran Bretaña finalmente aplastó a los Bóers y anexó sus estados a su vasto imperio en 1902. Rusia no pudo evitarlo.
Durante algún tiempo después, la anglofobia continuó impregnando a la sociedad rusa. Sin embargo, este sentimiento desapareció repentinamente en 1907. Con el fin de ocultar viejos agravios, los dos imperios, temerosos de una Alemania en ascenso, firmaron una convención conjunta sobre una nueva alianza político-militar: la Entente.