Durante la década de 1950, la Guerra Fría entre las dos superpotencias se volvió a veces muy caliente: no sólo estábamos tratando de superarnos en términos de destreza militar, sino que también llevamos esa carrera al espacio. Se entiende que los misiles estuviesen de moda cuando se trataba de borrar del mapa a tu rival con sólo pulsar un botón. El espacio, por otro lado, era más una cuestión de prestigio: tener el control de los cielos y flotar sobre el territorio de tu enemigo era un logro incalculable.
Hubo un tiempo, sin embargo, en el que estos dos objetivos se convirtieron repentinamente en uno solo. Fue cuando los científicos soviéticos pensaron seriamente en bombardear la Luna. Más tarde, sin embargo, se enteraron de que los estadounidenses estaban planeando casi lo mismo.
Neil Armstrong se convirtió en el primer hombre en pisar nuestro satélite. Tras llegar a este en su módulo Apolo 11, alunizó en el mar de la Tranquilidad en 1969 (algunas personas todavía dudan sobre esto). La URSS nunca logró esa impresionante hazaña. Sin embargo, una década antes de eso, los soviéticos habían tomado la delantera.
El 14 de septiembre de 1959, la Luna 2 (una sonda automática) aterrizó por primera vez en la superficie de la Luna. Fue un viaje de ida. La sonda fue (literalmente) disparada desde Baikonur, y después de un vuelo de 33 horas, se plantó en el suelo lunar, para permanecer allí para toda la eternidad. En 1959, Estados Unidos ni siquiera podía soñar con hacer algo así. El primer administrador de la NASA, T. Keith Glennan, elogió a la URSS por enviar esta sonda no tripulada a la Luna.
En la presencia del vicepresidente de EE UU, Richard Nixon (2º a la izq), el presidente de EE UU, Dwight Eisenhower (a la izq), observa una miniatura de Lúnik, regalada por el líder soviético, Nikita Jrushchov (a la drcha), durante su visita oficial a EE UU, el 15 de septiembre de 1959, Washington.
AFP, Patrick Pelletier (CC BY-SA 3.0)Semanas más tarde, Nikita Jrushchov, de la URSS, visitó Estados Unidos y le entregó con orgullo al presidente Dwight Eisenhower una copia del estandarte que los rusos habían dejado en la Luna. Todavía se puede ver en un museo en la ciudad natal de Eisenhower, Abilene, Texas.
Por supuesto, la Luna 2 fue el resultado de muchas pruebas fallidas y proyectos rechazados. El físico atómico, Yákov Zeldóvich, había estado detrás del más ambicioso de ellos, justo un año antes de que los soviéticos lanzaran su sonda en 1958. Propuso a la agencia espacial soviética hacer algo mejor que enviar una simple sonda: armarla con una cabeza nuclear.
Los soviéticos consideraron seriamente la idea por una cuestión bastante curiosa: era pequeña. Tan pequeña que Moscú temía que no llamase la atención lo suficiente al estrellarse en la Luna. ¡Algo fácil de evitar si la cargas con una bomba nuclear!
Físico soviético, Yákov Zeldóvich (1914 - 1987).
Anatoli Morkovkin/TASS“La idea era que cuando se produjera la explosión, sería acompañada de un destello tan grande que todo observatorio espacial con la mirada puesta en la Luna podría registrarla”, explico el científico e ingeniero soviético, Borís Chertok, en su libro Cohetes y seres humanos. Chertok era uno de los ayudantes más cercanos a Serguéi Koroliov, uno de los jefes del programa espacial soviético.
La luna sobrevivió. Chertok y Mstislav Keldish (el otro director del programa espacial) lograron disuadir a Koroliov, y luego a Zeldóvich, de seguir adelante con el plan. Los riesgos eran demasiado grandes. Si la sonda se desconectase, podría estrellarse contra la Tierra junto con su carga útil, y la Unión Soviética sufriría las consecuencias. Si esto sucediera en el espacio y la sonda no se quemase en la atmósfera, la bomba podría caer literalmente en cualquier parte del planeta, con lo que otra Guerra Mundial estaría casi asegurada.
Maqueta de la sonda espacial Luna 2.
Alexánder Mokletsov/SputnikMoscú logró que la trayectoria de vuelo de la Luna 2 quedara registrada en los radares de Occidente sin tener recurrir al uso de una bomba nuclear: informaron al director de un observatorio británico para que supervisase las etapas finales del viaje. Este, a su vez, confirmó el éxito soviético a los estadounidenses. Y nadie dudó de los soviéticos.
Es curioso cómo, a pesar de toda su rivalidad, los soviéticos y los estadounidenses eran parecidos en muchos aspectos cuando del ingenio puesto en planes para superarse entre sí. Es aún más gracioso que la idea de bombardear la Luna fuera un ejemplo de patrones de pensamiento similares. Excepto que en Estados Unidos este plan fue ideado por los militares. Su existencia salió a la luz a finales de la década de 1990.
Mediante el proyecto A119, creado hace unos 50 años, se suponía que la NASA bombardearía la Luna por la misma razón por la que los soviéticos habían querido hacerlo.
“Estaba claro que el objetivo principal de la detonación propuesta era un ejercicio de relaciones públicas y una demostración de superioridad. La Fuerza Aérea quería una nube en forma de hongo tan grande que fuera visible desde la Tierra”.
El Dr. Leonard Reiffel, de 73 años, concedió una entrevista a The Guardian en el año 2000. Era uno de los científicos del proyecto A119.
“Dejé claro en su momento que supondría un enorme costo para la ciencia el destruir un entorno virgen como la Luna, pero la Fuerza Aérea de EE UU estaba principalmente preocupada por la forma en que se desarrollaría la explosión nuclear sobre la Tierra”, señaló.
Se puede adivinar que no pasó nada y que prevaleció el sentido común. La ciencia tuvo éxito en convencer a los militares, haciéndoles ver que bombardear nuestro único satélite no sólo era peligroso para la humanidad, sino también algo, evidentemente, tonto.
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