En septiembre de 1961, The New York Times informó que la Unión Soviética se preparaba para llevar a cabo una poderosa explosión experimental. El plan era detonar 100 millones de toneladas de TNT estratégicamente colocadas, causando olas que devastarían las costas del Pacífico y el Atlántico de Estados Unidos. El proyecto, cuyo nombre en clave era Latina (Avalancha), buscaba la creación de un tsunami artificial como alternativa limpia al uso de armas nucleares, pero lo suficientemente potente como para causar enormes bajas entre la población civil. Todo resulta aún más inquietante cuando se menciona el nombre del líder del proyecto, ya que no era otro que Andréi Sájarov, el célebre físico y Premio Nobel de la Paz, considerado uno de los más grandes humanistas del siglo XX. ¿Cómo pudo suceder algo así?
El letal proyecto, que tenía más que un parecido pasajero con la película The Day After Tomorrow, no era en realidad una idea rusa. Los primeros intentos de causar un tsunami fueron llevados a cabo por los propios estadounidenses. Su operación secreta Project Seal era esencialmente idéntica en su objetivo: borrar a su enemigo de la faz de la tierra con una ola superpoderosa.
Fue concebido por el oficial de la Marina, E.A. Gibson, cuando se dio cuenta de cómo unas operaciones de voladura para limpiar el arrecife de coral existente alrededor de unas islas del Pacífico provocaron enormes olas. Asumiendo que el tamaño de estas dependía directamente de la fuerza de la explosión que la había producido, los militares decidieron investigar esta teoría. Las pruebas comenzaron en 1944 frente a las costas de Nueva Caledonia, donde se detonaron 3.700 bombas, y más tarde cerca de Auckland, Nueva Zelanda.
Nikita Jrushchov.
Getty Images“Fue absolutamente asombroso. Primero, que a alguien se le ocurriera la idea de desarrollar un arma de destrucción masiva basada en tsunamis... y también que Nueva Zelanda parecía haberla desarrollado con éxito en la medida en que podía haber funcionado”, dijo el cineasta neozelandés, Ray Waru, que examinó los expedientes militares que se encontraban en los archivos nacionales.
No pasó mucho tiempo antes de que la Unión Soviética recibiera informes de inteligencia sobre las pruebas de EE UU y pensara que era una gran idea, mucho más efectiva que la de los aviones cargados con ojivas nucleares, rastreables por los sistemas de defensa aérea. Entonces, el lider soviético, Nikita Jrushchov, ordenó que se realizaran estudios de viabilidad.
Para entonces, la URSS ya había desarrollado su propia bomba de hidrógeno, uno de cuyos creadores fue el físico Andréi Sájarov. Un equipo de científicos, entre ellos él, se enfrentó a la tarea de probar la bomba en nuevas condiciones: acuáticas. El problema era cómo llevarla hasta el lugar idóneo sonde detonarla.
En sus memorias, Sájarov escribió: “Después de probar [la bomba del zar], me preocupaba la falta de medios para transportarla (los bombarderos no eran la mejor opción, podían ser derribados fácilmente). Aquello significaba que, en un sentido militar, nuestro trabajo era inútil. Decidí que el portador ideal podría ser un gran torpedo lanzado desde un submarino”.
Una base naval de EE UU fue designada como objetivo de ataque. “Por supuesto, la destrucción de las instalaciones portuarias, causada por la deflagración dentro y fuera del agua cuando el torpedo de 100 megatones “saltase” fuera del líquido elemento, habría ocasionado un gran número de víctimas”, escribió Sájarov, brutalmente imperturbable.
Andréi Sájarov.
APContinúa diciendo cómo compartió su idea con el contraalmirante Piotr Fomín, responsable de las pruebas con armas nucleares de la flota soviética. Fomín se sorprendió por el proyecto, describiéndolo como una verdadera masacre de la población civil. “Me sentí avergonzado y no volví a hablar de mi proyecto con nadie más”, recordó Sájarov.
Pero se discutieron otros métodos. Se planteó la hipótesis de que un torpedo, armado con una carga superpotente, podría dispararse a una distancia segura si se le instalaba un cronómetro. De esa manera, explotaría en el momento adecuado, causando un tsunami. Otra opción era convertir el torpedo en una bomba de relojería y lanzarlo frente a las costas de Estados Unidos, pudiendo ser detonado en cualquier momento.
Sí y no. Una bomba superpotente habría producido una ola gigante pero no, como demostraron las pruebas, a la escala imaginada. Esta conclusión fue alcanzada independientemente tanto por EE UU como por la URSS.
El físico Borís Altschuler afirma que en 2002 el Instituto de Física de la Academia Rusa de Ciencias recibió la visita de varios físicos nucleares estadounidenses: “Uno de ellos me dijo en privado que cuando era joven y trabajaba en el Laboratorio Nacional de Los Álamos, se le había ordenado calcular los parámetros de una bomba de hidrógeno capaz de crear una ola con el poder de destruir la URSS”. Hizo diligentemente los cálculos solicitados y determinó que sería factible crear un tsunami de 1 km de altura en el océano Ártico. Sin embargo, su informe acababa una conclusión negativa: el tamaño geográfico de la Unión Soviética hacía que el proyecto fuera impracticable. “La ola no llegaría a Moscú ni a las minas nucleares de Siberia. Sin mencionar el hecho de que la ola se movería en círculos concéntricos en todas direcciones, incluso hacia Estados Unidos, Canadá y Europa”, describía el informe.
El colega de Sájarov en el proyecto de la superbomba, Yuri Smirnov, también vertió su propio jarro de agua fría. El Atlántico era poco profundo, mientras que un tsunami gigante en el Pacífico sólo habría destruido California. Las Montañas Rocosas habrían impedido que la ola siguiera avanzando, lo que habría hecho todo el esfuerzo inútil desde el punto de vista militar.
EE UU archivó el proyecto, y Jrushchov, obedeciendo el consejo de los militares y científicos, canceló la orden de equipar los submarinos con bombas de hidrógeno.
En el momento en que Sájarov escribió sus memorias, se había desilusionado con el Gobierno soviético, admitiendo: “Intenté crear un mundo irreal para mí como justificación”. Pero en la década de 1950, había sido un comunista comprometido y creía que el país que había incinerado Hiroshima y Nagasaki podría algún día hacer lo mismo con su tierra natal.
Además, consideraba que era su deber moral neutralizar esta amenaza, por lo que nunca expresó remordimiento por sugerir este tipo de proyectos (por los que se le otorgó el título de académico (de la Academia Soviética de Ciencias a la tierna edad de 32 años). Sájarov creía sinceramente que sus ideas evitarían, y no provocarían, la Tercera Guerra Mundial. “Las armas termonucleares aún no han sido usadas contra personas en guerra. Mi sueño más preciado (más profundo que cualquier otro) es que esto nunca suceda, que las armas termonucleares frenen la guerra pero sin que nunca se usen”.
“Vivió demasiado tiempo en un mundo extremadamente aislado, en el que se sabía muy poco sobre los acontecimientos del país, sobre la vida de las personas en otros sectores de la sociedad y sobre la historia de la nación en el que trabajaban y al que servían”, señaló el escritor e historiador Roy Medvédev, que fue el biógrafo contemporáneo y posterior de Sájarov.
En 1975, cuando se le concedió el Premio Nobel de la Paz, se había convertido la voz del movimiento disidente y de los derechos humanos en la Unión Soviética, y uno de los principales exponentes de los crímenes de la era de Stalin para el público occidental.
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