Imagina a una linda y educada bábushka rusa de 90 años que tiene pinta de poder atiborrarte a dulces hasta la muerte. A esto hay que añadirle otras detalles: la creación de un partido socialista ilegal, conspiración para realizar atentados terroristas y el hecho de pasar un tercio de su vida en prisión y en el exilio. Catherine Breshkovski es también conocida por su apodo: “Abuela de la Revolución rusa”.
Aunque nació en el seno de una familia noble, Breshkovski quería liberar al campesinado ruso del opresivo sistema social del país y propagó la revolución entre los campesinos a partir de los 30 años. Sin embargo, sus esfuerzos fracasaron cuando los campesinos, que no querían rebelarse, la delataron ante las autoridades. Después de varios años en prisión, Breshkovski cofundó el Partido Socialista Revolucionario (SR) y comenzó a realizar ataques terroristas contra funcionarios del Gobierno.
Breshkovski fue finalmente apresada y pasó diez años en el exilio, entre 1907 y 1917. No salió en libertad hasta que tuvo lugar la Revolución de 1917. Sin embargo, la “Abuela” odiaba a los bolcheviques, por lo que se vio obligada a emigrar después de que ellos tomaron el poder.
En 1877, el gobernador de San Petersburgo, Fiódor Trépov, ordenó la flagelación de un detenido político, lo que era un castigo escandaloso e ilegal incluso en la Rusia del siglo XIX. Hoy se organizarían manifestaciones contra Trépov, pero en aquel entonces los medios de protesta eran un poco más directos. Una joven llamada Vera Zasúlich fue a la residencia de Trépov y le disparó dos veces.
Trepov sobrevivió al intento de asesinato y, como era muy impopular, el jurado excusó a Zasúlich. Sin embargo, tuvo que abandonar Rusia. El Gobierno, conmocionado por la decisión del jurado, quiso volver a detenerla. Cuando vivía en el extranjero abandonó los medios de lucha violentos y se convirtió en una de las primeras marxistas rusas, escribiendo artículos e inspirando al pueblo a levantarse contra sus opresores.
El 1 de marzo de 1881, una bomba hirió de muerte al emperador Alejandro II, cuyo cortejo se desplazaba por San Petersburgo. Segundos antes, una joven había señalado con su pañuelo en lugar por el que avanzaba la comitiva y dio la orden para lanzar el ataque. Se trataba de Sofía Peróvskaia, una antigua aristócrata que había dejado su familia y se había unido a una célula terrorista revolucionaria.
Enfadada por la injusticia social en Rusia, Peróvskaia se unió a la organización socialista Naródnaia volia (Voluntad popular). Creían que la muerte del emperador Alejandro II destruiría la imagen de su poder divino y llevaría a la nación hacia una reforma constitucional.
Se trataba de una lógica ingenua. El siguiente emperador, Alejandro III, se limitó a apretar las tuercas. Peróvskaia, junto con otros cuatro miembros clave de Voluntad popular, fue capturada, condenada y ejecutada en la horca. No se arrepintió de nada, ni siquiera cuando escribió una carta a su madre: “Créeme, querida mamá... he vivido según me obligaron mis convicciones; no podía hacer otra cosa”.
“Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”, dicen. En el caso del líder revolucionario Vladímir Lenin, esta fue su fiel esposa, Nadezhda Krúpskaia.
Se conocieron en un círculo socialista ilegal en San Petersburgo, sobrevivieron juntos al exilio y a años de emigración. Regresaron a Rusia en 1917. A lo largo de su matrimonio, Krúpskaia siguió siendo un miembro activo del Partido Bolchevique y trabajó duro, encriptando todas las cartas de su marido y organizando el trabajo encubierto de los marxistas radicales en Rusia.
Su vida nunca fue fácil. Sufría una enfermedad genética incurable, perdió pronto su belleza y no pudo tener hijos. Sin embargo, nunca se quejó y cumplió con su deber. Cuando los soviéticos llegaron al poder trabajó en el Gobierno y participó en el establecimiento del sistema educativo soviético. Vivió 15 años más después de la muerte de Lenin. Siempre permaneció fiel a él y protegió su legado.
El periodista estadounidense, John Reed, llamó a María Spiridónova, la joven líder de los socialistas revolucionarios de izquierda en 1917, “la mujer más popular e influyente de Rusia”. Sin embargo, en aquellos tiempos despiadados, la popularidad tenía un precio terrible. Y Spiridónova lo pagó, tanto antes como después de la Revolución.
En 1906, Spiridónova, de 22 años, mató a un funcionario del Gobierno que había reprimido con violencia las revueltas campesinas. Intentó dispararse a sí misma para evitar ser capturada, pero fracasó. Los cosacos arrestaron a Spiridónova, la golpearon y la violaron. El tribunal la condenó a trabajos forzados en Siberia, donde pasó los siguientes diez años.
Después de la Revolución de 1917, Spiridónova, admirada por su lucha, dirigió a los socialistas revolucionarios de izquierda en San Petersburgo. Durante varios meses, su partido trabajó estrechamente con los bolcheviques, pero luego los criticó duramente por suprimir las libertades y traicionar a la Revolución.
Como era de esperar, no salió bien parada. Los bolcheviques prohibieron su partido, la arrestaron y la expulsaron de la política, exiliándola a Uzbekistán. En 1937, fue nuevamente arrestada y encarcelada. En 1941, los guardias soviéticos la ejecutaron, cumpliendo la orden de Iósif Stalin.
Aquí te presentamos otras cinco mujeres clave en la Revolución de 1917.
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