El último zar de Rusia, Nicolás II, fue ejecutado el 17 de julio de 1918, cuando los guardias bolcheviques abrieron fuego contra él y su familia, compuesta por su esposa, sus cuatro hijas y un hijo. También ejecutaron a cinco sirvientes. Este espeluznante acontecimiento tuvo lugar en el sótano de la llamada Casa de Propósitos Especiales en Ekaterimburgo (ciudad de los Urales, a 1.700 km al este de Moscú), donde se encontraba la antigua familia imperial desde abril de 1918.
Los bolcheviques, dirigidos por Yákov Yurovski, un hombre de barba negra que trabajaba en la Cheka (policía secreta) local, actuaron a sangre fría y mataron con cuchillos y bayonetas a quienes no habían muerto por las balas. Eso es lo que Yurovski mismo escribió en una nota, llamándose a sí mismo en tercera persona, “comandante”, ese era su puesto en la Casa de Propósitos Especiales (casa Ipátiev).
“El comandante les dijo a los Romanov que, como sus parientes en Europa seguían atacando a la Rusia soviética, el Gobierno bolchevique de los Urales había dado el veredicto para disparar contra ellos. Nicolás se volvió hacia la familia y luego se volvió hacia el comandante, preguntando: ‘¿Qué? ¿Qué?’. El comandante lo repitió... y entonces comenzó el tiroteo, que duró dos o tres minutos. Fue el comandante quien mató a Nicolás inmediatamente”.
La última frase, sin embargo, podría ser incorrecta. Hasta hoy se sigue discutiendo quién disparó y mató al zar. El testimonio de Yurovski es muestra de su crueldad y brutalidad. ¿Cómo se convirtió en verdugo?
De relojero a bolchevique
En la serie Los últimos zares de Netflix, Yurovski está interpretado por Duncan Pow y desempeña un papel crucial como antagonista de Nicolás II. El emperador era (según la serie) un hombre amable pero débil que no quería reinar. Yurovski, por el contrario, se muestra como una persona devota que haría cualquier cosa por la causa en la que creía: mejorar la vida de la gente común.
Una de las escenas muestra a Yurovski hablando con Nicolás días antes de su ejecución. Los dos hombres comparten un cigarrillo y Yurovski recuerda cómo se conocieron. “1891, tenía 10 años. Estabas completando tu gira por el Lejano Oriente. Te detuviste en Tomsk... Yo tenía una pequeña bandera y la agitaba. Solo era una de las hormiguitas a las que saludabas con la cabeza”.
En realidad Yurovski no se molestaba en hablar con Nicolás II a menos que fuera necesario y mucho menos en compartir los recuerdos de su infancia. Nacido en una familia judía pobre en 1878 cerca de Tomsk (3.600 km al este de Moscú) –así que en 1891 no tenía diez años– Yurovski era el octavo entre diez hermanos. En los primeros años de su vida, a menudo cambiaba de lugar de residencia y ocupación. Vagaba frecuentemente por Rusia, como aprendiz de relojero.
En 1905 Yurovski conoció a los revolucionarios. Era conocedor de las dificultades a las que se enfrentaban diariamente los rusos y se convirtió en un ardiente opositor a la monarquía. Pasó años en el exilio. Luego, 12 años después, dio la bienvenida a la Revolución de 1917, que dio el poder a sus camaradas bolcheviques.
Nuevo nombramiento
Lenin, Trotski y otros líderes comunistas gobernaban la Rusia soviética desde Moscú, mientras que Yurovski estaba entre los que trabajaban en el interior de Rusia, concretamente en Ekaterimburgo, una importante ciudad industrial en los Urales con un poderoso movimiento obrero. Fiel al Partido Comunista, Yurovski cumplió diligentemente todo lo que sus jefes le dijeron que hiciera.
Cuando fue nombrado comandante de la Casa de Propósitos Especiales significó que los bolcheviques querían endurecer las condiciones de sus prisioneros reales. “Pusieron una barra de acero en la única ventana que teníamos”, escribió la antigua empratriz Alexandra en su diario poco después de conocer a Yurovski. “Obviamente, tienen miedo de que nos escapemos”. Por otro lado, Yurovski, un hombre de principios, impidió que los guardias robaran la comida de los prisioneros, lo que sucedía a menudo bajo la dirección de su predecesor.
Ejecución descuidada
Yurovski no tenía simpatía por sus prisioneros. Más tarde, en sus memorias, escribiría: “Mi impresión general fue la siguiente: una familia burguesa normal, diría yo... El mismo Nicolás parecía un pequeño oficial de bajo rango... Nadie diría que el hombre fue zar de un país tan enorme durante muchos años…”.
A lo largo de su vida nunca mostró ningún signo de culpabilidad por ejecutar a la familia real, incluidos los niños. Su informe era lacónico: “El 16 de julio, a las 6 de la tarde, Filipp Goloshchiokin (jefe de Yurovski) ordenó ejecutar a los prisioneros”. A la una de la madrugada del día siguiente, los Romanov y sus sirvientes estaban muertos.
Sin embargo, Yurovski y sus hombres fracasaron completamente a la hora de eliminar los cadáveres: su primer plan consistió en arrojar los cadáveres a una mina profunda fuera de la ciudad, pero resultó que no era lo suficientemente profunda, por lo que tuvieron que trasladarlos a otro lugar. Las condiciones climáticas eran severas y los coches no podían llegar al lugar. “No había nada preparado, ni palas, ni nada…”, escribió Yurovski más tarde. Al final, quemaron parcialmente los cuerpos y los enterraron en una tumba poco profunda.
Posteriormente
Había una razón por la que los bolcheviques ejecutaron a los Romanov en julio de 1918. En ese momento el Ejército Blanco estaba cerca de Ekaterimburgo y existía la preocupación de que la familia imperial fuera liberada y sacada del país. Poco después de planear la infame ejecución, Yákov Yurovski, junto con muchos otros bolcheviques, tuvo que huir de la ciudad. Sin embargo regresó más tarde, cuando los bolcheviques finalmente derrotaron a los blancos en 1922. Luego vivió en Moscú y en Ekaterimburgo, donde trabajó en diferentes puestos, ninguno de ellos relacionado con ejecuciones. Yurovski murió en 1938 de una úlcera péptica.