En el verano de 1944, el Ejército Rojo infligió a los alemanes la derrota más catastrófica de su historia. Como resultado de una gran ofensiva lanzada en Bielorrusia, conocida como Operación Bagratión, las unidades de la Wehrmacht y las tropas de las SS perdieron hasta medio millón de soldados, y el Centro de Grupos del Ejército, una de las formaciones encargadas de invadir el territorio soviético, simplemente dejó de existir.
Merecía la pena celebrar este éxito y, aunque Bagratión no había concluido, el Kremlin decidió celebrar un desfile oficial en Moscú, pero centrado en los vencidos, no en los vencedores.
La operación para entregar los prisioneros de guerra alemanes a Moscú y celebrar el desfile fue bautizada en honor de la película musical estadounidense El Gran Vals de 1938, muy popular en la Unión Soviética. Después de todo, el desfile tenía por objeto animar al pueblo soviético y demostrar a los Aliados (y al mundo) la magnitud de los logros del Ejército Rojo.
De entre las masas de soldados cautivos, se seleccionaron a 57.000 de los más robustos, capaces de soportar la procesión de varios kilómetros. Para estar doblemente seguros de que aguantarían el desfile, fueron bien alimentados. Sin embargo, no se les permitió lavarse; a los ojos de los moscovitas, los alemanes tenían que aparecer en condiciones miserables.
A partir del 14 de julio comenzaron a llegar a Moscú trenes cargados de prisioneros alemanes. Se decidió alojarlos en el estadio Dinamo y en el hipódromo de Moscú. La operación se llevó a cabo con el mayor secreto, muchos militares y funcionarios del partido no tenían ni idea sobre ella.
El pueblo de Moscú fue informado por radio sobre el desfile en la madrugada del 17 de julio. Pronto se reunieron multitudes y se encontraron ante el panorama de los prisioneros alemanes marchando en grandes columnas de 600 hombres, 20 por cada fila.
A la cabeza de la marcha se encontraban 19 generales y seis coroneles, luciendo sus uniformes completos, incluidas las medallas. Les seguían más de 1.000 oficiales y una hueste de infantería rasa. No hubo ninguna fanfarria especial para estos últimos, marcharon con la ropa con la que habían sido capturados.
Todo fue intencionalmente hecho para que la masa de cautivos pareciese estar custodiada sólo por un puñado de soldados soviéticos y hombres de caballería armados con sables. Pero de hecho, decenas de miles de soldados del Ejército Rojo y unos 12.000 oficiales del NKVD estaban presentes para garantizar la seguridad de la “Operación Gran Vals”.
La multitud moscovita observaba en silencio el “desfile de los vencidos”. Algunos improperios fueron dirigidos a los alemanes que pasaban, mientras que cualquier intento de lanzarles piedras fue detenido inmediatamente.
Los alemanes en marcha reaccionaron de diferentes maneras al espectáculo en el que no quisieron participar. Algunos miraban a los espectadores soviéticos con un odio absoluto, mientras que otros los miraban con interés. Pero la mayoría miraba con la cabeza recta y tranquila indiferencia. “Me pregunté, ¿me siento humillado? Probablemente no. En la guerra pasan cosas peores. Estábamos acostumbrados a cumplir órdenes, así que al caminar por las calles de Moscú, simplemente cumplíamos las órdenes de nuestros escoltas”, recordó Berhard Braun.
El desfile terminó con una limpieza. Los camiones de rociadores circulaban por las calles por donde habían marchado los soldados alemanes, enjuagando simbólicamente a Moscú de la ”suciedad”.
Según algunas fuentes, el comando alemán se enfureció tanto por la humillación de sus soldados en Moscú que organizó apresuradamente su propio desfile de prisioneros de guerra en París, llevando a soldados estadounidenses y británicos por las calles de la ciudad. Mucho más pequeño en alcance que el desfile de Moscú, fue un débil intento de demostrar el poder menguante del Tercer Reich. Para entonces, los Aliados ya se estaban preparando para liberar la capital francesa.
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