Adolf Tolkachiov fue el protagonista de uno de los más catastróficos robos de información sobre aviación militar de toda la historia de Rusia. Trabajando para la CIA entre 1979-1985, logró transmitir tantos datos que incluso dio a Israel ventaja sobre los países árabes, cuyos aviones eran en un 99 por ciento tecnología soviética. Y lo hizo todo por un salario mensual mayor que el del presidente de Estados Unidos.
“Sphere”(Esfera). Esa fue la designación dada a Tolkachiov por sus amos estadounidenses, que después de meses de repetidos intentos finalmente fue reclutado por la CIA.
El hombre se hizo conocido como el traidor soviético mejor pagado, ganando decenas de millones de dólares según los estándares actuales. Más dolorosa es la cifra de cuanto ahorró a Estados Unidos en innovaciones tecnológicas (los estadounidenses la debaten todavía, con estimaciones tan altas que alcanzan decenas de miles de millones), mientras que el Departamento de Defensa de Estados Unidos admitiría más tarde que Estados Unidos todavía se beneficiaba de las filtraciones de Tolkachiov a principios de la década de 1990. Algo es cierto: los sistemas americanos de guiado láser y de radar se ahorraron 10 años enteros de investigaciones gracias a un traidor ruso.
Tolkachiov, un individuo discreto, de estatura modesta y rostro melancólico, trabajaba en el Instituto de Investigación Fazotron de Moscú, concretamente en el campo de la tecnología de interferencia de radares y sistemas de guiado por láser para la aviación militar. Pero el hombre tenía problemas con su Gobierno, así como autorización de Alto Secreto. Una combinación altamente explosiva.
Motivos
En abril de 1979, el año en que se dirigió por primera vez a la CIA, Tolkachiov expuso sus motivaciones en una nota escrita. Motivaciones que había mantenido en secreto durante cinco o seis años hasta ese momento. En ella, reveló cómo los grandes disidentes Sájarov y Solzhenitsin despertaron en él sentimientos de rebeldía. Y también le gustaba mucho Estados Unidos.
“No he visto su país con mis propios ojos, y no tengo suficiente fantasía o romanticismo para amarlo sin haberlo visto. Sin embargo, basándome en algunos hechos, llegué a tener la impresión de que preferiría vivir en Estados Unidos. Es por esta misma razón que decidí ofrecerles mi colaboración”, explicó.
Una cosa que se hace clara a través del análisis de sus notas es que Tolkachiov era, sobre todo, un hombre de familia. Sus crímenes pueden parecer incomprensibles, pero sus motivaciones eran más complejas de lo que sus críticos más ardientes pudieran hacernos creer. Esto nos lleva a su otra motivación clave: la venganza. Por el padre de su esposa judía, y por toda la gente que pereció bajo las purgas de Iósif Stalin.
Nacida en 1935, Natalia Ivanova (nacida Kuzminá) fue hija de las purgas. Al igual que su marido, había trabajado en Fazotron, descrita por Tolkachiov como una “especialista en antenas”.
La madre de Ivanova había sido ejecutada en 1938, mientras que su padre pasaría muchos años en un campo de trabajo. No sería liberado hasta 1955, después de la muerte de Stalin, sólo para regresar a Moscú y morir al poco tiempo.
Cómo hacer contacto con el enemigo
Tolkachiov vivía en un apartamento de dos dormitorios en un noveno piso, con su esposa y su hijo. El edificio en sí, en la plaza Kúdrinskaia, estaba a sólo 400 metros de la actual Embajada de Estados Unidos en Moscú, algo que más tarde se consideraría muy influyente a la hora de que un científico tranquilo estableciera contacto y pasara información a sus controladores.
Antes de reunirse con el jefe de la estación de la CIA, Tolkachiov pasó semanas dando paseos nocturnos por la zona de la Embajada, eligiendo coches con matrícula diplomática, estudiando como haría su movimiento de acercamiento. Había muchos factores a considerar, y cero espacio para el error.
Cuando Tolkachiov se acercó a su contacto esa noche de 1977, sólo preguntó si la persona era estadounidense, y luego dejó un sobre debajo de uno de los limpiaparabrisas del coche. La carta resumía sucintamente que estaría interesado en “discutir asuntos” sobre una base “estrictamente confidencial”, y con “el funcionario estadounidense apropiado”.
Fueron necesarios dos años enteros de notas confidenciales antes de que los estadounidenses mordieran el anzuelo.
Washington estaba paranoico, y con razón. Dado que la CIA todavía tenía varias operaciones en marcha en Moscú, un escándalo diplomático con la Unión Soviética era un resultado muy indeseable. Por no hablar de la tendencia a las deportaciones.
Según la propia CIA, fue pura casualidad que en cierto momento a principios de 1978, el Pentágono hubiera enviado un memorando a la CIA, solicitando precisamente el tipo de información que Tolkachiov afirmaba poseer. Esto lo cambió todo.
Sin embargo, al final, fue el ingenio de Tolkachiov el que rompió el hielo. Se había acercado al entonces nuevo jefe de Moscú, Gardner “Gus” Hathaway, y a su esposa en su coche (como hizo siempre), sugiriendo una forma segura de aliviar toda duda: en la nota, proporcionó todos los dígitos de su número de teléfono menos dos. Los otros dos, escribió, serían revelados en un cierto día y a cierta hora, escritos en dos piezas de madera contrachapada que sostendría en sus manos. Hathaway decidió enviar a su esposa, quien pasó por el lugar, anotando los dígitos restantes.
Un cable fue enviado inmediatamente a Washington, y el 26 de febrero, John Guilsher, un oficial que dominaba el ruso, fue encargado del caso. Se formó una relación de trabajo entre los dos.
Qué herramientas usó la CIA
Los juguetes americanos eran buenos. Realmente buenos. Según la propia CIA, incluso un posterior artículo de Pravda sobre la captura de Tolkachiov mostraba señales de los elogios (a regañadientes) de la KGB sobre miríada de pequeños decodificadores y cámaras para las que este fue entrenado.
En abril de 1980, Washington calificó su información sobre la tecnología a prueba de interferencias presente en aviones de combate soviéticos como una pieza “única” de inteligencia. Esta fue entregada junto con información sobre modificaciones hechas a otro caza soviético, así como páginas enteras de documentos fotografiados que detallaban varios modelos nuevos de sistemas de misiles aéreos: básicamente, un buen día de trabajo.
La CIA revisó los diseños, teniendo en cuenta los comentarios de Tolkachiov. A menudo, en los teléfonos públicos de Moscú ocultaban nuevos equipos e instrucciones, a veces en el aparente guante sucio de un trabajador tirado en el suelo.
Las microcámaras eran ingeniosas. Pero mientras Tolkachiov se hacía con páginas de documentos que fotografiaba en sus horas de almuerzo, también redactaba docenas de páginas de notas escritas a mano, que contenían información del más alto nivel.
En 1980, Tolkachiov exigió que se incluyera una píldora suicida en el siguiente paquete. “Las cosas que puedo ocultar a mi familia, nunca podría ocultarlas al KGB”, dijo a Guilsher en una reunión.
Un dispositivo muy ingenioso fue el SRAC (siglas de Short-Range Agent Communications), un dispositivo de comunicación de emergencia similar a un walkie pero del tamaño de dos paquetes de cigarrillos. El medio acordado para señalar la disposición a reunirse sería normalmente que Tolkachiov abriera una parte de la ventana de su cocina a una hora determinada. Diferentes acciones indicaban diferentes circunstancias cambiantes (a veces un automóvil podía estar estacionado de una u otra manera, lo que indicaba una fuerte vigilancia en el área). Cuando la comunicación era difícil, se utilizaba el SRAC.
Fracaso
Las cosas se pusieron aún más arriesgadas cuando Tolkachiov tuvo que utilizar la biblioteca del instituto para trabajar con documentos que no tenían una relación directa con su campo inmediato. Fue bastante arriesgado para Tolkachiov reunirse con oficiales de la CIA bajo la mirada de la KGB, pero acceder a las investigaciones secretas sin levantar sospechas era casi imposible.
En 1983, Fazotron adaptó nuevas normas de seguridad. Esto complico mucho las cosas. Tolkachiov fue el primero en preocuparse de que la KGB ya le hubiera descubierto: se llevó a cabo una investigación en su propio departamento, centrada en las filtraciones de información sobre el sistema de reconocimiento de objetivos de un avión de combate soviético.
No pasó nada. Pero para entonces, Tolkachiov ya llevaba bajo la lengua la píldora venenosa proporcionada por la CIA. Las cosas se ponían cada vez más tensas: se saltaban las reuniones, se cambiaban los métodos, etc.
En una ocasión, Tolkachiov escribió que estaba tan preocupado de que hubiese sido descubierto que quemó una gran cantidad de papeles y dinero en su dacha. En el camino de regreso a Moscú, tiró el equipo de espionaje y por la ventana de su coche en movimiento.
Los problemas llegaron en junio de 1985. Todos los informes coinciden en que, para entonces, la KGB se había enterado de todo de alguna manera. Pero incluso la CIA se pregunta si Tolkachiov también lo sabía y trató de advertirles. Meses antes de la fatídica reunión de junio, había abierto la ventana equivocada en la cocina. Esto podría haber sido una indicación, algo que nunca podremos confirmar.
El día 13, un oficial de la CIA (había habido unos cuantos) tenía programado el reunirse con el agente doble ruso. En el momento preciso en que se iba a producir el encuentro fue asaltado por más de una docena de oficiales de la KGB, que lo llevaron rápidamente al cuartel general de la KGB, en Lubianka (hoy es la del FSB). Pero incluso mientras revisaban metódicamente el contenido del paquete que había planeado entregar a Tolkachiov (cámaras en miniatura, documentos, miles de rublos y material de arte hechos en el extranjero, para su hijo Oleg), el agente de la CIA no soltó prenda y tuvo que ser liberado alrededor de la medianoche, después de notificárselo a la Embajada estadounidense. Lo enviaron a casa una semana después.
El arresto del oficial de la CIA fue muy publicitado en la prensa soviética, pero la nación se enteró del arresto de Tolkachiov (realizado en junio) en septiembre.
Aquí hay varias teorías. Algunos informes afirman que Tolkachiov fue “quemado” por un oficial de la CIA descontento, Edward Lee Howard, cuya carrera no despegaba después de haber sido retirado de la misión en Moscú y generalmente considerado incapaz para el trabajo de campo debido a su propensión a mentir. Lo habían despedido en 1983. Siendo un bebedor compulsivo que no se tomaba el rechazo a la ligera, él era el principal candidato a culpable de delación.
Según la prensa estadounidense de la época, el entonces desertor soviético, Vitali Yúrchenko, proporcionó un relato más creíble: que, en algún momento entre 1984 y 1985, Howard se había reunido con oficiales de la KGB en Viena para tratar de conseguir algún tipo de pago a cambio de información.
Sin embargo, resulta que otro agente de la CIA también estuvo involucrado: Aldrich Ames, un desertor de la CIA que había empezado a trabajar para la KGB en 1985. Más tarde, en abril de 1985, relataría cómo había empezado a pasar a los soviéticos información sobre filtraciones, pero no fue hasta junio que supuestamente proporcionó información sobre Tolkachiov.
El relato ofrecido por la CIA, sin embargo, no es tan completo como pudiera parecerlo. Fuentes rusas afirman que los soviéticos lo sabían todo desde hace algún tiempo, no está exactamente claro desde cuándo, y que habían estado alimentando a Tolkachiov con inteligencia falsa, minando así los esfuerzos estadounidenses para copiar la tecnología soviética. ¿Podría tener algo que ver con el cambio de medidas aplicado en 1983 en Fazotron? Nadie lo sabe con seguridad.
Más tarde, en 1986, los periódicos soviéticos informarían de la ejecución de Tolkachiov por crimen de “alta traición”.
La única cosa buena de toda la historia es que el hijo de Tolkachiov salió indemne de todo el asunto. Oleg Tolkachiov es hoy en día un destacado arquitecto moscovita con un despacho en Pokrovka. La esposa de Tolkachiov, sin embargo, fue dejada en el olvido después de que todo el asunto volara por los aires. Cuando se puso en contacto con los estadounidenses para recibir el resto del pago de la información entregada por Tolkachiov, no recibió respuesta.
En 2015, la CIA desclasificó más de 900 páginas detallando la operación, que posteriormente se convirtieron en una obra literaria titulada The Billion Dollar Spy: A True Story of Cold War Espionage and Betrayal (El espía de los mil millones: una historia verdadera de espionaje y traición de la Guerra Fría), escrita por David E. Hoffman, autor ganador del premio Pulitzer.
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