Nada extraordinario ocurría en el aeródromo de la Fuerza Aérea Soviética Sujaia Rechka, en el Lejano Oriente, aquel 8 de octubre de 1950. A pesar de la frenética guerra coreana se libraba a sólo unos cientos de kilómetros al sur, nadie lo notaba en aquel lugar.
Junto a Estados Unidos, la Unión Soviética participaba en el conflicto, pero los soviéticos se limitaban a suministrar armas y asesores militares a los norcoreanos. Los duelos aéreos entre pilotos soviéticos en sus MiG-15 y los estadounidenses en F-86 en los cielos coreanos aún no habían comenzado.
Parecía que el personal de servicio estacionado en el 821º Regimiento de Aviación de Cazas de Sujaia Rechka no tenía nada de qué preocuparse. Sin embargo, estaban completamente equivocados: la guerra vino a ellos, literalmente surgida de la nada.
Después de internarse más de 100 km en territorio soviético, dos aviones de combate americanos Lockheed P-80 Shooting Star aparecieron sobre Suaia Rechka y abrieron fuego.
El ataque estadounidense causó daños a seis cazas soviéticos en el suelo e incineró uno por completo. Afortunadamente, no hubo víctimas.
Irónicamente, los aviones estadounidenses atacaron algunos aviones de combate Bell P-63 Kingcobra norteamericanos que habían sido entregados a la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial, como parte del acuerdo de préstamo y arriendo.
El regimiento soviético instalado en el aeródromo no estaba preparado para un suceso como aquel, por lo que respondieron de forma alguna. Sus cazas no tenían combustible, e incluso, si lo hubieran tenido, los Kingcobras con motor de pistón habrían tenido pocas posibilidades de alcanzar a los aviones Shooting Star.
Sin embargo, se activó la alerta general, y la información sobre el ataque sufrido llegó inmediatamente a Moscú.
Respuesta soviética
La dirección soviética estaba perpleja y no sabía si la agresión había sido causada por un error de algún piloto o si se trataba del comienzo de la Tercera Guerra Mundial.
La Fuerza Aérea de la URSS pasó a estar en alerta máxima. No pasó mucho tiempo antes de que los nuevos aviones MiG-15 fueran trasladados al Lejano Oriente. Pronto participarían en combates sobre Corea.
Nikolái Zabelin, un piloto del 821º Regimiento de Aviación de Cazas, recordó: “Después del ataque, el regimiento fue puesto en alerta de combate, la primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial. De amanecer a amanecer nos encontrábamos sentados en nuestro avión o cerca. Se sentía una sensación de estar en guerra...”.
Al día siguiente del incidente, la Unión Soviética presentó una queja ante la ONU por el ataque de Estados Unidos al aeródromo.
Un error de EE UU
La Fuerza Aérea de Estados Unidos no pretendía atacar territorio soviético. Su objetivo era un aeródromo norcoreano cerca de Chongjin.
Debido a errores de navegación, dos aviones perdieron el rumbo y entraron en el espacio aéreo soviético. Localizaron un aeródromo no identificado y creyeron que era su objetivo. Las grandes estrellas rojas pintadas en los aviones allí estacionados no los disuadieron, ya que los estadounidenses creyeron que era la insignia de la Fuerza Aérea de Corea del Norte.
Las primeras dudas surgieron cuando los aviones enemigos no estallaron entre llamas. Esto significaba que no estaban cargados de combustible ni estaban preparados para el combate. Tener avión de combate sin combustible era algo impensable en un aeródromo militar norcoreano.
En el camino de regreso, los pilotos vieron una isla que no esperaban ver. Uno de los pilotos, Alton Quanbeck, recordó en un artículo escrito para The Washington Post titulado My Brief War with Russia: “Oh, oh”, pensé, “no hay ninguna isla cerca de Chongjin”.
Después de analizar en su base aérea los datos obtenidos durante la incursión, se confirmaron las peores sospechas: los aviones estadounidenses habían atacado un aeródromo soviético.
El comandante de los pilotos, Mayor General Earl E. Partridge, habló con los dos pilotos: “De esta misión sacarán una Cruz de Servicio Distinguido o un consejo de guerra”.
Excusa estadounidense
El 20 de octubre, el presidente de Estados Unidos, Harry Truman, en una intervención en la ONU, admitió su culpabilidad y afirmó que el ataque al territorio de la Unión Soviética fue “resultado de un error de navegación y de un cálculo deficiente” por parte de los pilotos implicados.
Los dos pilotos (Alton Quanbeck y Allen Diefendorf) se enfrentaron a un tribunal militar, pero se fueron de rositas. Fueron reasignados a bases en Japón y Filipinas, respectivamente.
El lado soviético aceptó las excusas, pero no confió completamente en ellas, y vio el ataque como una provocación.
“Los americanos sabían perfectamente adónde volaban. Se habían internado a 100 kilómetros de nuestra frontera con Corea. Lo sabían muy bien. La historia de los jóvenes pilotos que perdieron el rumbo fue inventada más tarde”, argumentó Nikolái Zabelin.