Poco antes de la muerte de Vladímir Lenin en 1924, surgió en la Rusia soviética una sociedad clandestina. Sus miembros conspiraron para reunirse en casas a las que iban voluntarios que participaban en las transfusiones de sangre. Espeluznante, ¿verdad? Se podría pensar que se trataba de una secta o un culto religioso, pero en realidad, la organización estaba dirigida por un bolchevique de alto rango y muy cuerdo, Alexánder Bogdánov (nombre real: Malinovski), aliado cercano de Lenin, cofundador del Partido y destacado científico del Instituto Socialista.
“El gran visionario”, como lo llamaban sus seguidores, intentaba desvelar el secreto de la inmortalidad.
Drácula de Bram Stoker había tenido gran éxito entre los lectores del Imperio ruso, incluyendo al propio Nicolás II. Esta fascinación se extendió al tiempo de los socialistas. La sangre y el sacrificio gozaban de un fervor místico en un país que acababa de perder a dos millones de personas en una guerra sin precedentes, en lo que a escala o eficacia de la brutalidad se refiere.
“¿Por qué no pudieron resucitarlo?”, escribieron muchos en círculos militares sobre la muerte de Lenin en 1924. La idea de que una figura de tanta importancia pudiera morir era incomprensible.
Lenin parecía estar agotado por el estrés, el cansancio y la desnutrición, lo que llevó a tener una serie de síntomas que afligían a casi toda la clase dominante de la vieja escuela bolchevique, cuando apenas alcanzaban los 35 años. Ni siquiera habían tenido tiempo de empezar a “emancipar al mundo de la tiranía capitalista”. Algo había que hacer, eso estaba claro.
En los albores del periodo bolchevique, Rusia era un país donde se hacían innumerables experimentos, esto no es ningún secreto. No quedó piedra sobre piedra en busca del hombre perfecto, y son célebres las reformas sexuales.
Dado el encanto místico de la sangre, algunos científicos de la época teorizaron que el líquido rojo contenía la personalidad, el alma y el sistema inmunológico.
Bogdánov era científico. No sólo eso, era un erudito, ávido observador de las estrellas con una profunda fascinación por Marte, que imaginaba como una especie de sociedad socialista utópica de hermanos de sangre. Su novela La estrella roja, gira en torno a estas ideas. Un científico viaja al Planeta Rojo y descubre que los comunistas de allí casi habían alcanzado la inmortalidad, todo gracias a esta cultura de la sangre.
Separación con Lenin
Lenin estaba decepcionado con Bogdánov por su interés en la fantasía y la ciencia ficción, lo que acabó provocando una ruptura entre ambos. Lenin creía que Bogdánov hacía que la gente persiguiera sueños absurdos, en lugar de centrarse en la Revolución. Pero en aquellos momentos Bogdánov era útil, ya que era la segunda figura del Partido, el hombre que dirigió a los bolcheviques durante el exilio de Lenin.
Sin embargo, había profundas diferencias entre ambos. Lenin abogaba por el diálogo y la cooperación, incluida la participación en la Duma, el órgano legislativo de Rusia. Bogdánov no lo quería, inclinándose aún más a la izquierda del propio Lenin.
Bogdánov creó un ala militar bajo el Comité Central del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, junto con su amigo Leonid Krasin. El dinero obtenido con las expropiaciones se distribuiría entre las diversas organizaciones controladas por Lenin y Bogdánov. Este último estaba furioso porque parecía que la causa de Lenin recibía más dinero.
Bogdánov pronto sería expulsado del Partido de los Trabajadores. Ambos estaban divididos en su interpretación del marxismo, algo que se empezaba a reflejar en las obras de Lenin, que empezó a llamarlo “burgués”. En ese momento, incluso la familia de Lenin pensó que se estaba pasando un poco. Pero el bolchevique era inflexible e incluso prohibió que se leyeran en casa las novelas de Bogdánov .
Por su parte, Bogdánov pensaba que los ideales de Lenin eran los del “marxismo absoluto” - “chupasangres del Viejo Mundo”, y sus seguidores se convertían en vampiros, entre ellos el principal era Lenin. Bogdánov había perdido su partido, su trabajo y la credibilidad al intercambiar polémicas literarias con gente que consideraba sus camaradas.
Sin embargo, después de la devastación provocada por la Primera Guerra Mundial, apareció un rayo de luz: “La ciencia puede hacer cualquier cosa” fue el mantra en los años 20 y 30.
Mijaíl Bulgákov acababa de publicar su brillante sátira de ciencia ficción, Corazón de perro, en la que se hablaba de transferir el alma de un perro a un humano, otro revelador signo de los tiempos. Se hizo evidente que la ciencia empezaba a inspirarse en la ficción. Y Bogdánov era su principal exponente.
El problema con la ciencia de Bogdánov
A Bogdánov no le importaba lo que hoy se sabe sobre la sangre, desde los grupos sanguíneos y el Rh hasta gran cantidad de otros cuestiones. Su ciencia estaba cargada de peligros, y él mismo era el conejillo de indias más frecuente.
La sangre se tomaba de los pacientes, se vertía en un recipiente esterilizado y se mezclaba con un agente anticoagulante, antes de que se realizaran las transfusiones. Para prevenir la formación de bacterias, tenían que ser rápidos.
Bogdánov comenzó a tener más seguidores a medida que la alocada experimentación comenzó a mostrar signos de progreso. Se dice que el propio científico comenzó a parecer unos cinco o diez años más joven, mientras que su esposa, enferma de gota, mostraba signos de mejoría. La gente no se lo podía creer.
No pasaría mucho tiempo antes de que el propio Stalin mostrara curiosidad por la ciencia y recurriera a Bogdánov y su experimentación. Le sugirió incluso que se volviera a unir al Partido.
Stalin no era como Lenin y creía que tenían que tratar de aprovechar cualquier cosa, para cuando estallara la próxima guerra mundial. No escatimó dinero a la hora de buscar aplicaciones militares a las transfusiones.
En 1926 se creó el Instituto de Transfusión de Sangre por orden de Stalin. Bogdánov fue nombrado director. La fascinación por la idea de la hermandad de la sangre, expresada en su novela de ciencia ficción sobre Marte, finalmente comenzaría a dar sus frutos.
Trágicamente, el loco científico bolchevique no había tenido suficiente tiempo como para estudiar adecuadamente los efectos de sus procedimientos de rejuvenecimiento. En esa época no se tenía ni idea de los eritrocitos ni del plasma, ni de los controles y prácticas que se llevan a cabo actualmente para tener una transfusión exitosa.
Bogdánov estaba muy interesado en saber si todas las defensas y capacidades inmunológicas de una persona también se transferían a través de la sangre. Al parecer, un joven enfermo de tuberculosis fue el candidato perfecto para probar esa teoría.
El paciente y el científico intercambiaron un litro de sangre.
No ayudó que Bogdánov comparara su propia sangre con la de Drácula, inmune a las aflicciones humanas. Esa duodécima transfusión se convertiría en la última. Al cabo de tres horas ambos comenzaron a sufrir un gran deterioro: fiebre, náuseas, vómitos, en definitiva, signos de una intoxicación grave.
Sin embargo, Bogdánov decidió mantener la transfusión en secreto. Ese doloroso día se había sentido aún peor que el pobre Kaldomásov, el enfermo de tuberculosis. Sin embargo, rechazó el tratamiento porque quería comprender qué había sucedido. Fue en vano.
Los riñones de Bogdánov dejaron de funcionar en 48 horas, lo que le provocó la muerte por una reacción hemolítica. Sus últimas palabras, según la entrevista aparecida Piervi Canal con su descendiente cercano y economista, Vladímir Klebaner, fueron: “Haz lo que debas hacer. Debemos luchar hasta el final”. Murió el 7 de abril de 1928, a los 54 años.
Por cierto, ¿qué fue del estudiante? El joven de 21 años sobrevivió. Los médicos no sabían por qué, ya que incluso después de una nueva transfusión de última hora, no lograron salvar a Bogdánov. Más tarde se hizo evidente que la causa del fallecimiento no había sido el último procedimiento (tanto él como Kaldomásov tenían sangre de tipo O), sino los 11 anteriores, que crearon una serie de anticuerpos en Bogdánov con los que habría rechazado hasta la sangre adecuada. Eso es todo lo que sabemos.
Stalin estaba muy enfadado. Tras prometer decenas de miles de rublos para el instituto de la sangre de Bogdanov, el líder soviético comenzó a pensar que todos los científicos eran charlatanes y extorsionadores.
Aunque también es cierto que fue gracias al trabajo de Bogdánov que la hematología soviética recibió un impulso muy necesario.
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