En la madrugada del 11 de febrero (30 de enero según el calendario juliano) de 1829, una horda de casi 100.000 persas, armados con cuchillos, piedras y palos, rodeó la embajada rusa en Teherán. Gritaban frenéticamente y querían derramar la sangre de los rusos atrincherados en el interior.
Varios diplomáticos y 35 guardias cosacos no tuvieron ninguna oportunidad contra la multitud, pero resistieron heroicamente hasta el final. Los persas destrozaron –literalmente– a los rusos, entre los que se encontraba el propio embajador, el famoso poeta ruso Alexánder Griboiédov.
Tal ofensa no podía pasar sin respuesta. Sin embargo, así fue. Fueron varias las razones por las que el Imperio ruso evitó la guerra y permitió que la masacre no fuera vengada.
¿Por qué atacaron los persas?
Alexánder Griboiédov fue enviado a Persia en 1828, un año antes de su asesinato. El país oriental acababa de perder una guerra contra Rusia y estaba obligado a pagar cuantiosas reparaciones, que recaían sobre los hombros del pueblo. La ira nacional solo necesitaba una chispa para que prendiera el fuego.
La nobleza persa tenía sus propias demandas contra los rusos. Desde que Armenia pasó a formar parte del Imperio ruso, muchos armenios locales habían buscado refugio en la embajada rusa con la esperanza de dejar Persia para ir a su patria histórica.
Uno de esos armenios que acudió a Griboiédov en busca de refugio y protección representaba una amenaza para los dirigentes persas. El mirza Jakob Markarián era un eunuco del harén del sah, además de haber sido su principal tesorero y guardián de las joyas. Sabía demasiados secretos como para que se le permitiera huir al Estado enemigo.
Griboiédov rechazó todas las solicitudes persas para que devolviera al mirza Markarián. Así que el sah decidió presionar a los rusos con la fuerza. Los provocadores empezaron a despertar el sentimiento antirruso entre la población con mucho éxito. Pronto, miles de habitantes de Teherán estaban dispuestos a quemar la embajada rusa.
El sah quería protestas antirrusas, pero no un conflicto abierto. Sin embargo, la multitud ya estaba fuera de control. La masacre estaba en marcha.
Masacre
Alexánder Griboiédov participó personalmente en la defensa de la embajada, en una lucha desigual contra la frenética multitud. Los persas irrumpieron por la puerta, trataron de entrar por las ventanas, e incluso trataron de desmantelar el techo. Finalmente, mataron a todos los cosacos, a los demás diplomáticos y al mirza Jakob Markarián.
Sacaron de la casa el cuerpo maltratado de Griboiédov y lo exhibieron por toda la ciudad. No se retiró hasta que recibieron una orden directa del sah.
El único que sobrevivió a la masacre de Teherán fue el secretario de la embajada, Iván Máltsev, que logró esconderse durante el ataque. Por su parte, murieron 19 persas.
La respuesta de Rusia
En cualquier otra circunstancia tal escándalo diplomático entre los dos países habría conducido definitivamente a la guerra, pero no fue así en 1829. Rusia estaba atrapada en una guerra de desgaste contra el Imperio otomano y no podía permitirse entrar en otro conflicto.
El sah envió a su nieto, el mirza Jozrev, ante el zar Nicolás I con una carta de disculpas y un enorme diamante, considerado actualmente como uno de los principales tesoros nacionales de Rusia.
El gobernante ruso aceptó la disculpa del sah y dijo: “Dejé que este desafortunado incidente en Teherán cayera en el olvido”. Como resultado, los persas lograron sus objetivos: el mirza Jakob Markarián estaba muerto, y por orden de Nicolás I se redujeron las reparaciones y el pago se pospuso cinco años.
¿Sabes contra qué país ha luchado Rusia en más ocasiones? Te lo contamos aquí.