La década de 1920 fue una época difícil para Rusia. Tuvo lugar una devastadora guerra civil, además de una intervención extranjera, una profunda crisis agrícola y el fracaso de las reformas económicas. El recién formado Estado soviético necesitaba dar pasos significativos y radicales para consolidar su futuro desarrollo. La colectivización fue uno de esos pasos.
La colectivización implicó que se realizaran una serie de importantes reformas en el sector agrícola de la Unión Soviética. A partir de 1927, el objetivo de la colectivización era hacer que las tierras y la mano de obra individuales pasaran a granjas colectivas, llamadas koljoses. Los trabajadores no recibían ningún salario, sino que se les entregaba una parte de lo que producían en el koljós, para cubrir sus necesidades y las de sus familias, nada más.
Los dirigentes soviéticos esperaban que la colectivización aumentara significativamente el suministro de alimentos de la población urbana. Esto era de una importancia capital, ya que el proceso de industrialización se estaba iniciando simultáneamente. Si había más trabajadores en las fábricas significaba que había una mayor demanda de alimentos.
La colectivización se convirtió en un proceso a gran escala en 1929, cuando Iósif Stalin publicó el artículo El año de la gran ruptura. Stalin confirmó que los procesos de colectivización e industrialización eran el principal medio para modernizar el país. Al mismo tiempo, declaró la necesidad de liquidar a la clase de campesinos acaudalados conocidos como kulaks (“puños” en ruso).
Los koljoses estaban destinados a convertirse en un hito en la ideología socialista soviética: se trataba de comunidades de personas felices trabajando juntas en un ambiente de felicidad y armonía para el beneficio de enorme Estado. Sin embargo, la realidad no era tan alegre.
La colectivización supuso un profundo trauma para el campesinado. La confiscación forzada de carne y pan llevó a que hubiera motines entre los campesinos. Hubo quienes prefirieron sacrificar su ganado antes que entregarlo a las granjas colectivas. En ocasiones el Gobierno soviético utilizó al Ejército para reprimir los levantamientos.
Se destruyeron las viejas tradiciones del campesinado ruso. Los campesinos solían estar interesados en los frutos de su trabajo, pero en los koljoses perdieron ese interés. Los primeros años de la colectivización fueron catastróficos. En 1932 y 1933 hubo una gran hambruna en el país que acabó con la vida de ocho millones de personas, debido en gran parte a la colectivización.
Hasta la década de 1970, un campesino de un koljós –el llamado koljósnik– no tenía derecho a obtener un pasaporte. Sin este documento un campesino no podía mudarse a la ciudad y estaba oficialmente atado a su granja colectiva.
Aunque no todo fue oscuro y triste. La mayoría de los campesinos, que no sufrieron la colectivización, se trasladaron a pueblos y ciudades y se convirtieron en los impulsores del proceso de industrialización.
La colectivización permitió que el Estado asumiera el control del sector agrícola y la distribución de las provisiones. Esto ayudó mucho, especialmente cuando estalló la Segunda Guerra Mundial.
Así aprovechó la URSS de Stalin la tecnología de Henry Ford, emblema del capitalismo.
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