5 cosas con las que soñaba el ciudadano de a pie de la Unión Soviética

Realizamos una retrospectiva de una serie de objetos de uso cotidiano que eran escasos en la URSS y se convirtieron en oscuros objetos de deseo.

Llevar un paquete de rollos de papel higiénico en una bolsa de plástico de alguna marca extranjera mientras vistes unos vaqueros Montana y exhibes un bolígrafo multicolor sobresaliendo de tu bolsillo: en la Unión Soviética, te habrían tenido verdadera envidia cochina.

Desde los años cincuenta a los ochenta, “déficit” fue una de las palabras más utilizadas en la URSS. La lista de productos que estaban en déficit incluía prácticamente de todo, desde queso y salchichas hasta ropa interior y muebles de calidad. Si bien centró su energía y sus recursos en el desarrollo de industrias pesadas y relacionadas con la defensa, el Gobierno soviético no prestó mucha atención a las necesidades cotidianas de sus ciudadanos. Como resultado, la existencia de colas kilométricas para adquirir productos se convirtió en la norma, junto con la envidia hacia los pocos afortunados que tenían acceso a algunos objetos cotidianos de los que parecería absurdo preocuparse hoy en día. Russia Beyond pidió a algunas personas de ese período, con experiencia de primera mano, que compartieran sus recuerdos sobre los objetos con los que soñaba el pueblo soviético.

1. Papel higiénico

La primera fábrica de papel higiénico de la Unión Soviética se construyó en 1969, pero se necesitaron muchos años más para abastecer al enorme país con este producto esencial.

Elena recuerda: “La gente con conexiones, los que trabajaban en las tiendas de comestibles, usaban el papel gris áspero que servía para empaquetar. ¡Y ellos eran una minoría! Sólo podíamos soñar con tener rollos de papel higiénico. Recuerdo una cola de unas 100 personas esperando para comprarlos”.

Incluso había un tope en la cantidad de rollos que una persona podía comprar a la vez: no más de diez.

“Los afortunados que se las arreglaban para comprarlos enhebraban los rollos con un cordel y volvían a casa luciendo sus botines como si fuese un collar, para envidia de los demás transeúntes”.

2. Bolsas de plástico

Oleg recuerda: “Una bolsa de plástico con un anuncio de un coche o simplemente una inscripción en un idioma extranjero fue objeto de deseo hasta bien entrada la década de 1980. La gente las guardaba. Las mujeres llevaban bolsas de plástico en lugar de bolsos y los escolares las usaban en lugar de mochilas”.

En aquella época, las bolsas de plástico sólo se fabricaban en países del Bloque Oriental como Checoslovaquia, Polonia, Yugoslavia y Alemania Oriental, de donde eran traídas como recuerdo por los soviéticos que tenían la suerte de hacer uno de los poco frecuentes viajes.

“La gente ni siquiera las doblaba, para que el dibujo no se emborronase. Y si se ensuciaban, se lavaban y secaban”.

3. Bolígrafos

Los bolígrafos ordinarios eran artículos de lujo, pero si tenías la suerte de poseer uno, debías enfrentarte a otro problema: conseguir los recambios de tinta.

Serguéi nos cuenta más sobre esto: “A los escolares soviéticos se les enseñaba la escritura en cursiva. Primero, se les enseñaba a escribir con pluma y tinta, y luego con una pluma estilográfica que tenían que rellenar con tinta. ¡Cuando la gente empezó a traer bolígrafos del extranjero, era el mejor regalo que un niño podía recibir!”

Pero entonces surgió un nuevo problema: ¿Dónde conseguir recambios para estos bolígrafos? Como resultado, surgió una ocupación completamente nueva: gente que sabía cómo llenar los recambios existentes con tinta nueva. En la década de 1960, había incluso lugares especiales a los que se podía ir para recibir este servicio.

4. Tinte para el cabello

Cambiar el color de tu cabello también era difícil. Hasta mediados de la década de 1980, sólo había dos tintes naturales para el cabello disponibles en las tiendas: el tinte de basma, que oscurecía el cabello, y la henna, que lo convertía en pelirrojo.

Aquellos que querían ser rubios tenían que arriesgarse a usar decocción de manzanilla o peróxido de hidrógeno, antes de pasarse mucho tiempo reparando el daño.

Irina recuerda: “También usábamos algunos trucos más bárbaros, como añadir tinta negra al champú. Como resultado, algunas jóvenes tenían el pelo negro como un cuervo, mientras que las mujeres mayores, que ya estaban un poco canosas, acababan con el pelo morado”.

5. Novelas

El pueblo soviético se consideraba orgullosamente la nación más leída del mundo. Sin embargo, las librerías de la URSS estaban prácticamente vacías: incluso los clásicos rusos apenas estaban disponibles, y la mayoría de la gente tenía que usar bibliotecas en su lugar.

El absurdo de la situación se agravó aún más por el hecho de que los clásicos rusos y mundiales estaban fácilmente disponibles en los países del bloque oriental, ya que el liderazgo soviético estaba más centrado en la promoción del idioma ruso en el extranjero.

Mijaíl recuerda: “A principios de la década de 1980, mi madre traía de sus viajes al extranjero decenas de kilos de libros: cuentos de hadas para niños, historias de detectives de Agatha Christie y Conan Doyle, novelas de Dumas y Zola… Así fue como se crearon las bibliotecas domésticas, y la gente se enorgullecía de ellas. Todo lo que había entonces en las librerías soviéticas eran libros patrióticos sobre la Segunda Guerra Mundial y fantasías sobre la reactivación del sector agrícola”.

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