La Gran Guerra es recordada principalmente por los combates de trincheras en los campos de exterminio que fueron el frente occidental y el oriental. Sin embargo, las tan esperadas batallas marítimas entre las dos mayores armadas de la época, la Gran Flota británica y la Flota de Alta Mar alemana (reorganizada a principios del siglo XX por el almirante Alfred von Tirpitz), nunca se produjeron realmente, a excepción de la batalla de Jutlandia, donde ambas partes reclamaron una victoria nada clara.
Por lo contrario, el bebé del almirante Tirpitz, a quien Berlín había destinado enormes sumas de dinero, en su mayoría rehusó enfrentarse al tradicional “amo de los mares”.
Sin embargo, en el Báltico, que los alemanes consideraban un patio trasero seguro para sus fuerzas navales, sufrieron algunas pérdidas dolorosas gracias a una alianza bélica entre submarinistas británicos y rusos.
Lucha en los estrechos
El mar Báltico no era sólo una zona de entrenamiento para la marina alemana, sino una ruta vital para reabastecerse con suministros de materiales de guerra procedentes de la neutral Suecia. El objetivo de la Marina Real Británica fue imponer el bloqueo más completo posible a Alemania, para privarla así de suministros tremendamente importantes.
Sin el Báltico, el bloqueo resultaba incompleto. Pero Alemania dominaba sus costas. La Flota Rusa del Báltico, cuya tan necesaria modernización se vio paralizada por el estallido de las hostilidades, no era rival para los caros juguetes flotantes de Tirpitz.
Sin embargo, un submarino imperial, el Akula (tiburón), era el más grande de la flota del Zar, con 400 toneladas de desplazamiento, y se considera que era el primero en el mundo en ser capaz de disparar múltiples torpedos.
Construido en 1911, operó en el Báltico hasta que desapareció en noviembre de 1915 con 35 tripulantes a bordo durante una misión. Se creía que había hecho detonar una mina alemana (Los buzos finalmente identificaron el pecio del Akula en junio de 2014 en el lecho del mar Báltico, frente a Estonia).
Para completar el bloqueo en tiempos de guerra y apuntalar las defensas navales rusas, Gran Bretaña decidió enviar una pequeña flotilla de submarinos para operar bajo el control del alto mando ruso. Entre octubre de 1914 y septiembre de 1915, cuatro submarinos británicos de clase E se deslizaron a través de los angostos y poco profundos estrechos daneses, siguiendo de cerca a los mercantes neutrales y evitando encuentros cercanos con los buques de guerra alemanes.
También se remolcaron cuatro barcos más pequeños de clase C alrededor del Cabo Norte hasta Arcángel, desde donde fueron transportados hasta el Golfo de Finlandia a bordo de barcazas rusas, mediante el uso de un intrincado sistema de canales y ríos.
Los rusos intentaron mantener oculta la llegada de los submarinos británicos a la base rusa de Reval (ahora Tallin, capital de Estonia). Insistieron en que los barcos no deben enarbolar la bandera de la Marina Real, que sus números de identificación deben estar cubiertos con pintura y que sus tripulaciones debían llevar ropa de paisano en tierra.
Los británicos desobedecieron; y finalmente, cuando los alemanes descubrieron su presencia, Berlín dejó de pasear sus grandes buques de guerra por el Báltico.
Espacio para el vodka
Poco después de la llegada de los británicos, lo hizo el invierno. Los mares helados hicieron casi imposible emprender cualquier acción de guerra. Los marineros pronto se quedaron sin ron, y el Almirante von Essen, comandante de la Flota Báltica Rusa, sugirió que se cambiaran al vodka como medio de entrar en calor.
Los británicos demostraron ser rivales para los rusos en este aspecto. También compartieron los mismos cuarteles con los eslavos y aprendieron a jugar al billar ruso y a esquiar durante la larga inactividad invernal. Incluso hubo un torneo de fútbol entre las tripulaciones británicas y rusas.
Algunos oficiales británicos estaban deseosos de aprender ruso. Francis Goodhart, el comandante del E-8 escribió en su diario: “El alfabeto ruso es bastante difícil, todos se ríen de mis esfuerzos por aprenderlo, lo que en realidad es muy edificante...”
Los rusos estaban especialmente entusiasmados con el comandante del submarino E-9, Max Horton. Su desbordante personalidad y su gusto por combinar la buena bebida con la buena compañía le hicieron ganarse muchos amigos.
Durante la guerra, el barco bajo su mando hundió y dañó un buen número de transportes de mineral, así como varios buques de guerra alemanes.
Las patrullas conjuntas de submarinos rusos y británicos interrumpieron gravemente los envíos de suministros vitales para la maquinaria de guerra alemana. Después de que casi una docena de cargueros fuesen hundidos en unas pocas semanas, los envíos se detuvieron hasta que los alemanes desarrollaron un sistema de convoyes para proteger la carga.
Muchos de estos hundimientos cruciales fueron logrados por un solo submarino, el E-19 bajo el mando de Francis Cromie. Mandó al fondo marino cuatro transportes alemanes en un día.
Los rusos quedaron tan impresionados que le otorgaron tres órdenes militares (las de San Jorge, San Vladímir y Santa Ana) de una sola vez, “conferidas por Su Majestad el Emperador de Rusia en reconocimiento a sus valiosos servicios”.
Lo que es más sorprendente es que Cromie se convirtió en comandante de facto de la flotilla submarina anglo-rusa durante el colapso del Ejército ruso tras el derrocamiento del zar Nicolás en febrero de 1917.
Los marineros rusos, agitados por la revolución, preferían escucharle a él que a sus propios oficiales, muchos de los cuales fueron literalmente arrojados por la borda.
Profecía fatídica
En mayo de 1917, Cromie, que hablaba ruso con fluidez, fue nombrado agregado naval de la Embajada británica en el Petrogrado revolucionario.
Le tocó a él organizar la evacuación de los submarinos a Finlandia, después de la caída de Reval, en manos de los alemanes y el hundimiento de sus navíos, cuando las fuerzas alemanas intervinieron en la guerra finlandesa por la independencia de Rusia. Todas las tripulaciones británicas regresaron a salvo a Gran Bretaña, con la excepción de la del E-18.
Este no había regresado de su patrulla en mayo de 1916. Goodhart escribió que al comandante del E-18, Robert Halahan, una pitonisa local le advirtió que corría un gran peligro. El supersticioso Halahan pidió a la esposa del vicecónsul británico en Reval que enviara un mensaje a su familia, antes del envío del telegrama oficial de la Marina, si algo le sucedía.
El zar concedió póstumamente las condecoraciones militares más altas a Halahan y a otros dos oficiales, y cada miembro de la tripulación fue honrado con una medalla. Lo que ocurrió con el E-18 fue un misterio durante largo tiempo hasta que, en diciembre de 2009, buceadores suecos encontraron sus restos frente a las costas de Estonia, no lejos de su base. Su escotilla abierta sugiere que estaba navegando en la superficie cuando, probablemente, chocó contra una mina.
Con el tiempo, las hazañas de la pequeña flotilla submarina británica en el Báltico fueron en gran parte olvidadas. Sin embargo, la camaradería naval anglo-rusa había conseguido cortar los suministros de guerra de Alemania, le había negado a la flota germana de alta mar un campo de entrenamiento seguro y había ofrecido una respuesta a la propaganda alemana, que afirmaba que Gran Bretaña no estaba apoyando a su aliado ruso.
Si te interesó este texto, no te pierdas ¿Qué hicieron las mujeres rusas en los “batallones de la muerte” en la Primera Guerra Mundial?