En 1942, poco después de que la Alemania nazi invadiera la Unión Soviética, el piloto soviético T. Kuznetsov volvía a su base de una misión de reconocimiento sobre la Rusia ocupada por los nazis. Mientras volaba sobre Kalinin (Tver, en la actualidad), fue emboscado por un grupo de cazas alemanes Messerschmitt 109, que procedieron a atacarle. A pesar de las violentas maniobras de evasión que llevó a cabo con su aparato Iliushin Il-2, los disparos del enemigo acabaron por obligarle a realizar un aterrizaje forzoso.
Kuznetsov sobrevivió tras estrellar el avión de forma más o menos controlada, así que, consciente y temiendo que los aparatos alemanes descendiesen para ametrallar el fuselaje accidentado, salió de la cabina y se alejó a la carrera hacia un bosque que se encontraba a solo unos metros.
La ocasión la pintan calva
Lo sucedido a continuación, según aparece narrado en la publicación de Witold Liss Aircraft Profile 88 - Ilyushin Il-2, así como en el libro RCAF War Prize Flights, German and Japanese Warbird Survivors de Harold Skaarup, parece sacado de una película dirigida por Tarantino.
Para sorpresa de Kuznetsov, uno de los Messerschmitt descendía hacia el lugar del impacto, disminuyendo la velocidad. ¿Sería posible? ¡Parecía que quería aterrizar! Aunque cada vez era menos común, no era raro que los pilotos tomasen tierra recoger algún recuerdo de sus víctimas. Ya fuese un pedazo del avión derribado, el arma del piloto, alguna condecoración, etc. El alemán comprobaría que había acabado con su enemigo y volvería a las líneas germanas con un trofeo que mostrar a sus compañeros de escuadrón y que serviría para que le asignasen la victoria conseguida a su expediente.
Sin embargo, Kuznetsov no se encontraba en la cabina del desafortunado Il-2. Se ocultaba entre los cercanos árboles, esperando la llegada del piloto enemigo.
Tan pronto como su verdugo estuvo cerca de los restos del avión, el soviético se lanzó en una carrera hacia el avión alemán, poniéndose a los mandos del Messerschmitt. Todo esto ante la absoluta perplejidad del piloto germano, que le observaba, paralizado, en la distancia.
Kuznetsov encendió el motor a toda prisa, tomó velocidad en la amplia llanura rusa y elevó el morro del avión para lanzarse hacia el cielo mientras el alemán, corriendo en vano hacia su caza, se hacía más y más pequeño.
Misión: volver a casa
Cuando ya se encontraba en el aire, nuestro protagonista reparó en algo preocupante. Cualquier compatriota piloto, o la artillería antiaérea no pensaría que un Me-109 con la cruz negra en las alas pudiese estar pilotado por un tovarishch. ¡Tras ser derribado por un alemán, se arriesgaba a morir por la mano de sus compañeros de lucha!
Por suerte para Kuznetsov, según las fuentes de las que disponemos, el destino le ayudó a sobrevivir a esta increíble aventura, siendo condecorado por su hazaña como Héroe de la Unión Soviética. Más tarde, en 1944, resultó cegado por un impacto de fuego antiaéreo que recibió cuando volaba sobre Polonia. Pese a sus heridas, al parecer consiguió aterrizar su nuevo Il-2, pero desconocemos lo que le pasó tras abandonar la cabina del avión.
¿Mito? ¿Historia descabellada? ¿Un ejemplo más de que la realidad supera a la ficción? Seguiremos intentando localizar alguna foto del misterioso piloto ruso mientras compartimos la anécdota en conversaciones nocturnas, con los amigos y algo que beber sobre la mesa.
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