Cómo los rusos cambiaron mi vida: Humberto, de Colombia

Estilo de vida
SVETLANA LOMÁKINA
Humberto Osorio vino a estudiar a la URSS en 1982 y se enamoró de la lengua rusa. Muchos de sus compañeros colombianos no soportaron el clima y las duras condiciones, pero él decidió quedarse al terminar sus estudios. Y, con el tiempo, admite haberse vuelto más ruso que colombiano.

Humberto creció en una familia colombiana normal y corriente. Sin embargo, su hermano se marchó a estudiar a Estados Unidos y él también decidió irse al extranjero, aunque a Rusia: “Siempre me pregunté cómo se vivía bajo un sistema político diferente, demonizado en nuestro país”.

Gracias a la cuota educativa colombiana, Humberto fue a estudiar a la Universidad de la Amistad de los Pueblos, en Moscú. “En mi patria me decían que estaban formando guerrilleros que, cuando volvieran a casa, librarían una lucha de liberación”.

En Rusia, o entonces todavía en la URSS, Humberto se enamoró inmediatamente y para siempre de la lengua rusa y se dio cuenta de que era su destino. 

“No te puedes imaginar lo orgulloso que me sentí de mí mismo cuando por fin pronuncié ‘calle Krzhizhanovski’”, se ríe.

Primeras impresiones de Rusia

“Corría el año 1982. Bajé del avión en Moscú y me encontré en un universo diferente. La gente, las costumbres, la comida, el clima, la arquitectura... todo era diferente. También me llamó la atención que en el metro todo el mundo leía.

“Por supuesto, al principio hubo momentos difíciles. Me metieron en un dormitorio y me sentí como en una cárcel. Largos pasillos, bombillas tenues, caras severas...”

“Los rusos, en general, son muy serios al principio, incluso piensas que están ofendidos o enfadados contigo y no está claro por qué razón. El primer choque fue en la aduana: siendo un tipo alegre y dicharachero, me encontré con gente muy seria... Pero luego, empiezas a entender por qué todo el mundo está tan concentrado: por la carga histórica que pesa sobre ellos. Y me doy cuenta de esta carga, respeto y acepto el patetismo que a menudo acompaña a los rusos.”

“Pero sólo tienes que entrar en el alma de un ruso a través de una pequeña ventana y se convertirá en alguien absolutamente real para ti, amable, abierto e increíblemente servicial.”

“Un ruso siempre quiere alimentarte y esto también es consecuencia de su difícil historia”.

Ser más ruso que colombiano

Durante el primer año, muchos compatriotas de Humberto se marcharon, incapaces de soportar el clima y el duro temperamento ruso. Pero Humberto se quedó. Ahora tiene la doble nacionalidad y le parece que, con el tiempo, se ha vuelto más ruso que colombiano. Dice que se ha vuelto más concentrado, más responsable y se ha convertido en un hombre de palabra, que no inventa excusas. Y, sin duda, se ha vuelto más tranquilo.

En opinión de Humberto, en América Latina mucha gente sólo confía en Dios, en poderes superiores. Sólo esperan, pero no hacen nada por sí mismos. Y los rusos deciden su propio destino. “Como ruso, sigo creyendo: Que Dios ayude a los que se ayudan a sí mismos”.

Esposa rusa

Humberto siempre ha sido activo y creativo. En su tierra natal, trabajó en un teatro, en la radio, en danza y en un coro. Entonces, en Rusia, se unió a un conjunto universitario en el que estudiantes de distintos países ponían en escena sus danzas nacionales. Allí conoció a su futura esposa, Elena, y finalmente decidió quedarse en Rusia. Sigue viviendo en Moscú con su bella morena de Sarátov. Tienen hijos, amigos, una casa de campo, un jardín, gatos, un perro...

Escuela de vida en una obra siberiana

Humberto necesitaba dinero para poder viajar a Colombia a ver a su familia. Así que decidió ganar algo de dinero enrolándose en un equipo de construcción. Como extranjero, para que le permitieran construir la línea principal Baikal-Amur, tuvo que escribir una declaración: “Voy a Siberia a ayudar a construir el comunismo”.

“Todavía hoy bromeo diciendo que estaba construyendo el comunismo para ellos”, se ríe Humberto.

El viaje no sólo le sirvió para ganar dinero, sino también para enriquecer increíblemente su vocabulario de la lengua rusa, especialmente de las palabrotas rusas.

“Me interesaba el vocabulario coloquial. Me paseaba por la residencia de Moscú con cuadernos y tomaba notas ávidamente de los estudiantes de las distintas repúblicas de la Unión. Luego, en Siberia, cuando el comandante de un equipo de construcción se enteró de mi interés por el lenguaje obsceno ruso, me envió a una brigada de mineros. Allí, ¡llené dos cuadernos!”.

Los duros años 90 y el caviar negro

Tras el colapso de la URSS y el comienzo de una economía de libre mercado, mucha gente en Rusia probó suerte en los negocios. Humberto también lo intentó en varias empresas. En particular, llevó a turistas rusos al extranjero y acogió a extranjeros en Rusia.

“Cuando algún turista extranjero estaba a punto de volar a casa, yo le advertía siempre: no lleven demasiado caviar negro, hay un límite estricto en la aduana. Pero la gente no hacía caso y se metía esas latas en el equipaje de mano, en los pantalones, en los sombreros. Los guardias fronterizos siempre encontraban ese caviar y, naturalmente, lo confiscaban. Y entonces, los turistas, para no dejar las latas a los aduaneros, me las daban a mí. No te lo vas a creer, comíamos caviar de la mañana a la noche”, recuerda Humberto.

En los años 90 le pasaron muchas cosas, entre ellas sufrió chantajes y la bancarrota. Al final, Humberto volvió a lo que más le importaba, el idioma. Y empezó a enseñar español. Tras analizar todos los libros de texto existentes, se dio cuenta de que no le servían. Así que escribió los suyos propios, o mejor dicho, toda una serie de ellos llamada Planeta Español.

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