La historia de un marinero argentino que se ha enamorado de Taganrog

Un día, el argentino Juan Martín Rutinelli, que iba a ser abogado, dio un cambio brusco a su vida y se convirtió en marinero. Visitó todos los continentes, vio decenas de países, pero sólo se enamoró de verdad de uno de ellos. Así que ahora, cuando no está en el mar, vive en dos casas: una está en Argentina, y la otra en Rusia.

Este año y el año pasado, Juan ha pasado sus vacaciones como voluntario en el puesto de control de Véselo-Voznesenka, en la frontera de las regiones de Rostov y Donetsk. Alquila un piso en Taganrog y se desplaza todos los días a la frontera para ayudar a los refugiados.

El verano pasado estuvo en el sur de nuestro país, pero ahora está de vuelta en Argentina y en un par de días se hará a la mar durante dos meses y medio. Estoy hablando con él por videoconferencia.

- Juan, al principio pensé que no te habías ido. Veo detrás de ti la misma bandera rusa que había en Taganrog.

Juan haciéndose un 'selfie' en un crucero en el que trabajó.

- Esta es la segunda bandera. La primera me la firmaron todos los rusos que se convirtieron en mis amigos. La bandera rusa siempre está conmigo. Lo primero que hago, llegue a donde llegue, es abrir la maleta y colgar la bandera. Y me hace sentir bien: ahora estoy en casa.

- ¿Te la regalaron o la compraste?

- La compré, como todos los extranjeros, en Arbat. Una cheburashka, una muñeca matrioshka, un gorro ruso... ya sabes. Y, ¿sabes por qué fui a Arbat? Mi libro ruso favorito es El maestro y Margarita. Lo leí por primera vez traducido al inglés. Y ya entonces me impresionó mucho. El Maestro vivía en un piso en Arbat, y yo, en cuanto llegué a Rusia por primera vez, fui a mirar: oh, aquí andaba, aquí vivía... Todo es como en el libro. Lo sentí.

- ¿Y has conocido a Margarita?

Juan en la Plaza Roja de Moscú.

- Hay muchas chicas románticas en Moscú. Pero también hay mucha gente como el Maestro. El Maestro es un personaje ruso. Solía observar las caras de la gente en el metro. Estaban todos ensimismados, parecían estar en su propio mundo. Pero en cuanto empezaba a hablar con ellos, a preguntarles, por ejemplo, por una dirección, los rusos volvían inmediatamente a este mundo y estaban dispuestos a ayudar.

Cuando iba a venir, siempre oía muchos estereotipos: que los rusos son antipáticos, que no sonríen, que son todos borrachos, ruidosos y todos espías. Pero yo sabía que los que lo decían pensaban así por Hollywood, por supuesto que hay grandes películas norteamericanas, pero también es una gran máquina de propaganda. Y yo ya sabía cómo eran los rusos: en Buenos Aires me familiaricé con ellos y supe que los rusos son gente simpática, abierta y risueña.

- Cuéntanos un poco sobre tu ciudad natal y tu trabajo.

- Punta Alta es conocida por ser la principal base naval argentina Puerto Belgrano. Aquí vivían los indios y también vino Charles Darwin en un barco con una expedición científica. Y aquí hay muchos temas náuticos, así que hay muchos marineros.

Llevo casi 10 años en Royal Caribbean. Nuestro barco es el crucero Navigator of the Seas. El equipo es internacional, hay 20 rusos. Yo soy el primer maquinista, en la marina mercante rusa mi puesto se llama mecánico superior. Antes estuve en un gasero y pasaba fuera de casa 10 meses al año, luego en un pesquero 8 meses. Ahora es muy cómodo: 2,5 meses estoy en el mar y la misma cantidad de tiempo en tierra, en Argentina o en Rusia.

- Dado que procedes de una ciudad marítima, ¿es probable que tengas una dinastía marina?

- No. Mi padre, que murió hace muchos años, era propietario de una tienda de ropa. Y mi madre es psicóloga. Trabajó 35 años en la Armada Argentina como psicóloga. Su primera historia fue sobre los marineros que sirvieron en el crucero General Belgrano. Argentina estaba entonces en guerra con Gran Bretaña por las islas Malvinas, y su submarino hundió el Belgrano en 1982. Hubo más de 300 muertos. Mamá trabajó con los supervivientes: fue una gran experiencia y un reto para ella.

- ¿Cómo aceptó tu decisión de hacerte marinero?

El buque en el que trabaja Juan atraviesa el Canal de Panamá. Abril de 2023.

- Probablemente se asutó, pero siempre está de mi lado, quiere que sea feliz. Y yo intento no disgustarla. Si pasa algo en el barco, mi madre sólo se entera en casa, cuando estoy vivo y cerca. Hace poco tuvimos un incendio en el compartimento donde se recoge la basura: toda la tripulación se convirtió en bomberos, pero acabó bien.....

No me hice marinero a la primera. Al principio estudié cuatro años en la universidad de mi país para ser abogado. Pero un día me di cuenta de que no quería una vida en la que te levantas cada mañana, vas a trabajar y vuelves a casa por la noche. Quería aventuras, incluso peligrosas. Esta vida estaba cerca: la de marinero. Ingresé en la Academia de la Marina Mercante y estudié para ingeniero naval. Llevo 14 años trabajando.

- ¿En qué países has estado y dónde más te atreverías a echar el ancla, si no es en Rusia?

- Argentina ocupa el primer lugar en mi corazón. Por desgracia, hoy en día, al igual que en Rusia, hay muchos jóvenes que quieren ir a Europa o a Estados Unidos. Piensan que allí se vive mejor, que la gente es mejor, pero es una ilusión. He estado en casi todos los países del mundo. Y puedo decirles que todos tienen sus pros y sus contras, y Europa no es un lugar ideal.

Probablemente podría echar el ancla en Colombia. Es un país muy bonito, allí es verano eterno. Sobre todo en la ciudad de Medellín. Me encanta Japón, es un país único, trabajé en un barco allí durante casi 5 años. He visto muchas ciudades japonesas, pero de nuevo me gustan las pequeñas, como Taganrog.

- ¿También hablas japonés?

- Sí, desde hace tres años doy dos horas de ruso y dos horas de japonés una vez a la semana, estudio con profesores a distancia. También sé inglés y alemán. Y mi español natal, por supuesto.

Empecé a aprender ruso en 2005, cuando aún era estudiante de Derecho. Mi profesora tenía 70 años, se llamaba América; hace muchos años esos nombres estaban de moda: Argentina, Malvinas, América. Y aunque se llamaba así, también amaba a Rusia.

- ¿De dónde sacó un joven argentino tanto interés por Rusia?

- Cuando tenía 11 años, ponían una serie documental en la televisión argentina sobre la Segunda Guerra Mundial. Y hubo capítulos sobre los combates en Stalingrado. Me sorprendió el heroísmo de esa gente; sí, los países occidentales ayudaron, pero en realidad el pueblo soviético estaba solo contra una enorme maquinaria fascista. Y empecé a buscar información sobre el pueblo ruso: literatura, historia, quién era Alexánder Nevski, quién era Yuri Gagarin. Pero Yuri Gagarin no es sólo un héroe ruso, es un héroe de toda la humanidad. Y la mayoría de la gente en Argentina lo conoce. Ayer vi una película sobre la NASA: cómo lanzaban sus satélites, allí también se mencionaba a Yuri Gagarin. Sólo que para los estadounidenses fue una mala noticia, pero para el mundo entero fue un momento de felicidad.

Cuando entré en la Academia Naval, conocí en Buenos Aires a muchos rusos que vivían en Argentina. En los años 90, la gente de la antigua Unión Soviética vino a visitarnos. Se convirtieron en mis mejores amigos. Y gracias a ellos conocí la cultura rusa de verdad, no sólo por las películas y los libros. Los rusos son gente risueña, cariñosa, cálida. Somos muy parecidos porque queremos pasar tiempo con los amigos y la familia.
Y además todos los rusos que conocí son muy cultos: conocen a sus escritores, artistas, saben hablar de historia. Me sorprendió...

- ¿Cuándo llegó a Rusia por primera vez?

- Fue en febrero de 2018. Vine como turista. ¡Soñaba con Rusia! Pero no sabía dónde estaría mejor. Estaba eligiendo entre Dostoievski y Bulgákov: entre San Petersburgo y Moscú. Pero entonces ganó Moscú: allí había más lugares que quería ver con mis propios ojos. 

- Hace mucho frío en Moscú en invierno...

- Sí, pero la nieve es romántica. Y Moscú en invierno es la ciudad más romántica del mundo, la prefiero así.

Y el metro de Moscú es arte que se muestra gratis. Me quedé alucinado cuando lo vi por primera vez y paseaba por el metro, lo observaba... En ningún lugar del mundo hay un metro así. ¡Y qué dulces tienen en Rusia! Yo también me traje a casa un montón de chocolate ruso esta vez e invito a mis amigos, ¡es maravilloso! El chocolate ruso es lo mejor de Rusia. Aunque también me encantan los pelmeni.

En Moscú probé por primera vez la tarta Praga. Un amigo mío, que es chef, y yo quisimos hacerla en Argentina, pero no, no salió bien. Creo que Praga sólo debería hacerse en Rusia.

- ¿Qué tradiciones y costumbres te han sorprendido?

- La tradición ortodoxa de bañarse en un pozo de hielo en invierno: ¡me chocó! ¡Hace mucho frío! También me sorprendió una cosa que tiene que ver con la religión. Yo soy católico. Estando en Rusia, quería sumergirme en el mundo de otros cristianos. Fui a una misa y vi lo fuertes que son vuestras tradiciones: en la iglesia sentí que era la misma misa que hace trescientos años. Los rusos son un pueblo muy tradicional, y eso es raro en el mundo de hoy. ¡Аh! También me sorprendió la vania rusa. Allí te llevan al vapor, luego te golpean con una escoba, y después tienes que correr y caer en la nieve, ¡y es una experiencia muy interesante!

- ¿‘Bania’, quieres decir? ¿Qué palabras rusas te resultan más difíciles?

- Las largas, como mezh-du-na-rod-ni, pra-ví-tel-stve-ni. Soy muy lento con esas.

...Cuando trabajaba con refugiados en el puesto de control, en la cantina, al principio me ayudaba una mujer que hablaba inglés. Luego se fue y me quedé solo. La gente viene y me pide pérvoie (primer plato, en español) o que les demos solo vtoróie (segundo). ¿Qué es eso? Yo les miraba y sonreía confuso, y entonces ellos leían lo que ponía en mi placa y me señalaban con el dedo lo que necesitaban. Así he recordado para siempre que pérvoie era sopa y vtoróie trigo sarraceno y ensalada.

- ¿Qué te motivó a venir a ayudar a los refugiados?

Juan como voluntario.

- En febrero de 2022, estaba de viaje. Y cuando empezó todo, empezamos a discutirlo con los rusos del barco: ¿Qué hacer? ¿Qué podemos hacer para ayudar? Me dirigí al dueño de mi piso de Moscú, y me aconsejó que buscara grupos de voluntarios en el sur, en Rostov. Escribí al grupo de voluntarios Neravnodúshchnye y me contestaron: “Ven”. Fue sorprendente, yo era extranjero....

Le dije a mi madre que había ido a ver el sur de Rusia, pero entonces no había tiempo para ir a ver las cosas. Había mucha gente que venía y venía y venía. En la frontera les dábamos de comer, les vestíamos, ayudábamos a los heridos, llevábamos maletas, les acompañábamos a los autobuses.... Pasé todas mis vacaciones, dos meses y medio, divididas por turnos. Sólo venía a dormir a mi piso de Taganrog.

- ¿Qué historias humanas de tu tiempo de servicio en la frontera se te quedaron grabadas en la memoria?

- No son historias, sino imágenes. Los rostros de la gente, blanco sobre blanco. Cómo las mujeres y los niños se tapaban los oídos y se agachaban cuando volaban los aviones.

Una vez, cuando casi habíamos terminado nuestro turno en el comedor, un comandante de tanques entró en nuestra tienda. ¿Cómo se llama en ruso cuando una persona tiene el brazo vendado de blanco y no puede moverse?

- ¿Ráneni? (‘Herido’, en español)

- Sí. Ráneni. Entró en la tienda y dijo: “¿Pueden alimentar a mi tripulación?” Y le dijimos que sí. Y entonces entraron 25 hombres. Les dimos sopa, trigo sarraceno, ensalada, té. Se lo comieron todo, pero volvimos a traer sopa. Y otra vez se lo comieron todo. Estaban tan hambrientos, perdidos... También es una imagen que pesa en el corazón. Pero lo peor fueron, por supuesto, los cuatro autobuses llenos de niños de Donetsk. Nunca olvidaré sus caras.

- ¿Cómo reaccionó la gente cuando vio su nombre en la placa?

- Oían mi acento, me preguntaban mi nacionalidad. “¡Ah, Argentino!”. Había un hombre que sabía español: vivía en España, pero había vuelto a su casa en Mariúpol. Su nuera embarazada murió y perdió el contacto con su hijo. Es una situación muy difícil, yo le escuchaba en español, y él estaba contento de poder hablar conmigo: era importante para él. Y para mí también...

Pero hubo algunos incidentes divertidos. El primer día en el control revisaron mis documentos, y el oficial, que casi se estaba quedando dormido, de repente abrió los ojos: “¡¿Argentino?! ¿Qué haces aquí?” - “Soy voluntario”. - “¿De Argentina? Ah, Messi, Maradona!” (Se ríe).

- Por cierto, ¿cómo te va con el fútbol?

- Te digo que soy el mejor jugador del equipo contrario. Cuando estaba en Rusia, todo el mundo me cantaba la canción Argentina - Jamaica 5:0. Y esperaban que yo también fuera aficionado al fútbol. Pero sólo vi ese partido cuando todos me hablaron de él.

- Y en el terreno personal, si no es un secreto, ¿no has encontrado el amor en Rusia?

- No, es argentina, Dios me la envió hace cinco meses. Se llama Katerina, es estilista, peluquera. Le advertí que trabajaba mucho en el mar, y le expliqué por qué viajaba a menudo a Rusia. De lo contrario, habría resultado extraño: “¿Qué haces siempre en Rusia, Juan? ¿Tienes novia allí, familia?”. Le enseñé fotos, le expliqué mis razones, y me entendió. Así que cuando me fui a Taganrog después de mi contrato en el mar, no se sorprendió.

El 27 de julio, cuando derribaron un misil sobre Taganrog, estábamos hablando por vídeo, ¡y todo tembló tanto! Le dije: Katia, por favor, espérame, necesito escribir unos mensajes urgentemente. Y empecé a enviar mensajes a mis amigos voluntarios: ¿Qué ha pasado?

- ¿Se parece Taganrog en algo a su ciudad natal?

Juan en la casa de Antón Chéjov en Taganrog.

- Sí. Es pequeña, aquí se nota la cultura y la historia. Es tranquila, me siento bien, como en casa. Y ya tengo muchos amigos en Taganrog, y es muy agradable vivir donde tienes a tus amigos. Espero poder traer a Katerina a Taganrog cuando acabe la operacióm militar. Tenéis un dicho muy bueno: “Cuando toda la familia está junta, el alma está en su sitio”. Mi alma está en su sitio cuando estoy en Argentina y aquí.

El texto fue publicado en ruso en la revista online ‘Nátsia’. Russia Beyond publica la versión reducida. Esta historia forma parte del proyecto ‘Desde Rusia con amor. La segunda temporada’ creado con el apoyo del Fondo Presidencial de Iniciativas Culturales. Estas son las historias de extranjeros que una vez llegaron a nuestro país, se empaparon de la cultura rusa, de sus espacios, de su gente... y acabaron convirtiéndose un poco en rusos ellos mismos.

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