Vida en comuna: jóvenes de San Petersburgo reinventan el pasado soviético

Piotr Kovaliov/TASS
Algunos jóvenes de la capital del norte buscan nuevas formas de vida en común, tomando como base la creatividad y las buenas vibraciones.

Justo detrás del Teatro Mariinski se encuentra uno de los secretos mejor guardados de San Petersburgo: el barrio Kolomna.

Triglinki es uno de los nuevos espacios de convivencia ubicados en Kolomna. Si subes hasta el último piso, por una escalera oscura con paredes cubiertas de graffiti, en las que se habla de amor, paz y los beneficios de las verduras, llegarás hasta una puerta amarilla y brillante. Aquí se pueden ver la información de contacto y una lista de reglas para quienes vienen a vivir o simplemente a socializar: el arte, el tofu, el cine intelectual y las fiestas de techno son bienvenidos. No lo son tanto el alcohol, las drogas y la carne.

Abre la puerta y entra. Un montón de sandalias y de botas de invierno llenan un estante cerca de la entrada. Los patinetes cuelgan de la pared y hay grúas de origami suspendidas de cuerdas. En los grandes altavoces de la cocina suena un electropop suave, hay un piano colocado contra la pared y las luces de Navidad parpadean en un arbusto. En cualquier momento podemos ver a los miembros limpiando, planificando eventos, debatiendo en torno a un té, haciendo yoga o planeando la próxima redecoración.

En los últimos años, Kolomna se ha convertido en un centro para jóvenes que buscan explorar nuevas visiones de la vida en comunidad. La ubicación es relativamente céntrica, el alquiler es barato y cuenta con muchos espacios con los que trabajar. Triglinki ocupa una antigua kommunalka, como si se tratara de una curiosa resaca del reciente pasado soviético. Estos pisos comunitarios del siglo XX se han transformado en algo completamente diferente en el siglo XXI.

Breve historia de la ‘kommunalka’

Las kommunalkas son como los apartamentos normales pero con una característica peculiar: las habitaciones individuales son, en muchas ocasiones, tan grandes como para poder alojar a familias enteras. Se originaron en el periodo zarista, pero después de la Revolución de 1917 este tipo de vivienda se convirtió en un fenómeno puramente soviético. Lenin vio en ellas un gran potencial para el desarrollo del comunismo: personas de diferentes clases y orígenes conviviendo juntas. Utilizó estos apartamentos para urbanizar rápidamente una población que todavía era abrumadoramente rural.

Las autoridades a menudo organizaban uplotnienie, un proceso según el cual las familias proletarias iban a vivir a apartamentos de ricos y nobles; dejando a los anfitriones (y antiguos dueños) una o dos habitaciones. Un gran número de familias fueron reubicadas en los principales centros urbanos del país, donde la falta de espacio les obligó a vivir muy cerca de sus vecinos. Los baños compartidos y el espacio de la cocina dieron lugar a nuevas rutinas: horarios de limpieza semanales, escuchas a escondidas y disputas pasivo-agresivas en la cocina.

Cuando Jrushchov llegó al poder, tras la muerte de Stalin, las reformas que hizo en las viviendas permitieron a las familias mudarse a apartamentos muy pequeños, aunque privados. Las kommunalkas quedaron para algunas personas solamente. En la actualidad hay gente que se pregunta por qué los jóvenes eligen conscientemente vivir en ellas.

Motivación para la vida en común

“Cualquiera puede mudarse a otra kommunalka”, dice Ruslán Lárochkin, fundador de Triglinki. “Pero no todos pueden hacer lo que estamos tratando de hacer aquí. No queremos ser simplemente compañeros de cuarto, queremos formar una pequeña familia”.

“Un espacio es su gente”, continúa Lárochkin. “Y la gente siempre viene con algún tipo de energía; cuando alguien se muda a esta habitación, me gustaría que trajera buenas vibraciones”.

La estética de “hazlo tú mismo” se ve por todo el apartamento, desde los collages de baño y los carteles en la cocina hasta los eventos que tienen lugar en los espacios compartidos, como la sala de estar. Los conciertos, los días de restaurante y las noches de cine son una cosa habitual. Compartir alimentos, reciclar y una buena taza de té son parte de lo que une a los habitantes de este espacio.

A poca distancia se encuentra el espacio Kubometr, que tiene unos gustos similares. Fundado en 2013 por Olga Poliakova y algunos amigos, se convirtió rápidamente en un centro para jóvenes interesados en proyectos culturales y sociales.

La propia plataforma de Poliakova, Travá, es uno de los colectivos de organización de eventos más vibrantes de la ciudad. Facilita cualquier cosa, desde clases magistrales hasta excursiones temáticas, pasando por espacios antidiscriminatorios. Algunos “veteranos” de Kubometr han lanzado sus propios proyectos.

Asia Senichiova y Ksiusha Morózova son miembros actuales que organizan en sus casas conferencias mensuales, eventos a los que puede inscribirse quien quiera para dar una charla de diez minutos sobre cualquier tema. Se anima a los asistentes a traer vino, fruta y preguntas. No solo se trata de escuchar a gente interesante sino también de pasar el rato con ellos.

Para algunos estos espacios pueden parecer paraísos neobohemios, pero no pueden evitarse las realidades cotidianas de la vida en común. Los malentendidos y la presión que supone vivir muy cerca de los demás son parte de esta experiencia. La vida en estas kommunalkas del siglo XXI no es apta para todos: hay reglas que seguir y, a veces, puede llevar un tiempo encontrar al compañero de piso adecuado.

Varias generaciones

A veces hay eventos que combinan lo viejo y lo nuevo. Kubometr celebró recientemente su quinto aniversario e invitó a Natalia Patkul, mujer que vivió en el mismo apartamento hace décadas, a hablar de su experiencia.

“Para mí”, dice, “es importante que el apartamento esté como antes. Hay detalles que están exactamente igual a como eran en mi infancia. Estoy muy contenta de que el apartamento tenga un ambiente tan agradable ahora. Me gusta la gente que vive aquí y me gusta lo que hacen. No todos los apartamentos tienen este destino”.

Cuando se le pregunta si cree que las kommunalkas acabarán desapareciendo, se muestra cauta. “Los cambios son inevitables y cada período tiene sus propias tendencias. Incluso si las kommunalkas desaparecieran, acabaríamos sintiendo una especie de nostalgia romántica por ellas”.

Así se vivía el comunismo en los apartamentos comunitarios.

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