Perdidos en la taiga: Cómo los ermitaños Líkov se hicieron famosos en la Unión Soviética

Iliá Pítalev/Sputnik
Perseguidos por las autoridades soviéticas, se escondieron en el bosque durante décadas. Cuando solo quedaba una mujer con vida, esta tomó contacto con el mundo exterior, pero el choque con la “civilización” la convenció de volver a la taiga.

Ropa hecha de cáñamo, zapatos de corteza de abedul y encender fuego con pedernal. Peligrosos animales salvajes en verano, y temperaturas gélidas y nieve hasta la cintura en invierno; ninguna de las comodidades de la civilización, y la zona poblada más cercana a 250 km. Así vivió una familia rusa durante décadas.

Agafia (en el centro) y su padre, Karp, 1982.

Hace más de 40 años, volando en helicóptero por la remota taiga, los geólogos soviéticos divisaron un huerto en una zona deshabitada en el curso superior del río Abakan. Resultó que la familia Líkov (un padre y sus cuatro hijos mayores) vivía en el bosque. Durante muchos años, estos Viejos Creyentes habían estado aislados del mundo, y luego, gracias a un artículo de prensa, se hicieron famosos en toda la Unión Soviética.

Agafia Líkova y Vasili Peskov en 2004.

Unos años más tarde, en 1982, Vasili Peskov, corresponsal del Komsomólskaia Pravda, fue a ver a los eremitas. Esperaba encontrarse con una familia de cinco miembros, pero cuando llegó, encontró al padre, Karp, a su hija, Agafia, y tres tumbas recientes. Dos hermanos y su hermana habían muerto no hacía mucho por enfermedad, uno tras otro. El padre murió en 1988 (su madre había muerto de hambre en 1961). Sólo Agafia, que no quería cambiar su modo de vida, permaneció en el bosque.

Los efectos nocivos de la civilización

Algunas personas culparon a Peskov de la muerte de los Líkov debido al choque que supuso el contacto con el mundo exterior. El periodista se sintió muy molesto por ello, ya que había tratado de proteger a los Líkov de las hordas que se habían precipitado hacia la zona para observarlos. Durante muchos años había visitado y ayudado a la familia llevando utensilios de cocina, medicinas e incluso una cabra, para que los ermitaños pudieran tener leche fresca todo el año.

Tumba de Karp Líkov, 2018.

Durante uno de sus últimos encuentros con Agafia, Peskov le preguntó si en su opinión era bueno que la gente hubiera “descubierto” finalmente a la familia. Según Agafia, Dios les había enviado gente, y si no hubiera sido por estas personas, la familia habría muerto hace mucho tiempo.

“¿Cómo era nuestra vida antes de eso? Nuestras ropas estaban desgastadas y cubiertas de parches. Era terrible: comíamos hierba y cortezas”, dijo Agafia, según Komsomólskaia Pravda.

Los ‘Robinson Crusoes’ de la taiga

Tras sus encuentros con los Líkov, Peskov escribió una serie de artículos. La historia de los ermitaños cautivó a mucha gente, y se formaban colas en los quioscos cada vez que se publicaba una nueva entrega sobre los Líkov.

Artículo de Peskov en el periódico Komsomólskaia Pravda.

Peskov contó a sus amigos que todas las mañanas la esposa de Brézhnev enviaba a una persona a un quiosco de periódicos para conseguir el último número del Komsomólskaia Pravda lo antes posible porque no podía esperar a leer la nueva entrega de la saga sobre los eremitas siberianos. Más tarde, los artículos de Peskov se publicaron como un libro, Perdidos en la taiga, que se tradujo a muchos idiomas.

Por qué los Líkov se trasladaron al bosque

A lo largo de los siglos, muchos rusos huyeron y se escondieron en la vasta extensión del país debido a sus creencias religiosas. Los Viejos Creyentes siempre habían sido perseguidos en Rusia, y sólo el emperador Nicolás II acabó con esto. Sin embargo, después de la Revolución, las autoridades soviéticas reanudaron la persecución religiosa con fuerza, obligando a los Viejos Creyentes a incorporarse a las granjas colectivas o encarcelándolos.

Hogar de los Líkov.

Huyendo de la colectivización, la familia Líkov se adentró en el bosque y se encontró en una reserva forestal estatal. En los años 30, las autoridades les prohibieron cazar o pescar.

En una ocasión, un anónimo denunció que los Viejos Creyentes eran cazadores furtivos. Los guardias de la reserva forestal fueron a comprobarlo y mataron accidentalmente al hermano de Karp Líkov, pero dijeron a los investigadores que los Viejos Creyentes habían opuesto resistencia armada.

En 1937, el año más terrible del Gran Terror, los Líkov recibieron la visita de gente del NKVD (la agencia precursora del KGB) que empezó a interrogarles detalladamente sobre el incidente. La familia se dio cuenta de que tenía que huir. Después de eso, empezaron a adentrarse en la taiga, cambiando siempre de morada y cubriendo sus huellas.

Agafia, la única superviviente

Agafia tiene ahora 78 años, y durante los últimos 30 ha vivido sola en el bosque. Una vez, en 1990, hizo un intento de vivir con otras personas, eligiendo residir en un convento cismático de Viejos Creyentes sin sacerdotes, e incluso se hizo monja. Sin embargo, la interpretación de la fe de Agafia resultó ser diferente, y volvió a su hogar en el bosque. En 2011, representantes de la Iglesia oficial rusa de los Viejos Creyentes visitaron a Agafia y llevaron a cabo una ceremonia de bautismo en estricto cumplimiento de las leyes eclesiásticas.

Agafia recibió el apoyo de las autoridades locales, y el exgobernador de la región de Kemérovo, Aman Tuleyev, dio instrucciones para que la ermitaña recibiera toda la ayuda necesaria. Cada año aumenta el interés por ella. Equipos de rodaje, periodistas, médicos y voluntarios han ido a verla.

En 2015, un equipo de cine británico encabezado por la directora Rebecca Marshall visitó a Agafia para realizar un documental sobre su vida, The Forest in Me.

Agafia considera que la soledad es la forma más importante de salvar el alma, pero ella no se siente sola.

Agafia lee una carta de Bolivia.

“Junto a cada cristiano siempre está un ángel de la guarda, así como Cristo y los Apóstoles”, dice.

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