Lo primero que se viene a la mente cuando uno piensa en el primer proyecto de transbordador espacial, que se llamó Burán (“ventisca” en ruso), es lo ambiciosa que era la URSS en el ámbito de la exploración espacial. El Burán fue la respuesta rusa al programa del transbordador espacial de la NASA. El 15 de noviembre de 1988, tras dar dos vueltas en la órbita de la Tierra (sin piloto), esta nave reutilizable aterrizó en Baikonur, Kazajistán. Había muchas expectativas puestas en la nave, pero esta no volvió a volar nunca más. El Burán, que fue el proyecto de exploración espacial más costoso e importante de la Unión Soviética se canceló en 1993.
Varios analistas militares comentan a la revista New Scientist que el Burán no tenía ninguna misión civil y estaba concebido sobre todo para desplegar armas en el espacio. Además, añaden que la URSS podría haber intentado desplegar armas nucleares.
“Recuerdo lo grande que era… Era mucho más grande de lo que parecía en las imágenes. Tenían grandes planes para ella”, comenta Vitali Raskálov, que visitó el cosmódromo de Baikonur a mediados de mayo de 2017. Es una de las pocas personas que han logrado hacerlo sin permiso. El acceso de civiles al cosmódromo para ver este histórico transbordador espacial está prohibido. La ciudad de Baikonur conserva su estatus de ciudad cerrada de la época soviética. “De hecho, puedes comprar un billete de tren desde Moscú, pero solo si tienes permiso. Nosotros no lo teníamos”, comenta Raskálov.
El roofer ruso, junto con cuatro británicos y dos ucranianos, optó por una vía alternativa. “Encontramos información en internet de gente que trabajó allí y de turistas como nosotros. Había un motociclista que había llegado al cosmódromo por accidente. A él le pillaron, pero no le ocurrió nada. Porque… ¿qué puede hacer la policía?”, añade Raskálov.
El grupo voló hasta Almatí, desde allí tomó un tren hasta Kizilorda y cubrió en taxi la parte final del trayecto. “¡Nada especial! Esto es Kazajistán… La gente viaja entre ciudades en taxi. Al taxista le dijimos que éramos fotógrafos y queríamos sacar unas fotografías de las estrellas” comenta Raskálov. “Nos dejó en medio de la estepa. Estábamos solos”. Sin embargo, destaca que el territorio del cosmódromo está muy custodiado. “Por supuesto que Baikonur está protegido. Pero no sabíamos exactamente cuántos guardas había. No puedes imaginar lo grande que es el territorio. Es como toda la superficie de dentro del tercer anillo de circunvalación de Moscú. ¿Cómo puedes proteger totalmente un área tan extensa? Es bastante difícil”.
Siguieron la misma ruta que el motociclista, y caminaron durante dos noches seguidas. “Yo llevaba seis litros de agua, algo de comida, una chaqueta y un saco de dormir… Eso es todo. Encontramos unas instalaciones de lanzamiento de misiles balísticos intercontinentales, con un enorme agujero en el suelo”, añade Raskálov. “Como el programa del Burán fue interrumpido, pensábamos que las autoridades lo habrían rellenado con cemento, pero como esto saldría demasiado caro, ¡lo que hicieron fue detonar la zona entera! Esto sucedió después de que Rusia firmara un tratado de reducción de armamento nuclear [START-I]”.
El hangar que alberga las lanzaderas del Burán se encuentra a unos 30 km de la antigua lanzadera de misiles. Está dentro del territorio del cosmódromo y tiene carreteras en buen estado, y un sistema de patrullas de seguridad. “A primera hora de la mañana encontramos a un grupo de rusos dentro del hangar”, cuenta Raskálov. “Tenían el mismo objetivo que nosotros: tomar fotografías. Pero también había un guardia en el hangar. Yo logré esconderme, pero los miembros de mi grupo no tuvieron tanta suerte. Más tarde aquella noche me agarraron a mí también”.
A la pregunta sobre qué les pasó a los extranjeros, dice: “Fueron interrogados por agentes del Servicio Federal de Seguridad, que también los registraron completamente. El interrogatorio duró 12 horas. Finalmente, se convencieron de que no eran terroristas ni espías y los soltaron. En cuanto a mí, creo que pensaron que era del mismo grupo y decidieron no perder el tiempo conmigo”.
“Debo decir que casi nunca me consiguen atrapar. Baikonur ha sido una de las pocas excepciones”, explica Raskálov. “Ya sea algo legal o ilegal, yo no pido permiso. Si nadie me detiene, no pasa nada. El objetivo principal es conseguir una buena fotografía. Tampoco puedo decir que corra grandes riesgos. ¡Bastante más arriesgado es conducir en moto por Moscú!
Así abrieron camino al espacio un diseñador, tres perros y un guapo piloto.
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