La Rusística en Cuba cumple 60 años (PARTE II)

Rafael Peris, un alumno de la escuela del revolucionario cubano Camilo Cienfuegos, durante su clase de lengua rusa.

Rafael Peris, un alumno de la escuela del revolucionario cubano Camilo Cienfuegos, durante su clase de lengua rusa.

T. Anányina/Sputnik
La etapa inicial de aprendizaje estuvo signada por enormes dificultades por su magnitud y vastedad. Comenzó un proceso en el que hubo que superar barreras que pudieran parecer, a la luz de hoy, infranqueables

Pero no conocíamos el lenguaje de la derrota, no temíamos enfrentar cualquier posible encalladura. En los momentos en que más nos hostigaba la angustia nunca cedimos, siempre nos sobrepusimos. La perseverancia, los deseos de aprender y la pasión se convirtieron en la clave que nos abrió el acceso a aquella lengua tan distante del español, tan llena de cosas extrañas.

Con candorosa ingenuidad comenzamos, desde esa misma noche, a hacer los primeros descubrimientos, muy elementales, en el enrevesado alfabeto cirílico y su no menos intrigante fonética.

¿Cómo calificar si no de genuino desastre colectivo el descubrimiento de los casos gramaticales y las declinaciones? ¡Cuántos casos y cosas se dieron alrededor de los casos! Pero los tropiezos en lugar de desanimarnos lo que hacían era acrecentar nuestros esfuerzos.

Aprender ruso, valga subrayarlo, se convirtió para poco más de un millar y medio de jóvenes, además de un serio y retador acto de cognición, en un singular factor de aglutinación favorecedor de sanos ambientes de confraternización, solidaridad y cimentación de amistades para toda la vida.

Poco después, a fuerza de voluntad y de entusiasmo individual y colectivo, animándonos mutuamente cuando asomaba el desaliento y gracias al tenaz empeño y constante apoyo de los profesores soviéticos, por los jardines y terrazas de los albergues, y hasta en los bancos de la Quinta Avenida, ya se podían escuchar presentaciones que hoy pudieran parecer hilarantemente primitivas por su léxico elemental y contenido muy limitado. Mas para entonces bastante aceptables, hasta admirables, y nada carentes de precisión y expresividad.

Así comenzó todo. Tras aquellos primeros pasos, poco a poco, con el paso del tiempo, se iría enriqueciendo y diversificando de manera integral nuestra aproximación y apropiación de la lengua y la cultura rusas, a ello contribuirían entre otras muchas variables:

  • Los recorridos con nuestras maestras soviéticas por museos y exposiciones de la ciudad
  • Las visitas a las unidades militares soviéticas de los participantes en la operación “Anádir”
  • El estudio curricular de la literatura, geografía e historia de Rusia y la URSS
  • El visionado de los mejores exponentes del cine soviético en los cines “Chaplin” y “Miramar”
  • La participación en círculos de interés de pintura rusa y soviética y canto coral
  • Las prácticas docentes y de traducción.

Llegó un momento en el que el aprendizaje se fue tornando cada vez más integrador y propició un mejor conocimiento del idioma, lo que nos permitió aproximarnos a la inmensurable vastedad del universo cultural de Rusia a la vez que a trazar con más nitidez nuestra propia espiritualidad caribeña. Comenzamos a ser absorbidos por una atractiva civilización sin dejar de ser cubanos.

En marzo de 1964 alrededor de 150 graduados de “Pablo Lafargue” empezaron a desempeñarse como traductores en diversos organismos capitalinos, y en septiembre aproximadamente 400 egresados de “Máximo Gorki” comenzaron por primera vez en la historia de la Mayor de las Antillas a impartir clases de lengua rusa en Escuelas Secundarias Básicas e Institutos Preuniversitarios. La Rusística cubana dio entonces su primer paso de envergadura nacional.

En Flores y en Miramar nos cambió la vida de una manera asombrosa, de allí salimos transformados. Sin lugar a dudas, “Gorki” y “Lafargue” además de adentrarnos en el mundo del saber, nos convirtieron en mejores seres humanos, nos inculcaron sólidos e incuestionables valores y enaltecedores atributos identitarios, nos enrutaron a la vida con un incontrovertible compromiso con los destinos de la Patria. Allí nos apropiamos del más auténtico civismo y se forjó ese irrepetible “yo” que nos acompañará hasta el fin de nuestros días.

Más tarde las realidades y circunstancias condujeron a que no pocos de los graduados de la primera promoción enrumbaran sus vidas por diversos derroteros profesionales: profesores y traductores de lengua rusa y otros idiomas, pedagogos de variadas especialidades en todos los niveles del Sistema Nacional de Educación, escritores, poetas y dramaturgos, editores y periodistas, juristas, investigadores/profesores en diversos campos de las ciencias sociales y las humanidades, las ciencias exactas y naturales, Doctores en Medicina (humana y veterinaria), matemáticos, físicos y químicos, ingenieros de los más diversos perfiles, cuadros de dirección política y de gobierno en todos los niveles, incluido el de ministro, delegados y diputados del Poder Popular, expertos en relaciones internacionales, embajadores y otros altos rangos de la jerarquía diplomática, especialistas en comercio exterior, altos oficiales de los institutos armados, hermosas y eficientes aeromozas, artistas y artesanos, y … simples ciudadanos, gente llana y voluntariosa que desde la humildad del cubano de a pie han sabido labrar en su entorno inmediato surcos siempre fértiles.

Seis decenios después, aunque muchos se hayan desvinculado en el orden profesional de la lengua rusa, al escuchar «Я Вас любил: любовь еще быть может,» sin pensarlo se les escapa desde lo más profundo de su ser «В душе моей угасла не совсем;». Aquella experiencia caló tan honda, definitiva y perdurablemente que Pushkin, por tan solo citar un ejemplo entre otros, siempre nos acompaña y cautiva desde la nebulosa frontera de la conciencia/inconsciencia que tengamos del singular e inextricable fenómeno.

Imposible en una remembranza como esta no dedicarle el espacio que merece la impronta de los profesores soviéticos. Nos enseñaron no solo los rudimentos de la futura profesión, devinieron figura tutelar que inculcó en aquellos adolescentes valores, sentimientos y principios para toda la vida. A la distancia de tantos años continúan cercanos, percibidos como personas imprescindibles de aquel momento, de hoy, y de siempre, intactos en el recuerdo al margen de las turbulencias y desencuentros que haya podido o pueda desencadenar la vida.

¿Qué hizo posible semejante compenetración entre profesores y alumnos?

Por lo general eran jóvenes komsomoles que asumieron esta misión en la lejana Isla como una tarea eminentemente política, de honor, tal vez la más importante de sus vidas. Por otra parte, Cuba los estremeció, los anonadó, porque resultó ser también un mundo totalmente desconocido, diferente, novedoso en todo sentido.

Además de los atractivos naturales de una isla tropical bañada por el Océano Atlántico y el Mar Caribe, de su fauna exótica y su exuberante flora, todo matizado por una brutal intensidad de la luz, que generaba colores nunca antes percibidos, se dieron de bruces con un país en el que a un verano le sucede otro, y así todo el año. Se sintieron deslumbrados ante la magnificencia de La Habana. Pero quizás la impresión más impactante haya sido la que les causaron los cubanos de entonces con sus anhelos y reclamos de un mundo diferente, de una nueva vida.

Desde el mismo inicio, a pesar de las limitaciones en la comunicación a causa de la barrera lingüística y de la colosal otredad cultural, supieron conquistar a sus educandos por su sencillez, modestia, ejemplaridad, ética, respeto, sentido de la justicia, espíritu de solidaridad, generosidad, asertividad, identificación y afinidad emocional.

En aquel momento histórico, único e irrepetible en la vida de ellos y de aquellos adolescentes cubanos, fueron seres humanos de una ejecutoria y conducta nada común, fueron seres “excepcionales”. Como “excepcionales” fueron también los sentimientos de cariño y amistad que desde entonces aquellos jóvenes cubanos sintieron y comenzaron a profesar hacia una Rusia que apenas empezaban a conocer.

La influencia de los profesores sobre nosotros fue un asunto de insoslayable envergadura y extraordinaria delicadeza y amor, algo que marcó una trascendencia que ha permanecido en lo más profundo de quiénes somos.

Sesenta años después nos seguimos autodenominando “Rusistas”, atributo supremo cuyo valor con el tiempo, lejos de menguar aumenta, define y distingue la actitud que, ante la lengua y la cultura rusas, y la amistad entre Cuba y la extinta URSS, hoy Federación de Rusia, asumió entonces y a la que ha sido fiel siempre, la generación que fundó ambas escuelas.

En materia de lenguas extranjeras, y con el ruso en particular, apremia la sensación demandante y obsesiva, de que siempre nos falta algo por aprender y que jamás el tiempo nos alcanzará. Intentar aprender todos los días algo nuevo es motivo de inspiración, una especie de brújula y hasta de refugio.

El texto fue elaborado y publicado por Prensa Latina, que nos ha cedido amablemente el derecho de su republicación.

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