¿Cómo y para qué demonios aprendí ruso?

Educación
DEIÁN MITEVSKI
Entre las alegres y predecibles historias acerca de cómo la gente ha aprendido ruso, también hay otras que se salen de la norma. Estudiantes que no tienen ni idea de por qué lo hacen, que no muestran señal alguno de poder enamorarse del país y de su gente, que no tienen conciencia de la grandeza de la literatura rusa... ¿Sabías que este tipo de historias también pueden tener un final feliz? Aquí te contamos la historia de un chico serbio que comenzó a estudiar ruso por accidente.

Tenía 18 años y estaba tomando cerveza en un bar de verano. El lugar era nuevo y estaba lo suficientemente de moda como para que pudiera ver a todos mis coétanos en una capital no tan grande, de nombre Skopie. Y mientras ellos daban vueltas en círculos, mi colega Zhare se esforzaba para demostrarme que no sabía nada de nada, y decía cosas que superaban mi entendimiento.

Sonaba algo así como: “Ahí viene A, un estudiante de arquitectura. Ese es B, etnología y antropología. C, matemáticas. D, ciencias políticas. E, teatro. F, derecho. G, inglés. H, va a ser actriz”, me decía Zhare.

Y yo estaba tan seguro de que todo el maldito alfabeto estaba interesado solamente en salir, en pasárselo bien, en repetir chistes tontos, en perder tiempo, en enrollarse con alguien... De repente, se convirtieron en un grupo de estudiantes sabelotodo mirando el futuro a los ojos, teniendo algo de idea sobre ciencias, ciudadanos académicos, ambiciosos. ¡Jesús! Sonaba tan raro. Tan injusto. Como si su verdadera naturaleza hubiera estado escondida durante todos estos años. Por no decir que yo mismo me sentía doblemente necio. No tenía ni idea de dónde ir, ni de qué hacer cada día, aparte de observar la Tierra y a la humanidad.

Pedí otra cerveza...

“¿Y si te unes a mí, eh?”, me preguntó Zhare. Hablaba sobre lingüística. Había decidido dedicar toda su vida a comprender su lengua nativa, el macedonio.

“No, gracias”.

“¿Y qué te parece una lengua extranjera?”

Ahora se estaba riendo de mí. Sabía que había tardado cuatro años en aprender tres palabras de francés: chapeau, voiture… Espera, había una tercera...

“Bueno, hay una lengua que puedes empezar de cero”, me dijo Zhare.

“¿En serio? ¿Cuál?”, pregunté.

“Ruso, colega”.

Reflexioné sobre la propuesta durante un rato, tratando de recordar lo que sabía sobre Rusia... No mucho. Intenté recordar cómo me había sentido leyendo Dostoievski... acordarme de otros escritores rusos... vale, Dostoievski era suficiente. Y eso fue todo. Me quedé aliviado y pedí otras dos botellas de cerveza, una para mí y otra para mi amigo Zhare. Sentí realmente que tenía algo como todo el mundo de mi edad en ese verano.

No merece la pena contar el resto de la historia. Pronto me pareció que aprender ruso era una idea tonta. Entonces, volví a recordar que era lo único que tenía. También estaba lo de cherchez la femme (la femme rusa, obvio. Por cierto, aprendí esa frase leyendo libros en ruso, no en francés). Me convertí en un estudiante de primera y después en un lector de macedonio en la Universidad Estatal de Moscú. Pésimo, para ser honestos.

Después de todo, no puedo decir que estoy viviendo en Rusia porque un día, por accidente, comencé a estudiar la lengua. Tampoco puedo decir que lo siento. Me gustaría que hubiera más conciencia a la hora de tomar grandes decisiones, aunque, por otro lado, qué más da... Si me preguntas a mí me parece que no hay lenguas que sean buenas o malas, o que suenen suave o duro. Y como no estamos en la Edad Media, no hay grandes diferencias entre los países y la gente. Moscú, Reikiavik, Valparaíso o el pequeño y viejo Skopie... todos los lugares son un buen lugar si te gusta observar la vida en la Tierra.

Si no hubiera comenzado a estudiar ruso, podría haber venido a Rusia, pero estoy seguro que no habría pasado aquí la mayor parte de mi vida adulta.

En mi caso, el aprendizaje de la lengua pasó por varias fases. Comenzó con lo de “¿realmente necesito esto?”; “parece que no voy a poder hablarlo nunca”, y “¿Qué le pasa a la gente halaga mi forma de hablar?”. ¿Están sordos o qué les pasa?”, hasta acabar con “Quizá he llegado al límite de mis posibilidades así que ya no me importa cómo hablo”.

He dicho, límite, pero es interesante porque esas fases no tienen final. Vivir en Rusia hace que no te relajes. Siempre te pides más a ti mismo. Quizá no esperes escribir una novela en ruso o abandones la idea doblar a los rusos, pero siempre hay algo por lo que esforzarse.

En estos momentos lo más importante para mí es criar niños que hablen ruso. Niños que antes estaban perdiendo la conciencia (gracias a Dios solo en las palabras) y caían en una tierra desconocida y ahora de repente me corrigen en el uso de los casos y en la pronunciación. Y si ya están en el primer curso, te dicen que esa palabra se escribe con “y” y no con “i”. Al mismo tiempo, tienes que jugar el papel de un adulto al que hay que obedecer y que a veces tiene que levantar un poco la voz.

Simplemente cuando pienses que ya está en el punto más alto, verás la sonrisa de un niño en la cara y te darás cuenta de que estabas hablando sin sentido. Pero, al fin y al cabo, quizá no haya nada malo en este estado de cosas. Siempre he pensado que los padres deberían usar cada oportunidad para reducir el patetismo.

Nosotros te podemos ayudar a encontrar maneras más sencillas de aprender ruso. Aquí te damos unas pistas.