El invierno en la literatura rusa

Cada estación del año ha inspirado a su manera a los escritores y poetas, pero el invierno siempre ha sido especial para los autores rusos: el silencio tintineante, los destellos de la nieve, las campanillas de una troika deslizándose, los chirridos de los patines y el crujir de los pasos: prácticamente todos los clásicos rusos han escrito sobre él. Pushkin, Chéjov o Tolstói plasmaron sus impresiones en sus obras.

La ensoñación, la melancolía, el ensimismamiento, un estado como de estar en el 'más allá', en una especie de duermevela de cuento son características de esta época del año y, según algunos, características de la “insondable alma rusa”. Al mismo tiempo, la lucha contra los elementos en forma de ventisca, tormenta de nieve o frío cruel define a la gente de estas latitudes.

Y, por supuesto, el invierno es la época de los relatos navideños y los cuentos de hadas.

1. Alexánder Pushkin, La nevasca (relato del ciclo Relatos de Belkin)

Troika en invierno. 1888  / Nikolái SverchkovTroika en invierno. 1888 / Nikolái Sverchkov

Una tormenta de nieve se interpone en el destino de los protagonistas de este relato de Pushkin y cambia sus vidas. La protagonista principal no podrá casarse con su prometido, que se queda atrapado en la tormenta la víspera de la boda y no consigue llegar a la iglesia.

Mas apenas Vladímir había dejado atrás las últimas casas y salido al campo, se levantó el viento y empezó tal nevasca, que le era imposible ver nada. En un instante, el camino se cubrió de nieve. Cuanto había alrededor desapareció en una neblina turbia y amarillenta, a través de la cual volaban blancos copos de nieve; el cielo se confundió con la tierra; Vladímir se vio en medio del campo y trató inútilmente de volver al camino; el caballo  avanzaba a ciegas y a cada instante tropezaba en un montón de nieve o caía en un hoyo; el trineo volcaba a cada paso. De lo único que Vladímir se preocupaba era de no desorientarse. <...> La nevasca no cedía, el cielo no se aclaraba. El caballo empezaba a dar muestras de cansancio y Vladímir estaba bañado en sudor, aunque a cada instante se encontraba hundido en la nieve hasta la cintura.

2. Nikolái Gógol, La Nochebuena (relato del ciclo Veladas en un caserío de Dikanka)

Dmitri Chernov/TASS Dmitri Chernov/TASS

Tras recurrir a la ayuda de espíritus malignos, el protagonista logra conquistar el corazón de su inaccesible amada.

Era el día de Nochebuena; atardecía, y al fin llegó la noche: una noche de esas de invierno, clara, espléndida. Comenzaron a salir las estrellas, y la luna se mostró majestuosa, como si quisiese iluminar aun más que de ordinario a la Tierra, dando así más brillantez a las coliadki (1) que glorifican a Jesucristo. Helaba más intensamente que durante el día, y reinaba tal silencio, que el crujido de la nieve bajo las pisadas podía oírse a distancia. Todavía no se había presentado ningún grupo de muchachos delante de las cabañas, bajo las ventanitas. Sólo la luna miraba a través de éstas como para invitar a las jóvenes, que aun estaban engaianándose, a lanzarse sobre la nieve crujiente. De pronto, de la chimenea de una de las cabañas salió una humareda, que se extendió a modo de nubarrón en el firmamento, y por ella se vió subir a una bruja cabalgando en su escoba.

 

(1) Son las canciones que cantan los campesinos jóvenes rusos la víspera de Navidad, bajo las ventanas de las casas. Los dueños de éstas están obligados a regalarlos con salchichón, pan, dinero o lo que sea. Ellos van recogiendo todo en unos sacos que llevan. Dícese que en la antigüedad adoraban a un ídolo de madera llamado Goliado, y que éste es el origen de las coliadki.

3. Antón Chéjov, Vanka (relato)

Lori/Legion-MediaLori/Legion-Media

Otra historia ambientada en la víspera del día de Navidad, que trata sobre un niño huérfano de nueve años que escribe una carta su abuelo pidiéndole que le lleve a vivir con él a su aldea, ya que en Moscú lo tratan mal. Sin embargo, el muchacho olvida indicar en el sobre la dirección, limitándose a escribir “A la aldea de mi abuelo…”.

Habría una gran calma en la atmósfera, límpida y fresca. A pesar de la oscuridad de la noche, se veía toda la aldea con sus tejados blancos, el humo de las chimeneas, los árboles plateados por la escarcha, los montones de nieve. En el cielo, miles de estrellas parecerían hacerle alegres guiños a la Tierra. La Vía Láctea se distinguiría muy bien, como si, con motivo de la fiesta, la hubieran lavado y frotado con nieve…

4. Iván Turguéniev, Padres e hijos (novela)

Alexéi SavrásovAlexéi Savrásov

Turguéniev, un maestro del paisaje, tampoco pudo dejar de lado la belleza del invierno ruso.

Pasaron seis meses. Vino el blanco invierno, con sus crueles y silenciosas heladas sin nubes, sus densas y crujientes nevadas, sus rosadas escarchas en los árboles, su cielo de pálida esmeralda, sus gorros de humo sobre la chimenea, sus tufaradas de vapor saliendo de las puertas un momento entornadas, los frescos rostros literalmente mordidos de la gente y el desalado correr de los entumecidos caballos. Aquel día de enero tocaba ya a su fin; el frío vespertino comprimía más aún el aire inmóvil y rápidamente apagaba el crepúsculo color de sangre.

5. Lev Tolstói, Anna Karénina (novela)

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De algún modo, la naturaleza desenfrenada de Tolstói advierte al hombre de las pruebas que están por venir, refleja su estado interno y predetermina su destino. Del mismo modo, Anna Karénina antes de su primera explicación con Vronski se ve inmersa en una terrible tempestad de nieve.

El viento soplaba con fuerza, pero en el andén, al abrigo de los vagones, había más calma. Ana respiró profundamente y con agrado el aire frío de aquella noche tempestuosa y contempló el andén y la estación iluminada por las luces.

Un remolino de nieve y viento corrió de una puerta a otra de la estación, silbó furiosamente entre las ruedas del tren y lo anegó todo: personas y vagones, amenazando sepultarlos en nieve. La tempestad, se calmó por un breve instante, para desatarse de nuevo con tal ímpetu que parecía imposible de resistir. <...> En aquel momento, el viento, como venciendo un invisible obstáculo, se precipitó contra los vagones, esparció la nieve del techo y agitó triunfalmente una plancha que había logrado arrancar. Con un aullido lúgubre, la locomotora lanzó un silbido. La trágica belleza de la tempestad ahora le parecía a Ana más llena de magnificencia. Acababa de oír las palabras que temía su razón, pero que su corazón deseaba escuchar.

6. Borís Pasternak, El Doctor Zhivago (novela)

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El duro frío del invierno en Pasternak se contrapone al calor de las relaciones humanas, encarnadas por la luz de las llamas y las velas que se cuela por las ventanas hacia la calle. Esta es una luz tranquilizadora que inspira la esperanza de la llegada de la primavera cuando acabe el invierno.

Ahora, al salir a la calle por segunda vez, comenzó a mirar atentamente a su alrededor. Era la ciudad. Era invierno. Era de noche.

Helaba. Un hielo negro, espeso como fondos de botellas de cerveza, cubría las calles. Hacia daño respirar. Pinchaba el aire saturado de escarcha gris: pinchaba con la misma aspereza del blanco pelo de sus solapas, que se le metía en la boca. Con el corazón agitado caminaba por las desiertas calles. Por las puertas de los salones de té y los figones salían vaharadas de vapor. Emergían de la niebla las caras ateridas de los transeúntes, rojas como salchichas, los morros de los caballos y los hocicos de los perros, de cuyos bigotes colgaban carámbanos. Las ventanas de las casas, cubiertas de una espesa capa de hielo y nieve, parecían de yeso, y sobre su opaca superficie se movían los coloreados reflejos de los árboles de Navidad y las sombras de las personas, como si desde las casas quisieran mostrar a la gente las imágenes de una linterna mágica reflejadas sobre blancos lienzos.

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