En 1996, la pensionista Tamara Prosvírnina, que vivía sola, adquirió de repente la compañía de un “niño”. Le llamó Alióshenka: en realidad tenía un hijo, que en aquel momento cumplía condena en prisión por robo. Y este “bebé” sobre todo parecía un humanoide: sin pelo, de 20 a 25 cm de altura, con grandes ojos saltones y una extraña forma alargada de la cabeza, emitía sonidos chirriantes. Prosvirnina encontró a la criatura cerca de un pozo del bosque. Y decidió llevársela a casa. La alimentó con requesón y leche condensada. Los que vieron al “extraterrestre” lo describieron de forma diferente, pero coincidieron en que “parecía un extraterrestre de verdad”.
Algún tiempo después Tamara Prosvírnina fue llevada al hospital (padecía esquizofrenia) y su Alióshenka se quedó solo y... murió. Sólo quedó su cuerpo momificado, que fue entregado a los ufólogos por un policía local. Y nadie volvió a ver al “extraterrestre”. Los médicos que tuvieron tiempo de estudiar los restos, no pudieron llegar a ninguna conclusión. Un patólogo y un médico forense pensaron que Alióshenka no era un ser humano. Y el urólogo y el ginecólogo estaban seguros de que se trataba de un niño humano, nacido prematuramente, con deformidades.
Esta versión es bastante plausible: en 1957, en la central nuclear secreta “Mayak”, situada cerca de Kishtim, se produjo una explosión de plutonio que contaminó el territorio de la región. En 2002, el Instituto de Genética General de la Academia Rusa de las Ciencias examinó un fragmento de la tela en la que estaba envuelto Alióshenka. Y aislaron ADN, que pertenecía a una persona con muchas anomalías de desarrollo.
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