¿Cómo el asesino de Rasputín hizo que Hollywood utilizara SIEMPRE un descargo de responsabilidad?

Cultura
EKATERINA SINÉLSCHIKOVA
El príncipe Félix Yusúpov entró en la historia como el hombre que mató al ‘monje del zar’, Grigori Rasputín, pero Hollywood aún le recuerda por un motivo diferente: ¡por casi llevar a la quiebra a un importante estudio!

En la sociedad de San Petersburgo, Félix Yusúpov era conocido como una figura extremadamente estrambótica, propenso a las payasadas extravagantes y a los empeños comerciales. A la gente les encanta ver películas sobre gente así, y eso es exactamente lo que ocurrió. La Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) estrenó en su día una película sobre este personaje que tuvo éxito y obtuvo una nominación al Oscar al mejor guión, siendo además alabada por la crítica. Sin embargo, no fue del agrado de Yusúpov ni de su esposa, y los emigrantes rusos acabaron convirtiéndose en una pesadilla para la industria cinematográfica estadounidense. 

Heredero de una gran fortuna y gamberro

Los Yusúpov se contaban entre las familias más ricas del Imperio ruso, poseedoras de mansiones, palacios, tierras, fábricas y exquisitas colecciones de joyas. En los cuatro siglos de existencia del clan, estuvo poblado de mandos militares, confidentes secretos, gobernadores, ministros y mecenas. En resumen, era un apellido reputado que Félix empezó a llevar a nuevas “cotas” a principios del siglo XX, amenazando con deshacer su legado.  

Tras la muerte de su hermano mayor Nikolái, asesinado durante un duelo, Félix se convirtió en el único heredero de una cuantiosa herencia, al tiempo que seguía siendo fuente de escándalos familiares y cotilleos públicos, y sus propios parientes afirmaban a menudo que había traído la “vergüenza” al apellido.

A los 17 años, por ejemplo, decidió travestirse de mujer, ponerse un vestido y maquillaje, y actuar en un lujoso cabaret petersburgués, sólo por diversión. Tras siete actuaciones de este tipo, finalmente fue reconocido por un miembro del público que le conocía personalmente, al identificar los diamantes de la familia, que llevaba puestos. Luego, en 1909, se marchó a estudiar a Oxford y, en tres años de residencia en Inglaterra, se ganó mala fama por adorar al Diablo, al tiempo que era el único responsable de la moda de las alfombras negras, y apenas evitó convertirse en el principal sospechoso del secuestro del príncipe Cristóbal de Grecia. También intentó robar una vaca a una anciana desmemoriada (una vaca que en realidad había comprado legítimamente antes) y acabó siendo tiroteado. También hubo en etapa británica fiestas locas, algo inaudito en aquella época en la sociedad inglesa.

De vuelta a Rusia, Félix empezó a darse cuenta de la responsabilidad que recaía sobre sus hombros como único heredero del apellido Yusúpov. Con ello, empezó a pensar como político. A los 29 años, esto le llevó a conspirar para matar al monje favorito del zar: Grigori Rasputín. En 1916, como sabemos, el plan se hizo realidad. Félix disparó personalmente al “santo” en el pecho, tras un intento fallido de envenenamiento con cianuro.”Me convencí plenamente de que albergaba en sí mismo un gran mal y la razón principal de las desgracias de Rusia: con Rasputín desaparecido, también lo hará el poder satánico que mantiene en sus garras al Zar y a la Emperatriz”, escribió Yusúpov en sus memorias.

Sin embargo, resultó estar equivocado. La autocracia no resucitó con la muerte de Rasputín y, tras la Revolución de Octubre, Yusúpov huyó, primero a Inglaterra y luego a Francia.

Coincidencia afortunada

El príncipe ruso se salió con la suya. Dos años antes de su crimen, se había casado con la sobrina de Nicolás II, la princesa Irina Románova. A pesar de la rabia que les producía el asesinato de su místico favorito, la familia real no se atrevía a imponer un castigo grave a uno de los suyos. Además, muchos apoyaban las acciones de Yusúpov, juzgándolas en el mejor interés del país.

Con sus joyas familiares y dos cuadros de Rembrandt, Félix e Irina abandonaron Rusia, pero, a pesar de la modesta fortuna, pudieron conservar su estilo de vida bohemio e incluso apoyar económicamente a otros emigrantes rusos con obras de caridad, a las que se dedicaron durante su estancia en Londres.

Las cosas fueron cuesta abajo para los Yusúpov en Francia en la década de 1930. Los rusos tenían entonces muchos menos simpatizantes en el mundo y el dinero escaseaba día a día. Hubo que empeñar las joyas y vender los Rembrandt a un coleccionista estadounidense llamado Joe Videner. Los Yusúpov consiguieron entonces abrir su casa de modas IRFE y lanzar una línea de perfumes, además de probar suerte en el negocio de la restauración, pero estaban muy lejos de la holgura económica de la que disfrutaban antes. Había días en que Félix Yusúpov no podía pagar una comida opípara, lo que era una costumbre, y tenía que recurrir a su pasaporte para solucionar el asunto: la nobleza cenaba gratis.

Pero, poco después, la fortuna sonrió por fin a la familia: En 1932, los estudios MGM de Hollywood estrenaron Rasputín y la emperatriz, con John Barrymore (abuelo de la actriz Drew Barrymore). Los Yusúpov consideraron que la película era ofensiva y demandaron a los estudios en Londres.

Peligroso precedente

Su demanda giraba en torno a la difusión de información falsa, injurias y calumnias. La película narraba el ascenso y la muerte de Rasputín y su relación con la familia real y sus seguidores. La muerte de Rasputín es escenificada por un tal Pável Chegodaev, cuyo aspecto era la viva imagen de Yusúpov. Sin embargo, a los Yusúpov realmente no les importaba, y es que no es que la verdadera identidad del asesino de Rasputín fuera un secreto bien guardado (Félix incluso escribió un libro sobre ello titulado El fin de Rasputín).

Según la película, la prometida del príncipe, Natasha, fue violada por Rasputín, convirtiéndose después en su concubina. Yusúpov consideraba, por cierto de eso, ¡el primer borrador de la película tenía incluso los nombres originales!

Tras ser llevada a los tribunales, MGM tuvo que disculparse y afrontar públicamente la situación, diciendo que la princesa Natasha era un personaje de ficción que nada tenía que ver con la princesa real Irina Yusúpova. Pero el daño ya estaba hecho y el jurado se puso de parte de los Yusúpov, llegando a un veredicto de culpabilidad, que obligó al estudio a pagar la suma de 25.000 libras a la familia.

Además, el estudio tuvo que pagar otras 75.000 libras por el derecho a proyectar la película, aunque ya teniendo que recortar 10 minutos que se consideraron especialmente ofensivos para la imagen de la princesa, con lo que la suma total ascendió a 100.000 libras, equivalentes a unos 3 millones de dólares de hoy en día, ¡lo que aseguró una vida muy cómoda a los Yusúpov!

Fueron estos procedimientos los que sentaron las bases de la práctica que se sigue utilizando hoy en día, en la que, al principio de cada película, aparece el descargo de responsabilidad con una frase del estilo de “todas las personas que aparecen en la película, vivas o muertas, son totalmente ficticias...”.

Más tarde, no mucho antes de su muerte, Yusúpov volvió a intentar jugar la misma carta, demandando a la cadena de televisión CBS (de nuevo por difamación) por valor de 1,5 millones de dólares, por la película de terror Rasputín, el monje loco. Sin embargo, esta vez perdió.

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