Una anciana pequeña y marchita llamada Stepanida Filátovna Vijareva, del pueblo de Grishata, en la frontera del territorio de Perm y Udmurtia, habla despreocupadamente de sus hijos y del tiempo. De repente, la charla se ve interrumpida por una ikota: la voz de la anciana se hace más fuerte de lo habitual; es como si la voz no saliera de su garganta, sino de algún lugar más abajo, de su pecho. Es su “otra voz” que la interrumpe, como a nosotros nos interrumpe otra persona: a veces maldice, a veces se lamenta o incluso discute con el anfitrión.
Tras esta intrusión de la ikota, la mujer guarda silencio durante un rato; si habla, lo hace en voz baja y pesada. Parece que este ataque le quita mucha fuerza: sus gestos faciales y la expresión de sus ojos cambian. Después tiene que recuperarse.
Stepanida afirma que ikota ha vivido con ella desde que tenía 17 años, casi toda su vida. Le dice lo que tiene que hacer y lo que no. “Primero, no me dejaba tomar ninguna medicina. Ahora, una de ellas me sobrepasó [parecía más fuerte que ‘ikota’]”, cuenta. Hubo momentos en que su 'ikota' gritaba "día y noche", sin dejarla dormir. Y a menudo la superaba durante las oraciones: interrumpía la oración, suspiraba, hablaba con interjecciones. Por eso, Stepanida Filátovna se ataba la cabeza con un cinturón trenzado durante las oraciones, lo que ayudaba un poco y, por eso, algunos aldeanos creían que ikota vivía en su cabeza.
Este caso de posesión por la llamada ikota o poshibka es uno de los muchos descritos por etnógrafos en el norte de Rusia, en los Urales y en Siberia. Ikota deriva de la palabra ikat, que significa “gritar” o “llamar”. Una persona que padece ikota siente dolor en distintas partes del cuerpo; empieza a comportarse como si alguien la controlara: le impone preferencias alimentarias, hábitos y comportamientos distintos, la obliga a decir palabrotas o a beber alcohol. A veces, esto va acompañado de hipo, gritos esporádicos de sonidos, bostezos persistentes o espasmos de garganta que cambian la voz de la persona hasta hacerla irreconocible.
Las historias y relatos de un estado de enfermedad supuestamente causado por la ikota, una criatura que posee a una persona, empezaron a ser registrados por los médicos a partir de finales del siglo XIX, cuando las epidemias de esta extraña enfermedad se sucedían en el país: de repente, pueblos enteros la padecían.
Antes, la ikota estaba mucho más extendida que ahora. Surgían epidemias en distintas regiones de Rusia", afirma Olga Jristofórova, antropóloga y folclorista, profesora de la Universidad Estatal Rusa de Humanidades e investigadora de la RANEPA (Academia Presidencial Rusa de Economía Nacional y Administración Pública), que estudió este fenómeno durante mucho tiempo. “A finales del siglo XIX se produjeron dos grandes epidemias en las provincias de Smolensk y Nóvgorod. La última epidemia registrada en la región de Moscú ocurrió en Podolsk en 1926. Una de las últimas del siglo XX ocurrió en 1970 en el distrito de Pinezhsk de la región de Arcangel. Allí fueron enviados trabajadores del partido, que leían conferencias en las que se afirmaba que no había religión ni tampoco posesión demoníaca. Al mismo tiempo, médicos y científicos estudiaban el fenómeno”.
Sin embargo, en la cultura popular rusa, la ikota se menciona desde hace mucho más tiempo, a partir del siglo XVI. Las personas que la padecían estaban convencidas de haber sido víctimas de la brujería.
Cómo se produce la ‘infestación’
Stepanida Filátovna recuerda el momento exacto en que se infectó. Se negó a probar la braga (una bebida alcohólica) que ofreció a un hombre llamado Aguéi, que vino a visitar a sus parientes. Beber delante de adultos, especialmente para una joven delante de un hombre, con utensilios comunes, era una violación de las normas sociales y religiosas. Aguéi, insultado, dijo: “Te acordarás de mí”. Después de eso, vio una mosca del estiércol en un estanque y de este momento en adelante, empezó a tener “ataques de enfermedad”.
La posesión por ikota en forma de mosca (vista o ingerida accidentalmente) es un motivo popular en las historias sobre cómo ikota “habita” en la gente. Pero, en realidad, podría ser cualquier cosa sobre la que un hechicero lanzara una maldición, afirma Jristofórova. La gente cree que a veces un brujo mete ikota en la gente sin ser visto, sin ningún contacto visible.
“Podría tratarse de una mosca sobre la que un hechicero leyó un conjuro y plantó la ikota en ella. O podría ser una mota encantada que se puso en tu kvas y te lo bebiste. O un mosquito que se metió en la boca, la nariz o el ojo (en cualquiera de los orificios corporales) y ahora ‘crecerá’ dentro de una persona”, explica.
Puede pasar mucho tiempo hasta que la ikota madure y se manifieste; según dicen las mujeres que lo sufren, podría darse a conocer al cabo de décadas. Supuestamente, a lo largo de este tiempo, la ikota dentro de un ser humano cambia de forma y aspecto, dependiendo de distintos factores. "La ikota de una de las mujeres dijo esto sobre sí misma: “Entré como una mosca, luego fui creciendo, me creció pelo y me hice del tamaño de un gato y ahora soy humana y me llamo Ana Andréievna”, cuenta Jristofórova.
'Ikota' siempre habla ‘al revés’
Se cree que ikota se “mueve” dentro de un humano y “roe” sus órganos internos, se alimenta de ellos, incorporando lentamente un cuerpo humano a sí mismo; a partir de esto, crece y cambia su tipo biológico. Por ejemplo, pasa de ser una mosca a ser un ratón o un pequeño humano. Cuanto más tiempo pasa dentro de un humano, más pronunciado es su aspecto físico. Al final, incluso empieza a hablar con algunas ikota pobres mujeres sufridas, como le ocurrió a Stepanida Filátovna. Según ellas, se infectaron de ikota cuando eran jóvenes, pero sólo empezó a poseerlas cuando se hicieron mayores.
“Hablar de ikota es su síntoma más vívido. Se produce un espasmo de garganta y la persona empieza a hablar 'a la inversa': normalmente hablamos exhalando el aire de nuestro interior, pero cuando ikota habla dentro de un ser humano, inhala el aire. Los psiquiatras lo llaman ataque paroxístico del habla motora", aclara Olga Jristofórova.
En el contexto cultural, a las personas con un ikota parlante se les suelen atribuir dotes clarividentes y la capacidad de predecir el futuro. Otros acuden a ellos con preguntas sobre personas desaparecidas, objetos robados o perdidos, para saber si pueden comprar una vaca, si su marido volverá, etcétera. La respuesta de ikota se toma entonces como una profecía. Normalmente, para obtener esta profecía se paga.
En Verjokamie, uno de los pueblos de los Viejos Creyentes, Praskovia Maxímovna adquirió esta fama. La mujer vivía en las afueras y vecinos de todos los pueblos cercanos acudían a ella en busca de profecías. Le pagaban por su adivinación con comida. A otra mujer acudían sólo con tabaco como pago: su ikota tenía voz masculina, se hacía llamar Fiódor y exigía sólo tabaco por sus profecías.
Pero no todo el mundo tiene un ikota parlante y eso explica en parte por qué están tan extendidas las creencias sobre una criatura que posee a un humano, el ikota. "Muchas personas creen que su ikota es mudo. Un ikota mudo sólo “se mueve” por el cuerpo y causa dolor. Por eso, en teoría, cualquiera puede decidir que tiene un ikota si le duele algo", dice Jristofórova.
Por qué afecta más a las mujeres
Los viejos creyentes sin sacerdotes rusos, que viven en el territorio de Perm, perciben el ikota en el contexto del cristianismo. Vinculan la ikota con los demonios, los mismos demonios que Jesús, según el Evangelio, exorcizó de un endemoniado en el lago de Genesaret. “Y los espíritus inmundos salieron y entraron en los cerdos; y la piara, que contaba con unos dos mil ejemplares, se precipitó por la escarpada orilla al mar y se ahogaron en él”.
Sin embargo, las creencias del pueblo komi, que vive cerca de los viejos creyentes en el mismo territorio de Perm, sobre una criatura que posee a los humanos, no tienen ningún trasfondo cristiano. Las culturas de muchos otros pueblos del grupo fino-úgrico tampoco lo tienen. Lo que, según los antropólogos, significa que la creencia en la ikota como criatura sobrenatural existía entre los pueblos fino-úgricos antes de que los eslavos orientales llegaran a estas tierras. En este caso,la ikota no siempre se considera un espíritu maligno; algunas víctimas de la ikota coexisten e interactúan pacíficamente con ella.
Según estas antiguas creencias, un brujo también es responsable de exorcizar la ikota de un humano. Según los relatos de la gente, cuando un brujo la expulsa éste sale en forma de bulto amorfo, parecido a un hongo del té. Se puede exorcizar de diferentes maneras. Por ejemplo, se puede hechizar con un trago de vodka en una bania, la persona lo bebe y se pone muy enferma. Si la víctima es una mujer, empieza a “parir” la ikota como si fuera un niño. Este motivo es muy frecuente en las leyendas sobre la ikota. Explica por qué las mujeres padecen ikota más a menudo que los hombres. “Rara vez se planta en los hombres, porque este ‘demonio’ quiere salir, quiere ‘nacer’, no quiere morir con el huésped”, dice Jristofórova.
Stepanida Filátovna, de Grishata, “dio a luz” a su ikota. Cuando le preguntaron cuánto medía, dijo que entre 20 y 30 centímetros. Antes de eso, pensaba que estaba embarazada. “Después de que naciera, cogí un trapo, la envolví en él y la tiré debajo de la escalera. A la mañana siguiente, me desperté y no había nada. Volvió a entrar en mí”, explica. Cuando se le preguntó cómo había conseguido volver a entrar, la mujer no supo responder. Pero pudo describir lo que vio: la ikota era redonda, parecía el pulmón de una vaca.
Al final, no pudo deshacerse de ella- Se cree que ya no quedan hechiceros fuertes que puedan realizar el exorcismo. Por eso, la gente está acostumbrada a pensar que si ikota les posee, seguirá viviendo en ellos el resto de sus vidas. Sin embargo, como piensan los investigadores, en realidad, sólo es desventajoso deshacerse de ikota para quienes creen en élla.
Las razones para estar poseído
La ikota no es sólo un fenómeno psíquico, sino también un complejo fenómeno sociocultural. En primer lugar, es una forma de envolver tus sentimientos negativos (enemistad, envidia, odio, agravio) en una cáscara socialmente aceptable.
“A veces, es difícil expresar la actitud que uno tiene hacia la gente. La creencia en los brujos es un método para legitimar tus quejas personales hacia alguien. No se puede decir simplemente: ‘Iván Ivánovich es un mal hombre, no debe estar aquí'. Pero, acusarle con la voz ikota, afirmar que es un brujo, un hombre malo y no asumir ninguna responsabilidad por ello está bien. Al fin y al cabo, no eres tú quien habla, sino un demonio dentro de ti”, explica Jristofórova.
El siguiente hecho lo corrobora: en Rusia nunca hubo persecuciones contra las mujeres que sufrían ikota (por horribles que fueran sus ataques). Se las consideraba víctimas de la brujería y actuaban como acusadoras, denunciando a quienes las maldecían con ikota. Esas personas eran procesadas.
Pero la ikota no siempre persigue beneficios sociales. “Los ancianos achacan sus problemas de salud a la ikota. Primero, porque creen en Dios y en los demonios y, segundo, porque han vivido una vida dura, han trabajado mucho y sus cuerpos se han desgastado pronto. La gente no explica sus enfermedades con razones naturales, sino con ikota, porque es más fácil de aceptar. Sobre todo donde hay pocos médicos o cuando la asistencia sanitaria es inaccesible”, afirma Jristofórova.
La ciencia también encuentra fácilmente explicaciones para las epidemias de ikota. A finales del siglo XIX, se atribuyó a la histeria colectiva. Tal condición (cuando la gente empieza a copiar el comportamiento anormal de los demás) se ha registrado durante muchos siglos en todo el mundo. Los brotes de manía por el baile aparecieron en Europa durante los siglos XIV-XVII: cientos de ciudadanos bailaban, incapaces de dejar de moverse; algunos de ellos murieron de infarto o de agotamiento. O, por ejemplo, la epidemia de risa en Tanzania en 1962: empezó con tres colegialas que reían a carcajadas, pero, a lo largo de un año, se extendió a más de 1.000 escolares que reían y lloraban al mismo tiempo, incapaces de parar. Este caso ha pasado a los libros de texto como ejemplo clásico de histeria colectiva.
“La tradición cultural define cómo se comporta la gente. En algún sitio será riéndose, en otros, tirándose por el suelo. Por eso la ciencia lo llama síndrome cultural: la reproducción de patrones habituales en una cultura concreta. En el caso de la ikota es el patrón de la creencia en la posesión. Dependiendo del entorno local, se llamará de forma diferente: ikota, sheva o poshibka, pero siempre se tratará de una posesión por parte de algún tipo de criatura”, afirma Jristofórova.
Los psiquiatras han atribuido diferentes nombres a la aparición de epidemias de ikota. En la década de 1970, la enfermedad se registraba tanto cuando una persona estaba completamente sana (cuando una persona supersticiosa, al ver que otra sufría tales ataques, empezaba a experimentar algo similar) como en un estado de enfermedad de naturaleza psicógena o no psicógena. La ikota casi siempre aparece después de alguna experiencia estresante.
Durante mucho tiempo, los científicos argumentaron que los patrones de posesión ayudan a los miembros débiles y dependientes de la sociedad a compensar su poco envidiable situación social. La posesión llegó a apodarse “el arma de los débiles”. Por ejemplo, se observó que a menudo eran objeto de posesión las mujeres solteras, que temían no cumplir las expectativas sociales. La enfermedad y la brujería les otorgaban ciertos beneficios: exención del trabajo, cuidados y atenciones e incluso poder (los clarividentes siempre fueron respetados).
En el siglo XXI, la ikota como fenómeno sigue existiendo en algunas regiones de aldeas separadas donde la tradición era fuerte. Los psiquiatras de Perm siguen registrando este trastorno en todo el territorio de Perm, pero ya no se le llama epidemia. Es más bien un caso especial. En la región de Arcángel, como dice Jristofórova, prácticamente desapareció. “Las generaciones cambian, la gente se marcha a las ciudades y ya no son muchos los jóvenes que reciben estos modelos de cultura. La gente se ha alfabetizado más, la medicina ha mejorado”.
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