Maxim Gorki: 3 libros imprescindibles de un escritor soviético emblemático

URSS. El escritor soviético Maxim Gorki a bordo de la motonave Jean Jaures

URSS. El escritor soviético Maxim Gorki a bordo de la motonave Jean Jaures

TASS
La novela de Maxim Gorki de 1906, ‘La madre’, se convirtió en un elemento básico de la literatura soviética y a menudo se considera la primera obra del realismo socialista.

Nacido hace casi 150 años, Alexéi Peshkov adoptó el seudónimo de Gorki (“amargo”) cuando era un periodista veinteañero. Fue políticamente activo y se convirtió en un símbolo del idealismo socialista, pero su relación con las autoridades soviéticas fue complicada. Sus obras incluyeron novelas, obras de teatro y autobiografías.

1. ‘La madre’ (Biblioteca Edaf, enero de 2011)

Gorki escribió parte de la novela en Estados Unidos y se publicó por primera vez, en inglés, en una revista literaria de Nueva York en 1907.

Los acontecimientos de La madre fueron reales y ocurrieron cerca de Nizhni Nóvgorod, donde nació Gorki. El ejército disolvió una protesta del Primero de Mayo de 1902 y los líderes del desfile fueron encarcelados. El mecánico revolucionario Piotr Zalomov, que marchó con una pancarta y pronunció un apasionado discurso en su juicio, inspiró al Pavel Vlasov de Gorki, y su madre se convirtió en la heroína epónima de la novela.

Lenin lo calificó como “un libro muy oportuno”, pero el traductor al inglés Aplin, sostiene que La madre “no trata tanto de política” como de la abnegación cristiana de la propia madre. Aunque la novela se convirtió en un icono del realismo literario socialista, está llena de escenas estilizadas: pegar folletos en las vallas, leer libros dignos e históricos sobre la esclavitud y conspirar fervientemente en torno al samovar. Hay poderosas evocaciones de la vida en la fábrica, desde los "grasientos ojos cuadrados" del propio edificio hasta la crueldad y el cinismo de sus propietarios.

Los juicios de los trabajadores y las campañas políticas están mediatizados por la visión introspectiva de la madre; su transformación emocional, del miedo confuso a la certeza ardiente, es un tema central. Pavel le dice al principio: “los que nos dan órdenes se aprovechan de nuestro miedo”. Hacia el final, mientras escucha, paralizada, el discurso culminante de su hijo en la sala del tribunal, siente que los ojos codiciosos de los jueces “ensucian su cuerpo flexible y fuerte”, pero su creencia “estelar” inspira su propia revelación final.

2. ‘Hijos del sol’ (Aymá S. A. Editora, Barcelona, 1964)

Gorki publicó esta obra sorprendentemente moderna sobre la ciencia y la sociedad en la agitación revolucionaria de 1905, un año antes de La madre. Escribió Hijos del sol mientras estaba en prisión por protestar contra el zar. La versión de Andrew Upton, representada recientemente en el National Theatre de Londres, es fresca y atractiva.

Upton considera que el trabajo de una adaptación es “darle vida por ahora”, subrayando la validez permanente de las preguntas sobre la justicia social, la desigualdad y la corrupción. No ignora el contexto histórico de la obra de Gorki, captando “la presión por el cambio antes de que ese impulso haya sido colonizado por la ideología”. El pasado es “un espejo”, escribe Upton, que proporciona información sobre: “cuánto han cambiado las cosas... o no”. También aprovecha el potencial cómico del científico obsesivo de Gorki, Pável Protasov, cuyas predicciones incluyen “ropa interior hilada con fibras de madera de pino”, a lo que el artista Vageen responde: “ese futuro tuyo suena jodidamente incómodo”.

Protasov profetiza que “la química desbloqueará la cámara secreta... y dentro de cien años podremos crear vida en un tubo de ensayo y vencer a la muerte con una pipeta”. Mientras sus frascos químicos burbujean y echan vapor, algo más se está gestando también en el caos cambiante de principios del siglo XX. Los trabajadores se rebelan mientras las clases medias, complacientes y narcisistas, sólo son nebulosamente conscientes de que un nuevo experimento social está a punto de comenzar.

3. ‘Mi infancia’ (Automática Editorial, 2012)

En 1966, cuando Ronald Wilks tradujo al inglés la primera parte de la fascinante autobiografía de Gorki, la ciudad de Nizhni Nóvgorod todavía se llamaba Gorki en honor del autor. Wilks lo describe en su introducción como ‘la gran figura central de la literatura rusa del siglo XX’. Al quedar dramáticamente fuera de moda en los años posteriores, las obras de Gorki han sido comprensiblemente descuidadas, mientras que los libros que fueron prohibidos durante la era soviética fueron redescubiertos y justamente celebrados. Parece irónico ahora, cuando su autoridad se reduce a los rincones polvorientos de la historia, leer que la reputación de Gorki era “inexpugnable”. Pero estas conmovedoras memorias demuestran que aún merece ser leído. Las escribió en 1913, cuando regresó a Rusia tras años de exilio en la isla de Capri.

Mi infancia comienza con el funeral del padre del escritor: “Los discos negros de las monedas de cobre sellaron firmemente sus ojos, antes brillantes2. Gorki, con la sencillez que le caracteriza, capta la perspectiva del niño, que trata de esconderse detrás de su abuela (la heroína alcohólica y con sobrepeso de la narración) y se preocupa por las ranas que son enterradas vivas con su padre.

Algunos detalles (los jilgueros en la nieve o la plástica guitarra a la luz de las velas) iluminan los momentos de felicidad en este mosaico de la vida rusa: la viruela, las tormentas de nieve, los tragos de vodka de una tetera... Son los detalles “de pesadilla” los que dan vida al miedo y la incomprensión del niño. Su abuelo, que una vez arrastró barcazas por el Volga, le golpea hasta dejarlo inconsciente. Para los que viven en la pobreza y la miseria monótonas, Gorki conjetura más tarde, “el sufrimiento viene como una diversión y ... el dolor ... como una fiesta”.

Su vida temprana, llena de violencia, es a menudo dolorosa de recordar, pero “la verdad es más noble que la autocompasión”. A pesar de sus momentos sombríos, la autobiografía de Gorki tiene una cualidad redentora, que refleja su optimismo político. “La vida siempre nos sorprende”, escribe; los “poderes humanos creativos de la bondad... despiertan nuestra indestructible esperanza de que una vida más brillante, mejor y más humana volverá a nacer”.

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