Iósif Stalin era un gran aficionado al cine. Y, como cinéfilo, tenía su propia sala de cine, donde siempre se sentaba en primera fila. Butacas mullidas y cuatro de los proyectores más modernos de los años 30 (incluidos dos de reserva): así era el cine privado de Stalin en el antiguo jardín de invierno del Kremlin. Las proyecciones comenzaban a última hora de la tarde, no antes de las 21:00 horas, y terminaban no antes de las 2:00 horas de la mañana. Tanto el cine nacional como el extranjero gozaban del mismo favor del líder. La prensa soviética lo consideraba el “público principal” de este último. Veamos las favoritas de su colección.
“El cuadro te permite relajarte de una manera emocionante y divertida. Experimentamos esa sensación que se tiene después de un día de descanso”. Esta fue la frase que utilizó el propio Stalin para describir la película cuando se estrenó en 1934. Los alegres muchachos fue la primera comedia musical soviética, rodada en un momento de gran agitación en el mundo del arte de los años 30, especialmente en la cuestión de si “el cine divertido era incluso necesario para el pueblo soviético”. Stalin puso fin a ese debate. Los guionistas de la película, sin embargo, tuvieron un destino mucho menos feliz: Vladímir Mass y Nikolái Erdman fueron arrestados durante el rodaje y recibieron tres años de trabajo por “difundir fábulas y sátiras contrarrevolucionarias”.
A Stalin le encantaban los westerns y éste era su favorito. Le gustaba tanto que ordenó la realización de una versión soviética, titulada Trece. A Stalin le gustaban mucho las películas de John Wayne, especialmente los momentos en los que el héroe cabalgaba solo a caballo, antes de poner orden en algún pueblo revoltoso.
Las anotaciones del diario de Boris Shumiatski, organizador de las proyecciones en el Kremlin, revelan que fue la primera vez que Stalin vio una película en total silencio. Luego la vería otras 37 veces. La película habla de Vasili Chapáiev, el líder militar de la Guerra Civil. Y tuvo un fantástico éxito de taquilla. Los directores tuvieron que rodar tres finales distintos, y Stalin eligió el que le pareció más apropiado.
La triste historia de una chica ciega que vende flores y el vagabundo, al que toma por un hombre rico, encontró un lugar especial en el corazón de la gente. Stalin incluido. En sus memorias, el director Mijaíl Romm escribió cómo Stalin lloraba durante la escena final.
El líder soviético alababa mucho a Charlie Chaplin, considerándolo un director trabajador y escrupuloso. Sin embargo, su película El gran dictador estuvo prohibida en la URSS, ¡comprensiblemente!
Este melodrama sobre un revolucionario obrero, la primera película georgiana con sonido, no gustó a Stalin al principio por ser “demasiado compleja y a menudo confusa”. Sin embargo, a la tercera proyección, el líder “alabó la sutil ironía, la adecuada comprensión de los acontecimientos y el trabajo de calidad de los actores”.
Otra comedia musical de Aleksándrov, sobre unos colectivos artísticos provinciales que se dirigen a Moscú para una olimpiada musical y poder demostrar su valía a la capital.
La película puede considerarse otra epopeya sobre la vida y los logros de la URSS, centrada en el entonces nuevo canal del río Volga-Moscú (una especie de símbolo del cine de los años 30). Cuenta la leyenda que fue esta película la que Stalin envió a su homólogo estadounidense Franklin D. Roosevelt como ejemplo de buen cine soviético. Pero, por desgracia, una vez más, el éxito de la película no impidió que un trágico destino cayera sobre los realizadores: el camarógrafo Vladímir Nilsen fue acusado de espionaje y ejecutado por un pelotón de fusilamiento tres meses antes del estreno.
Esta pieza sentimental de la ficción pulp francesa sobre un triángulo amoroso encontró el favor del camarada Stalin: “No se pasa de la raya... es alegre y la gente en la pantalla es agradable”, dijo de la película. Cinco años después del estreno en Francia, se proyectó en la Unión Soviética.
Parece ser que la bobina de la película Tarzán acabó en la Unión Soviética junto con otras películas-trofeos, sacadas de Alemania después de la guerra, del Archivo Goebbels en las afueras de Potsdam. Los archivos estatales conservan una grabación de Stalin reservando una proyección de la película.
Según el mecánico del Kremlin Alexánder Ganishin, a Stalin le gustó tanto la película que inmediatamente ordenó su estreno en la pantalla soviética. También fue el autor del pie de foto: “Esta película trata de un hombre que escapa de los horrores del mundo capitalista para ir a la selva y sólo allí encuentra la libertad y la felicidad”.
Según la leyenda, este musical cómico estadounidense fue regalado a Stalin por Roosvelt, sabiendo que al líder soviético le gustaría la actriz Dina Durbin. Stalin lo vio varias veces y le encantó el episodio del restaurante, donde la protagonista femenina canta canciones románticas en ruso. Esto hizo el efecto con el público soviético, también, y la película fue un gran éxito, ganando Durbin el apodo de “la reina de las pantallas de Moscú” en los Estados Unidos.
La idea de hacer una película sobre Iván el Terrible fue del propio Stalin, a quien le encantaba la imagen del fuerte gobernante, “el recaudador de las tierras rusas”. Eisenstein rodó la película en dos partes, y la primera resultó exactamente como Stalin esperaba: la imagen épica de Iván el Terrible, para quien los intereses de la Rus estaban por encima de todo.
Eisenstein recibió el Premio Stalin de Primera Clase por ella. Sin embargo, la segunda parte, que se estrenó un año después, fue tan despreciada por Stalin que, en un ataque de ira, prohibió su proyección, junto con la primera película. Una versión afirma que Stalin vio en la segunda parte algunos paralelismos incómodos con su propio estilo de gobernar.
Tres amigas viven pendientes de una aguda injusticia social y, cuando comienza la Guerra Civil, salen a las calles del Petrogrado revolucionario como enfermeras de campaña. Stalin valoró el “potencial movilizador” de la película, pero esto no salvó a la directora Raisa Vasílieva del fusilamiento en 1938, sentencia fallada bajo la excusa de que era trotskista.
La película francesa sobre un amor prohibido entre el emperador ruso Alejandro II y la joven duquesa Katia Dolgorúkova, es una adaptación de una novela de la escritora rumano-francesa Martha Bibescu. La película nunca se mostró al público, pero Stalin la vio varias veces en su cine. El nieto de Stalin, Alexánder Burdonski, creía que el líder asociaba la historia de la película con algo que le había ocurrido en su propia vida.
Esta es la última película muda soviética y el debut como director de Romm, al que seguirían Lenin en octubre y Lenin en 1918. Es una adaptación muy floja del cuento homónimo de Guy de Mauppassant y es otra de las películas favoritas de Stalin. “Una obra muy poderosamente recopilada, hecha a gran escala y con una narración visual en mente”, dijo.
La película trata de un niño soviético que sueña con ser el protagonista de Los viajes de Gulliver y acaba en el país de los liliputienses, como en la novela. Stalin vio la película cuatro veces en una semana y vio en ella un verdadero mensaje bolchevique. “El nuevo Gulliver describe con increíble verdad y poder el movimiento obrero y la justa estrategia de armar la rebelión del proletariado contra los capitalistas del país”.
La trilogía sobre el joven Max, que se convierte en revolucionario, contiene tres partes: La juventud de Maxim (1934), El regreso de Maxim (1937) y El bando de Víborg (1938). Stalin las vio muchas veces, convencido de que cuanto más se ve una película, más significados se descubren: “La primera vez que vi La juventud de Maxim no me gustó. Era fría. Luego la volví a ver, y es una buena película”.
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