El torpe soldado Švejk escapaba de prisión para acabar formando parte de una unidad de castigo alemana en los Balcanes. La tranquilidad que vivía su destacamento se veía sin embargo interrumpida por la inesperada visita de alguien muy especial: el mismísimo Adolf Hitler.
El Hitler de Martinson era presentado como un niño caprichoso que reparte medallas a sus aduladores o elimina a tiros al que le lleve la contraria, como el que mata una cucaracha en el baño. En una escena en la que conversa con Švejk, juguetea con una Luger con la que no duda en rascarse el pabellón auditivo.
En otra de las escenas, Hitler borracho (era abstemio) le tira los tejos a una joven local, sin éxito. En otra de las escenas Hitler ronca ruidosamente, momento que Švejk aprovecha para ponerle una armónica en los labios, cuyo sonido le hace despertarse. El atrevido checo llega hasta a despeñar por unas cataratas al dictador alemán, al que previamente ha invitado a dar un paseo en hidropedal, pero se arrepiente y le rescata al recordar las palabras de su desaparecida madre sobre la importancia de ser una buena persona.
No obstante, algo acaba sacando de sus casillas al inocente soldado. Hitler monta en cólera al comer una sopa que no encuentra de su gusto, por lo que ni corto ni perezoso descerraja un disparo al amable cocinero, todo en presencia de Švejk. Este, rabioso, desenfunda su arma y está a punto de ejecutar el Führer alemán en ese mismo instante, pero una imagen femenina (¿metáfora de la Madre Rusia?) le detiene, le alecciona y le inspira una idea mejor: Hitler, transformado en una bestia con colmillos porcinos y garras lupinas, es encerrado en una jaula y exhibido, para mayor escarnio, en una especie de atracción de feria.
Sin embargo (imaginamos que con la muy didáctica idea de no permitir que el respetable público soviético, cayese en la indolencia) la película no termina así. El soldado protagonista despierta del sueño tras ser pateado por una acémila y consigue rescatar a una pareja de partisanos de los nazis, con los que huye para continuar la lucha contra el enemigo. Y es que quedaban dos años para el fin de la guerra.
Las nuevas aventuras del soldado Švejk
Según declaraciones del propio Martinson, Hitler, que se hacía proyectar películas extranjeras incluso prohibidas en la Alemania Nazi (como El Gran Dictador, de Chaplin) se hizo con una copia de la película y tras verla incluyó al intérprete ruso en su lista negra. Martinson contaba que el Führer prometió que le haría colgar en el primer poste de la luz que encontrasen sus captores en el camino hacia Berlín.
Hitler tenía una extraña relación con los actores extranjeros. Uno de sus intérpretes favoritos era el norteamericano Clark Gable. Este le confesó a Ava Gardner que, poco después de enrolarse en la aviación norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial, Hitler le hizo llegar una carta "muy personal", y, sabedor de que Gable estaba en el frente, ofreció una suculenta recompensa para que le apresaran.
Gable también le contó la historia a su buen amigo el actor británico David Niven: “Ese hijo de puta (Hitler) me metería en una jaula y me llevaría de gira por Alemania cobrando diez marcos a cada visitante”.
Otra actriz admirada por Hitler era la sueca Greta Garbo, que contó a sus amigos en más de una cena que recibió una misiva, de contenido halagador, del dictador alemán.
Sin embargo parece que los intérpretes rusos que Hitler admiraba no le correspondían de igual forma que los odiados. Hitler era fan declarado de la actriz rusa Olga Chéjova, a la que decía admirar por su “sofisticación cosmopolita”, sentimiento que sin duda se hubiese visto gravemente afectado de saber que la actriz era una espía durmiente soviética que había sido reclutada por su hermano Lev Knipper, agente del temido OGPU-NKVD. Parece que la actriz colaboró años después en un complot para asesinar a Hitler, siendo el proyecto cancelado por el alto mando soviético.
Martinson recibió el título de Artista del Pueblo de la URSS en 1964. Murió en Moscú a la edad de 85 años, el 2 de septiembre de 1984.
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