Honesto y gran lector: así era Dostoievski de niño

Cultura
GUEORGUI MANÁIEV

El escritor Vladímir Kachenovski recordaba cómo, de niño, conoció a los hermanos Dostoievski: “Recuerdo a dos chicos con mechones rubios... Cuando jugaban, seleccionaban a los chicos de su grupo de edad y se convertían en sus líderes. Su estatus entre los jugadores era perceptible incluso para mí, un niño más. Estos chicos eran Fiódor y Mijaíl Dostoievski…”

El joven Fiódor estudió en un internado. Según Kachenovski, “era un chico serio y pensativo, con mechones blancos y cara pálida. No se preocupaba demasiado por los juegos: Durante el recreo, era casi inseparable de los libros, y pasaba el resto de su tiempo libre conversando con el personal superior del internado”.

Varios años después, el propio Kachenovski se inscribiría en el internado. Recién llegado, separado de su familia y acosado por sus compañeros, no sabía en quién podía confiar, antes de conocer a su amigo de la infancia: “Fiódor, al verme, se acercó inmediatamente, ahuyentó a mis agresores y se dedicó a consolarme, algo que más tarde lograría con éxito”.

El pequeño Fiódor era hijo de Mijaíl Andréievich Dostoievski, médico del hospital para pobres Mariinski, que tenía un apartamento de trabajo en el ala del edificio. Allí nació el futuro escritor en 1821 y pasó sus años de infancia. Dada la ubicación, Fiódor tuvo que presenciar el sufrimiento y la muerte de los pacientes pertenecientes a los escalones más pobres de la sociedad moscovita. La primera novela del autor se titularía Pobres gentes.

Antes de convertirse en médico, el padre del autor, Mijail Andréievich, recibió una educación religiosa. La familia era muy piadosa. “Cada domingo y en las grandes celebraciones, nos dirigíamos a la iglesia para asistir a la misa, así como a las vigilias del día anterior”. Los niños aprendían a leer y escribir con el libro 104 historias sagradas del Antiguo y del Nuevo Testamento para la juventud , seleccionadas por Johan Gibner (traducido del alemán). Se convirtió en el primer libro que el futuro gran autor leería por su cuenta. Cuando su hermano mencionó el libro más tarde, en la década de 1870, Fiódor Mijáilovich “dijo que había podido encontrar esa misma edición (es decir, la de los niños) y que la atesoraba como una reliquia sagrada”.

Al crecer, Fiódor y su hermano mayor, Mijaíl, desarrollaron una gran afición por la lectura; al fin y al cabo, les leían de pequeños. Al principio, eran cuentos infantiles, luego, cuando los chicos crecieron, leían los clásicos junto a sus padres cuando venían sus amigos: autores como Derzhavin, Zhukovski, Pushkin, así como La historia del Estado ruso de Nikolái Karamzín, que Fiódor recordaba especialmente bien. “A los diez años ya conocía casi todos los episodios clave de la historia rusa”, presumiría más tarde.

Además de la lectura, los padres enseñaron a los jóvenes Dostoievski a jugar a las cartas: “Durante las vacaciones, sobre todo en Navidad, jugábamos con los padres al juego de los Reyes. Y era un placer, una ocasión tan alegre para nosotros, que lo recordábamos durante años”.

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