Lev Lagorio. Dacha. 1892
Las dachas, o casas de campo rusas, aparecieron por primera vez en manos de la nobleza terrateniente a mediados del siglo XVIII. Se visitaban sobre todo en verano y no solían tener calefacción.
Vladímir Makovski. Llegada a la Dacha. 1899
Los preparativos antes de pasar todo el verano viviendo lejos de la ciudad podían compararse fácilmente a los necesarios tras un desastre natural: Había que convertir una casa en otra, así como realizar cualquier tipo de mantenimiento y asegurarse de que la casa estuviera impecable después del invierno.
Konstantín Korovin. En la mesa del té. 1888
Una relajada hora del té, con un samovar bajo cielo abierto, fue el pasatiempo favorito de muchos rusos hasta mediados del siglo pasado. La gente pasaba días enteros sentada a la mesa de la dacha. Para estas ocasiones siempre se usaban los mejores utensilios de cocina.
Nikolái Bikovski. Dacha. Niña pelando bayas. 1880
Siempre hay tanto que hacer en la dacha que, paradójicamente, no se tiene tiempo para descansar. La más gratificante de las tareas, según muchos rusos, es la recogida de bayas del bosque y la elaboración de conservas de fruta para el invierno que se avecina.
Isaak Levitán. Dacha al atardecer. Circa 1890
Levitan fue un maestro del melancólico paisaje ruso. Aquí muestra un tipo diferente de dacha: una casita aislada entre los árboles, con una suave luz en la ventana. Si se escucha con atención, incluso se puede oír el zumbido de los mosquitos.
Iliá Repin. En la dacha académica. 1898
La Academia de Bellas Artes de San Petersburgo tenía su propia dacha. Los estudiantes y los maestros experimentados la visitaban para trabajar al aire libre.
Borís Kustódiev. En la terraza. 1906
Kustódiev pintaba a menudo escenas de la vida mercantil. La hora del té del samovar era uno de sus temas favoritos.
Aleksandr Kiseliov. Dacha de Crimea. 1906
Una dacha junto al mar era un lujo muy especial. Muchos escritores y artistas famosos tenían una, mientras que los zares poseían complejos enteros. El aire puro, los pinos, el sol y el agua salada siempre han tenido un efecto curativo.
Vladímir Makovski. Espectáculos de marionetas en la Dacha. 1908
La diversión en grupo de los más pequeños siempre fue una parte inalienable de la vida y las relaciones de buena vecindad en la dacha.
Marc Chagall. Ventana de la dacha. 1915
Ventanas de madera, una cortina, abedules: así es la típica dacha rusa. Los dos amantes que flotan sobre la ciudad en los cuadros de Shagal parecen haber decidido, evidentemente, tomarse un breve descanso estival.
Vitold Bialnitski. Jardín de la dacha, década de 1910
Las dachas propiamente dichas siempre han tenido un huerto de coles y un jardín de árboles frutales, con lilas y otras flores. Cuidar este tipo de cosas siempre ha sido difícil, pero los resultados son siempre muy gratificantes.
Isaak Brodski. Hojas caídas. 1929
La temporada de la dacha suele terminar con el fin del verano. Muchos solían vivir en ella también en otoño, hasta que llegaba el frío de verdad. Se veían recompensados con la llamativa vitalidad de los colores de la estación de otoño y la caída de las hojas.
Serguéi Vinogradov. En la Dacha. 1932
Incluso después de la Revolución, la cultura de la dacha nunca perdió su atractivo. Los soldados, los estadistas y los científicos disponían de parcelas en el campo (y, más tarde, incluso se las daban gratis a los trabajadores).
Fiódor Reshétnikov. En la Dacha 1949
El artista retrató con maestría la vida de los niños soviéticos (otras obras famosas son Otra vez las notas bajas y Llegando de vacaciones). Aquí ilustra perfectamente la diversión que los niños tienen en las dachas durante las vacaciones de verano.
María Pávlova. En la dacha. 2013
Verano, niños, té y gatos perezosos: la dacha sigue siendo una isla de felicidad incluso hoy en día.
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