Viaje a Crimea: así fui jurado del Festival Internacional de Cine de Yalta

European Bridge
El Eurasian Bridge celebró su cuarta edición entre el pasado 20 y 24 de septiembre. Uno de los miembros del jurado de la competición de largometrajes, el español Jaime Noguera, nos cuenta cómo fue su experiencia en este joven certamen cinematográfico apadrinado por nada menos que Nikita Mijalkov.

Llevo veinte años de mi vida organizando festivales de cine. He participado como jurado de alguno de ellos en Colombia, Cuba, Marruecos, Egipto o Bulgaria. Este año, sin esperarlo me invitaron a participar como jurado en un festival que cumplía su cuarta edición: el de Yalta, en Crimea. Pese a los comentarios infundidos de temor de algunos conocidos, que me recomendaban el pensármelo dos veces, opté por aceptar la tarea de juzgar los largometrajes a concurso de este certamen y viajar a las costas del mar Negro.

Nikita Mijalkov habla español

Tras casi una decena de horas de viaje con Aeroflot, con sus preciosas azafatas, sus excelentes menús calientes incluidos en el pasaje y la pérdida de mi maleta (tardaron tres días en entregármela en el hotel), al llegar al aeropuerto de Simferópol me recibió una preciosa y joven eslava en el aeropuerto. Me metió en un coche con un tipo de largo flequillo con pinta de caucásico que me llevó en hora y media de trepidante trayecto al hotel Intourist de Yalta.

Allí me entregaron una bolsa con todos los elementos necesarios para llevar a cabo mi labor de jurado: una libretita para tomar notas, un lápiz, un bolígrafo, el catálogo y mi acreditación. El coordinador del jurado, Max Lukianets, se apiadó de mí y me dejó una camiseta blanca y una camisa negra que hizo las veces de chaqueta.

Me presentaron a toda prisa a mis compañeros de jurado, la bella actriz rusa Olga Kabo y la gran documentalista búlgara Maya Vaptsarova. Hicimos la alfombra roja ante la expectación de público e invitados y entramos al teatro en el que se celebró la gala de inauguración. Actuaciones musicales (entre ellas, la de un tipo clavadito a Joaquín Sabina), discursos del presidente de la república autónoma de Crimea, de la ministra de cultura y del ministro de cultura de Rusia y aparece el más grande, Nikita Mijalkov, en muletas, que también dice unas palabras.

Tras inaugurar el festival, el director de películas como El barbero de Siberia o Quemado bajo el sol, nos pasan a una sala en la que se sirve in refrigerio  (salmón, arenques, distintas carnes, encurtidos y ríos de vodka) antes de ver la película inaugural. El clon de Joaquín Sabina se canta un par de coplas al micro y, en un momento de tranquilidad, me acerco a Mijalkov para pedirle una foto. Se la pido en inglés, pero en cuanto le digo que soy español me suelta, en la lengua de Cervantes, “¿Sabes que yo hablo español, desde pequeño porque tuve una niñera española?”. Me quedo en shock y no se me ocurre otra cosa que decir “Anda, que el cabrón habla español”. Él se ríe y cuando ve la cara que pongo al darme cuenta de lo que dicho, pronuncia “tranquilo, ya sé que cabrón no es nada malo”.

Nikita Mijalkov (a la izq) y Jaime Noguera.

Excursiones, buenas pelis y mejor comida

Uno puede pensar que la vida de un jurado de festival de cine es una continua fiesta. Pues no. A pesar de que el hotel Intourist, una ciudad en miniatura (tiene dos piscinas, playa privada, salón de realidad virtual, zoo, sauna, gimnasio y SPA) no pude disfrutar de nada de lo mucho que ofrecía. El motivo: seis horas de visionado de películas cada día. Entre las películas a concurso disfruté de la emocionante Sestrionka (Hermanita), de Alexánder Galibin, rodada en baskirio la coproducción ruso-tailandesa Senafon, de Evgueni Sheliakin, la española Jaulas, de Nicolás Pacheco, o la francesa Moscou-Royan, ópera prima de la bella Elena Cosson. También me procuré alguna que otra cabezadita involuntaria con la china La caída, de Zhou Lidong o la teutona Was uns nicht umbringt, de Sandra Nettelbeck.

Entre película y película nos servían pizza (¡!) y café. Entre los desayunos con cava en la planta número 16 del Intourist, los almuerzos y cenas en el mismo hotel (más alguna escapadita a un restaurante georgiano), parecía que nos pasábamos el día comiendo. Dos kilos de más en mi cintura así lo atestiguan. La buena noticia: ya me he hecho el paladar al alforfón, que antes no soportaba.

Dacha de Chéjov.

¿Y qué decir del programa de excursiones del festival? Si conseguías vencer los efectos secundarios de la ingesta nocturna del vodka y la falta de sueño tras darlo todo en la pista de baile de la brilli-brilli discoteca del hotel (y esto, pese al reguetón con acento eslavo), darte agua en la cara y arrastrarte hasta el vestíbulo del hotel, podías conocer la Yalta cultural. Así visité una dacha del inmortal autor ruso Antón Chéjov, el palacio Vorontsov o las bodegas Massandra, donde degustamos nueve vinos que nos prepararon para aguantar otra noche de chupitos de vodka y temas de Enrique Inglesias y Maluma.

Palacio Vorontsov.

La clausura

Los premios de este festival, tras deliberar en un salón del Intourist, recayeron en Hermanita, Senafon y en el director Mijaíl Morskov por su trabajo en Volshébnik (Mago). Además, la actriz española Estefanía de los Santos se llevó una mención especial por su trabajo en Jaulas.

La entrega de premios, con presencia institucional, se llevó a cabo en el antiguo palacio imperial de Livadia, famoso por haber acogido la famosa conferencia de Yalta en 1945. Allí estaba un servidor esperando a entrar cuando aparece de nuevo Mijalkov, que me ve y se me acerca preguntándome “¿Qué, te ha gustado?”, de nuevo en español. Hablo con él un momento, quemado por los flashes, y accedo al salón de actos junto a mis compañeros de jurado.

Allí procedimos a decir unas palabras y a llamar a los ganadores a recoger sus trofeos. Yo, haciendo alusión al espíritu del festival (tender puentes culturales entre Europa y Asia), recordé que España y Rusia crearon en gran parte sus buenas relaciones por la pluma y por la espada. Posiblemente, las mejores adaptaciones cinematográficas jamás realizadas sobre El Quijote, han sido dirigidas por directores rusos. Por otro lado, fueron españoles y rusos los primeros en derrotar a Napoleón (esta afirmación desató un aplauso entre el público) y Rusia (entonces la URSS) fue una de las pocas naciones que ayudó a la democrática República Española ante el fascismo. Termino mis palabras con una alusión a la sanciones contra el país eslavo (que, por ejemplo, hacen que no puedas comprar nada con tarjetas de crédito internacionales en Crimea: solo puedes usar contante y sonante): un “No pasarán” que desata otro aplauso.

Lo mejor, la gente

Horas antes de viajar de regreso a España, recorrer el animado paseo marítimo de Yalta es una experiencia muy placentera. Restaurantes repletos, parques infantiles, templos ortodoxos, pequeños rings de boxeo en los que se lucha a plena luz del día, música, hermosas vistas… Dicen que los rusos no sonríen, pero yo no lo noté. Al contrario. Todo el personal del festival, desde Elizaveta Levánskaia, la traductora Elizaveta Sgíbneva, Sofía o Anna Rubán solían lucir una sonrisa casi de forma perenne. Y desde luego, compartiendo chistes de sobremesa con el rompedor director franco-argelino, Hamid Benamra, también jurado (de documentales) o el productor italiano, Andrea Morguen, que se atrevió con el karaoke en la noche de Yalta, no podían faltar las risas. Esta aura familiar del festival, punto que resaltó Mijalkov en su discurso en la ceremonia de clausura, unido a la belleza de la montañosa Crimea, su rica gastronomía y la calidad de su programación, parecen dibujar una excelente y larga vida futura para el festival Eurasian Bridge de Yalta. 

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