1. Bajo la nevada del ayer (1983)
Este dibujo animado es un clásico ruso para las vacaciones del invierno, pero muy original. Es surrealista desde el primer momento: durante unos minutos el narrador, que en realidad es uno de los dos protagonistas, intenta decidir qué historia contar, cambiando de tema con mucha rapidez.
Finalmente, se centra en la historia de un hombre gracioso (tacaño, no muy inteligente pero de alguna manera encantador) que va al bosque a buscar un abeto para las fiestas. De lo contrario, su esposa estricta no le dejará volver a casa. La típica historia rusa, ya sabes.
Será mejor que veas el resto con tus propios ojos. Digamos que el hombre se convierte en rey, se transforma en un televisor, se hace con una varita mágica, y todo esto mientras discute constantemente con el narrador. Sus frases, pronunciadas de forma ceceante, como "Malovato búdet!" ("¡No es suficiente!") se convirtieron en parte inseparable del folclore ruso y el humor absurdo de esta caricatura es icónico. Sin embargo, deja al espectador un toque de melancolía invernal, liviana y filosófica.
2. ¡Ala! ¡Un pez que habla! (1983)
Armenfilm, un estudio local situado en Ereván (actualmente, la capital de Armenia) suministró muchos dibujos animados de aspecto demencial a la industria cinematográfica soviética, en los que participaron artistas armenios que presentaban mundos extraños y criaturas inexistentes en la faz de la Tierra. ¡Ala! ¡Un pez que habla! es prueba de ello.
Imagina: un pobre anciano atrapa un pez que habla, luego lo suelta (una trama clásica rusa) pero de la nada aparece una criatura extraña que va cambiando inquietamente su forma y que se llama a sí misma "E-ekj". La criatura no tiene ninguna conexión con el pez y seduce al anciano con un regalo mágico... pero resulta que todo tiene un precio.
La caricatura, basada en las leyendas nacionales armenias, es corta y agradable de ver. Sin embargo, contiene una escena donde los héroes hablan tan rápido que tal vez es mejor verla en cámara lenta. Incluso si eres ruso, es bastante difícil de entender.
3. Alas, Patas y Colas (1985)
Uno podría preguntarse: ¿qué nivel de absurdo se puede incluir en unos dibujos animados de cuatro minutos de duración, donde solo hay tres personajes? Bueno, a juzgar por Alas, Patas y Colas la respuesta es “mucho”. No es tan sorprendente si sabes que los tres personajes son un lagarto, un avestruz y un buitre, perdidos en medio de la nada en algún desierto. Básicamente, lo único que hacen estos animales es discutir sobre qué partes del cuerpo son más importantes. Y compiten de una manera muy extraña.
Estos dibujos animados también fueron dirigidos por Alexánder Tatrski, el autor de Bajo la nevada del ayer, y aunque las dos piezas son bastante diferentes, hay algo que las une: las frases que se quedaron grabadas en la mente de los soviéticos. Por ejemplo, cuando el buitre intenta enseñar a volar al avestruz, le dice: "¿No sabes cómo? ¡Te lo enseñaremos! ¿No quieres? ¡Te obligaremos!". La frase se hizo viral, ya que describía perfectamente la actitud del partido comunista hacia la sociedad, tal y como la entendían los soviéticos.
4. El Contacto (1978)
Es extremadamente difícil de describir, más allá de esta definición: "Raro. Raro. Súper raro". Si existiese un Salón de Fama para las historias más extrañas, dedicadas al encuentro de humanos y alienígenas, El Contacto destacaría allí, y con honores. Los dibujos comienzan con imágenes de colores ácidos, mostrando un florido prado, donde aparece un artista acompañado de una melodía de Nino Rota.
El artista, con su sonrisa maníaca e imaginación vívida de mariposas y pájaros muertos o enjaulados, parece ya muy espeluznante sin necesidad de que aparezca ningún extraterrestre. Pero luego llega un alienígena (una mancha amorfa y sin forma con tres ojos triangulares) y las cosas se vuelven aun más psicodélicas. El resto es simplemente indescriptible.
Por supuesto, estamos de broma. El Contacto es realmente psicodélico, pero este dibujo animado temas como la incomprensión, el miedo al "otro" y, en última instancia, el poder unificador del arte. Definitivamente, merece la pena verlo. Y, de todas formas, será difícil olvidarlo.
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