La presión religiosa provoca el hartazgo del mundo de la cultura.
KommersantA finales de octubre, el debate sobre los límites de la injerencia del Estado en los procesos artísticos adquirió una nueva dimensión. Varios artistas publicaron unas declaraciones en las que califican lo que sucede en Rusia actualmente de “ataque”, “censura” y “violencia orquestada por el Estado”.
El director del teatro Satirikón de Moscú, Konstantín Raikin, dio un discurso durante el séptimo congreso de la Unión de Trabajadores Teatrales de Rusia, celebrado a finales de octubre, en que llamaba a “unirse y hacer frente a los atentados contra la libertad artística”. Se trata de una reconocida figura de la cultura y sus palabras tuvieron una considerable resonancia pública.
Según Raikin, numerosas exposiciones y espectáculos se cierran por voluntad de un pequeño grupo de gente afiliada al gobierno y a la Iglesia, que se excusa en la lucha por la moral, el patriotismo y otros conceptos elevados. Estas personas “se comportan de un modo muy descarado” y el gobierno muestra una postura “extrañamente neutral en este aspecto”, declara perplejo Raikin. “¿Qué pasa, no podemos decir todos lo que pensamos? No se puede hacer creer que el gobierno es el único portador de la moral y la decencia. Eso no es así”, declaraba el director.
Pocos días después Raikin recibió apoyos importantes, entre los que se encuentra el periódico Kommersant, el director de cine Andréi Zviáguintsev, cuya película Leviatán muestra los problemas de corrupción entre los funcionarios y hace un año fue blanco de duras críticas por miembros del gobierno y otros colectivos. El ministro de Cultura, Vladímir Medinski, declaró: “Lo único a lo que no veo sentido es a rodar una película con dinero del Ministerio de Cultura que escupe en la cara de un gobierno electo… Me refiero a quienes hacen películas que describen un país poco serio. ¿Cómo vamos a financiarlas? Sería una especie de masoquismo estatal”.
Zviáguintsev le respondía hoy: “¿Serían capaces de nombrar un solo teatro de ópera o unas diez películas creadas sin la participación del gobierno? Nuestra situación económica y cultural hace que esto sea imposible” –escribe el director. ¿Significa eso que si el Estado paga a un artista, este debe servir a la voluntad del Estado? Es sencillamente increíble que hoy en día se manipulen los conceptos con tanta ligereza, y la gente ni se inmuta. Nosotros lo llamamos censura, ellos lo llaman financiación estatal”.
El discurso de Konstantín Raikin sobre la presión que sufre el arte provocó una rápida respuesta en otros sectores. El líder del club de motociclistas “Lobos nocturnos”, Alexander Zaldostano, conocido por su amistad con Putin declaró: “con el pretexto de la libertad, estos Raikin quieren convertir nuestro país en una sucia alcantarilla”.
Dmitri Peskov, secretario de prensa del presidente de Rusia, en un intento de rebajar la tensión instó al motociclista a disculparse ante el director y al mismo tiempo volvió a resaltar la postura del Estado: la censura como tal es inadmisible, pero “si el gobierno da dinero para poner una obra en escena” o “financia una obra de arte”, está en todo su derecho de “determinar cuál debe ser la temática”.
“Por decirlo llanamente, si el gobierno opina que fumar es perjudicial para la salud, el gobierno tiene derecho a decir que en una película financiada con dinero público no aparezca nadie fumando. ¿Puede eso llamarse censura? En absoluto”, decía Peskov.
Poco antes del estallido de esta polémica, en Moscú se produjo un escandaloso incidente relacionado con una exposición del fotógrafo estadounidense Jock Sturges, famoso por sus fotografías de nudistas. Un activista del movimiento afín al gobierno Serb derramó un líquido amarillo, supuestamente orín, sobre las obras, asegurando que estaban “llenas de provocación pedófila”, y los activistas de la organización patriótica “Oficiales de Rusia”, vestidos como agentes antidisturbios, rodearon la galería con una cadena humana.
Entre el escándalo con Leviatán, el año pasado y el de la exposición de Sturges, ha habido otros incidentes. La ópera de Wagner Tannhäuser, en su adaptación escénica contemporánea, fue prohibida porque supuestamente hería los sentimientos de algunos creyentes que organizaron una manifestación; unos activistas religiosos destruyeron las esculturas de inconformistas en el Manezh; la compañía moscovita Teatr.doc representó su obra Caso Bolótnaya (basada en los disturbios y arrestos ocurridos en la plaza Bolótnaya en Moscú en mayo de 2012) en presencia de la fiscalía y miembros de la policía. Por último, la representación de la ópera-rock Jesucristo Superstar se canceló en Omsk debido a las quejas de un movimiento ortodoxo.
Todos los derechos reservados por Rossíiskaia Gazeta.
Suscríbete
a nuestro boletín
Reciba en su buzón el boletín informativo con los mejores artículos sobre Rusia: