“Las relaciones entre España y la URSS tuvieron unas fronteras ideológicas muy rígidas durante toda la dictadura franquista. Y El Quijote de Kózintsev sirvió como puente cultural para abrir las puertas al cine ruso”, señala Jorge Latorre, uno de los autores del estudio Recepción del cine soviético en España.
Corría el año 1966. El cine de autor crecía de manera efervescente tras la aprobación de la Ley de Prensa. En la última etapa de la dictadura, la autorización para las exhibiciones cinematográficas fue mucho más amplia. El ministro Manuel Fraga permitió a partir de diciembre de 1965 la importación de películas procedentes del bloque soviético.
Sus espectadores eran personas interesadas en el cine de arte y ensayo procedentes de la Escuela de Cinematografía de Madrid. Intelectuales universitarios contrarios al régimen político que se reunían en torno a cineclubes, donde abundaban los títulos extranjeros que eludían a la censura. El cine soviético podía llegar a estos pequeños círculos y este fue el contexto de la llegada de ElQuijote de Kózintsev.
Fuente: Kinopoisk.ru
Los cines Palafox de Madrid estrenaron en junio de 1966 la versión doblada al castellano de El Quijote. Fue la primera cinta de origen soviético en España tras la Guerra Civil. El historiador Sánchez Noriega destaca que “se juzgó como la mejor adaptación de Cervantes hasta la fecha”. Sin embargo para Latorre existía un “un importante interés turístico más que comercial”, ya que fue una etapa clave en la que España empezó a abrirse al exterior.
El cineasta ucraniano estrenó su cinta en 1957 en el Instituto Cinematográfico de Moscú y tardaría casi una década en poder llegar a nuestro país. Los títulos procedentes de la Unión Soviética fueron durante gran parte del franquismo objeto de especial atención para la censura; nadie olvidaba su proximidad ideológica con el bando republicano.
Aunque El Quijote logró eludir los parámetros bajo su prisma de cine histórico. Hablaba de un importante mito español. A partir de este estreno, Latorre señala que “entraron en nuestro país todas las producciones de los grandes clásicos rusos hechas en la URSS”.
Esta cinta muestra a un quijote “sutilmente” politizado. Antonio Martínez Illán afirma en su estudio Don Quijote en el cine soviético que “este personaje habla para su tiempo y desde su tiempo con una visión marxista”.
Además afirma que “es un Quijote del primer deshielo que servía ya entonces para explicar a los propios rusos los peores años del estalinismo.” Los clichés políticos se exponen fotograma a fotograma. Durante toda la película se muestra el papel de las clases más adineradas de la época y la relevancia del personaje de Sancho, incluso con un mayor protagonismo que el famoso hidalgo.
Suevia Films y la distribución de cine ruso
En aquella primera etapa, los distribuidores de cine extranjero poco comercial se encontraban con la barrera del mercado. La máquina censora dificultaba la distribución de determinados títulos, como fue el caso de El Quijote. Además entorpecían la exhibición en las salas.
El principal artífice de la distribución del cine soviético en España fue Cesáreo González. Como presidente de la productora Suevia Films comenzó en la década de los 60 a importar cine ruso con un notable éxito.
“Cesáreo González importó a España las películas más históricas y menos ideológicas para el régimen”, destaca Latorre. Entre ellas el Hamlet de Kózintsev, El planeta de las tormentas de Pável Klushantsev, que llegaría en 1969 y Chaikovski de la misma fecha.
Más adelante la productora Alta Films estrenaría en España, a partir de 1967, algunos episodios de la adaptación cinematográfica de la novela Guerra y Paz, la obra de Tolstói llegó al séptimo arte de la mano de Serguéi Bondárchuk. Otras productoras como Discentro o Incine trajeron títulos como Anna Karénina en 1968.
La importante brecha cultural entre ambos países no permitió que el interés por el cine soviético mermara tras el franquismo. La productora Alta Films daría en los 70 la verdadera entrada del cine ruso en España.
Tuvo que terminar la dictadura franquista para mostrar una generación de nuevos cineastas. Entre ellos se encontraba Andréi Tarkovski. El primer largometraje estrenado en España fue Andréi Rublev, en la Semana Internacional de Cine de Autor de Benalmádena en 1972.
Esta productora trajo también títulos clásicos de los años 20, como El acorazado Potemkin o al director Mijaíl Romm con la producción Nueve días de un año. El cine del otro lado de Europa ya no traía implícita la etiqueta de censura y era habitual en los carteles de las salas de arte y ensayo en el Madrid de los años 70.
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