San Petersburgo. Fuente: Ruslan Shamukov
“Vaya, no lo sabía… Aunque no me sorprende, las mujeres siempre traen problemas”, e dice un joven guardia en la entrada de la Fábrica Textil que lleva el nombre de Serguéi Kírov, uno de los principales artífices de la revolución rusa. El guardia, Kolia, no solo no sabe quién era Kírov, por lo visto tampoco sabe que fue precisamente en su fábrica donde hace cien años comenzaron los disturbios masivos en Petrogrado.
El 23 de febrero de 1917 las trabajadoras de la entonces llamada Manufactura Textil Nevski salieron al a calle con la exigencia de reducir la jornada laboral, aumentar los salarios, solucionar los problemas de suministro de pan en la ciudad y garantizar la vuelta a casa de sus maridos, que luchaban en los frentes de la Primera Guerra Mundial.
El encargado de la fábrica, Kayúrov, escribía en sus memorias que aconsejó a las mujeres que no se manifestaran, pero que no lo consiguió. Varios días después, a las mujeres, que se manifestaban casi 24 horas al día, se unieron 36.000 trabajadores de la Fábrica Putílovski (actualmente esta fábrica lleva también el nombre de Kírov). A finales de febrero, en las calles de Petrogrado había ya 240.000 trabajadores apoyados por la mayoría de las unidades del ejército que se encontraban distribuidas por la ciudad.
Fábrica Kírov. Fuente: Ruslan Shamukov
Hablo con la operaria veterana de una máquina urdidora, Nina, de 47 años, al terminar su jornada laboral, ya que no me dejan entrar a la fábrica. Esta es la mayor fábrica de Rusia de producción de hilos de confección, punto y bordado (un 60 % de la producción de hilo del país sale de las manos de los trabajadores de esta fábrica), pero el sueldo de Nina es de solo 26.000 rublos (433 dólares).
En comparación, hasta 1917 el salario medio de un trabajador en Petrogrado era de 37,5 rublos, un importe que actualmente equivaldría a unos 66.448 rublos (1.109,5 dólares). Es casi tres veces más de lo que cobra Nina con una capacidad de consumo similar. “¿Y usted está satisfecha?”, le pregunto. “El dinero nunca sobra, siempre quieres tener más. Pero yo no me puedo quejar”.
San Petersburgo en invierno.
Nina y yo calculamos cuánto y en qué gasta su salario cada mes. El abono para el transporte público le cuesta 2.900 rublos (48,2 dólares). Los gastos de su comunidad 4.500 rublos (74,8 dólares). A su hijo, que estudia en 9º curso en la escuela, Nina le da una paga de unos 10.000 rublos al mes para desayunar, ir al cine, comprar ropa y regalos para los cumpleaños de sus compañeros (166,33 dólares). Este mismo importe más o menos lo destina a la compra para toda la familia. El marido de Nina falleció hace unos años, pero vive con su madre, que tiene una discapacidad de segundo grado. Todos estos son los gastos mínimos para vivir y superan su salario.
“¿Cómo vive?” , pregunto yo. “Mi madre recibe una pensión y esto nos ayuda. A veces algún compañero me presta algo de dinero hasta que cobro. Pero bueno, nos apañamos”.
Lo único que sabe Nina de la revolución de 1917 es que se derramó mucha sangre, mataron al zar y que “todo eso estuvo mal”, porque “derramar sangre siempre está mal”.
Fábrica Kírov. Fuente: Ruslan Shamukov
“En general no me interesa la política –comenta-. Mis padres me educaron en la Unión Soviética, ellos siempre hablan de las dificultades por las que pasaron y dicen ‘fue casi como una guerra’. Yo estoy de acuerdo. Mire lo que está pasando en Ucrania después de su revolución. Violencia y pobreza. Ojalá aquí no haya ningún cambio para que no nos pase algo así. La historia sigue como debe seguir”.
La mayoría de las trabajadoras con las que he tenido ocasión de hablar de esta fábrica que en otra época fue revolucionaria piensan de un modo similar a Nina. Al menos ninguna piensa protestar por sus bajos salarios.
Si comparamos la vida de la Rusia moderna con la vida en vísperas de la revolución, encontraremos muchos paralelismos. Los enormes gastos en defensa de la Rusia zarista, el bloqueo comercial organizado por Alemania, el imperio Austrohúngaro y Turquía, la inflación (a finales de 1916 los precios de los alimentos eran tres veces más altos que los de antes de la guerra). El director del Departamento de la Policía del Ministerio del Interior de la época escribe en un informe sobre el estado de ánimo de la población que “la causa principal de la exasperación general es la tremenda subida de los precios”.
Sin embargo, todas estas analogías apenas podrían hacernos pensar que el actual estado de las cosas en el país sea capaz de derivar en los mismos disturbios. Una aplastante mayoría de los ciudadanos de San Petersburgo a los que hemos encuestado en la calle se muestran en contra de una revolución en cualquier caso (para ser exactos, más del 90 %), aunque no todos ellos están satisfechos con su vida o con el gobierno actual. Unos apelan a la inadmisibilidad del derramamiento de sangre y otros a las ventajas de la vía evolutiva del desarrollo, mientras que un tercer grupo no ve ninguna alternativa al régimen existente.
Camino a la catedral de San Sansón. Fuente: Ruslan Shamukov
Recorriendo el camino de los trabajadores revolucionarios de 1917 llego a la catedral de San Sansón. La plaza que se encuentra junto a ella es donde tuvieron lugar las primeras protestas de las mismas mujeres de la Manufactura Textil y los hombres de la Fábrica Putílovski.
Hace cien años estos trabajadores casi destrozan la catedral (la mayoría de los revolucionarios eran ateos militantes). Dentro de la catedral encuentro a tres personas rezando y a otras tres trabajadoras de la parte del museo. María, una de ellas, me cuenta que los últimos objetos de exposición, incluyendo varias fotografías únicas que muestran los acontecimientos alrededor de la catedral de San Sansón durante la revolución, fueron trasladados la víspera al almacén y no se sabe qué pasará con ellos.
Dentro de la catedral de San Sansón. Fuente: Ruslan Shamukov
Pero incluso María, que se declara atea, a pesar de su claro descontento con el gobierno y con la Iglesia valora negativamente los acontecimientos sucedidos hace un siglo. “Mi familia se separó durante los años de la revolución. Uno de mis abuelos era un campesino rico y el otro era jornalero. Cuando comenzó la guerra civil, los dos se fueron a la guerra y lucharon uno contra el otro. A partir de entonces rompieron sus relaciones, tanto ellos como sus familias. ¿Qué puede haber de bueno en todo ello?”.
San Petersburgo. Fuente: Ruslan Shamukov
A la pregunta sobre si María participaría en una revolución hoy en día para recuperar el trabajo que perdió hace más de veinte años, responde rotundamente: “Evidentemente, no. La revolución en Rusia siempre es derramar sangre, aquí las cosas no pueden ser de otro modo. Somos así, primero actuamos y después pensamos. Ningún ideal vale más que la paz, por más frágil que sea, que tenemos ahora”.
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